El mundo no está preparado para enfrentar desastres naturales
Hasta los países ricos llegan a estar desprevenidos, como ocurrió a Japón con el terremoto de Kobe
Sólo en 2002, según el Programa Mundial de Alimentos, 600 millones de personas fueron víctimas de fenómenos naturales
Ampliar la imagen La imagen de Buda qued� pie entre restos de esqueletos y escombros que el agua desenterr� un cementerio, como efecto del tsunami que afect� ciudad de Kahawa, en Sri Lanka, en diciembre de 2004 FOTO Afp
Cuando Razzak Alí, operador de telefonía inalámbrica, subía una torre en la isla de Teresa -una de las Andamanes del sur-, vio que el mar se agitaba y revolvía en el horizonte y puso en acción lo que llama su ''sistema personal de alerta temprana''. Gritando ''viene un tsunami'', pidió a un hombre que pasaba en una bicimoto que alertara a todos en las aldeas vecinas para que huyeran. Gracias a su previsión, resultado de haber observado un programa sobre marejadas, por lo menos mil 500 personas se salvaron.
Nadie habría podido prevenir el gigantesco terremoto que sacudió la costa de Sumatra o los subsecuentes tsunamis, que mataron a unas 280 mil personas en la zona del océano Indico. Pero, como demostró Alí, una intervención oportuna podría haber salvado vidas, en su caso comprada al precio de una bicimoto de segunda mano y una suscripción de televisión por cable. En todo el océano Indico, donde se pudo haber instalado un sistema de alarma temprana por entre 8 y 12 mdd, se habrían evitado decenas de miles de muertes.
''No podemos detener los desastres'', señala Chowdhury Kamal Ibne Yusuf, ministro de alimentación y atención a desastres de Bangladesh, ''pero en definitiva podemos reducir el riesgo de personas vulnerables al desastre''.
La extensión de la negligencia mundial en medidas contra desastres se está volviendo clara. Como el océano Indico, los mares Caribe y Mediterráneo carecen de un sistema de alerta temprana contra tsunamis. Los expertos dicen que incluso el muy publicitado sistema del Pacífico, que opera desde el decenio de 1960 y reúne información de sensores ubicados en el lecho del océano, tiene muchos puntos ciegos. ''Japón, Rusia, Canadá, Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda. Eso es todo'', señala Salvano Briceño, director de la Estrategia Internacional para la Reducción de Desastres (EIRD), secretariado de la ONU responsable de coordinar la prevención de catástrofes. ''En las pequeñas islas del Pacífico, si un tsunami viniera ahora, sería tan devastador como lo fue para las Maldivas."
La falta de preparación va mucho más allá de los tsunamis. Cada año tifones, ciclones, huracanes, diluvios y sequías razonablemente predecibles causan enormes daños, que a menudo podrían haberse prevenido. Sólo en 2002, según el Programa Mundial de Alimentos, 600 millones de personas fueron presas de fenómenos naturales. El Centro de Investigación en Epidemiología de los Desastres, radicado en la universidad de Bélgica, estima que los desastres causados por el clima u ocurridos en los océanos mataron 620 mil personas en el decenio que culminó en 2001, con daños por 700 mil mdd.
Altos costos de la falta de recursos para prevención
Sin embargo, apenas 2% de los 4 a 5 mil mdd gastados a causa de desastres por la ONU y organismos internacionales de caridad se destina a la prevención, según GTZ, agencia alemana de cooperación técnica. La EIRD apenas tiene cuatro años de instaurada, no cuenta con presupuesto permanente y su personal es de sólo 14 empleados, los cuales no saben si aún tendrán empleo de un mes a otro.
Briceño indica que se ha dado mayor prioridad al auxilio en catástrofes, si bien varias agencias de la ONU tienen sus propios programas de prevención. Ahora espera que su secretariado sea colocado sobre cimientos más firmes y se le otorgue un presupuesto anual, el cual confía en que sea mayor de 250 mdd. Jan Egeland, director de Asuntos Humanitarios de la ONU, dice que el mundo ha tenido ''un llamado a despertar'' respecto al descuido institucional para la reducción de desastres. ''Antes del tsunami era un tema para grupos de interés especial. Ahora es un tema para jefes de Estado'', señala.
Egeland indica que los estudios muestran que por cada dólar gastado en la reducción de desastres se ahorran diez, al limitar la necesidad de apoyo posterior. Un documento elaborado en 1998 por Kiyoshi Kobayashi, del departamento de ingeniería civil de la Universidad de Kyoto, es uno de muchos que concluyen que las medidas de control de inundaciones, por ejemplo, tienen beneficios equivalentes a 10 veces el nivel de daño previsto cuando no hay seguro disponible. ''Hay que poner mucha mayor atención a la prevención de desastres y a la previsión'', dice Egeland. ''Necesitamos más que una brigada de incendios."
En una conferencia global sobre reducción de desastres celebrada en Kobe la semana pasada -apenas la segunda en la materia-, los argumentos en favor de la prevención comenzaron a tomar forma. ''El riesgo se da cuando la probabilidad de desastre y la vulnerabilidad hacen colisión'', expresa Marcus Oxley, director de manejo de desastres de Tearfund, organismo de caridad radicado en Gran Bretaña, quien asistió a la conferencia. ''No se puede hacer mucho respecto de la probabilidad, pero sí sobre la vulnerabilidad, como es mejorar infraestructura, procurar que los hospitales y escuelas sean refugios seguros, no trampas mortales, y mejorar los sistemas humanos."
Una misma catástrofe puede tener resultados sumamente diferentes, dependiendo de lo preparado que esté un país. En Somalia al menos 298 perecieron por el tsunami; en la vecina Kenia, donde se percibió el avance del fenómeno y se emitieron alarmas, sólo una.
Con los edificios ocurre lo mismo. El 26 de diciembre de 2003, un terremoto en la ciudad iraní de Bam destruyó 80 por ciento de los edificios, muchos construidos de adobe, y mató a 26 mil personas. Cuatro días antes un sismo de la misma magnitud sacudió a San Robles, ciudad californiana con estrictas normas de construcción. Sólo dos personas perecieron.
Hasta los países ricos llegan a estar desprevenidos. Cuando un terremoto cimbró a Kobe, en 1995, el hospital central se vino abajo, al igual que dos edificios designados como centros de respuesta sísmica. Y como no se cortó el suministro de gas, cientos de personas que habían sobrevivido al sismo murieron en incendios.
Así pues, la inversión en infraestructura, sistemas de alarma temprana y procedimientos de evacuación puede producir enormes dividendos. Al margen del terremoto en Kobe, Japón ha mejorado su prevención de desastres a pasos agigantados. Las medidas para controlar inundaciones y deslaves han reducido en forma dramática el número de muertes por los tifones que se abaten sobre el archipiélago cada año. Esa nación ha construido el mejor sistema de advertencia de tsunamis en el mundo, capaz de emitir alertas precisas minutos después de cada sacudida. Durante la conferencia de Kobe un sismo de 5 grados sacudió la costa de Hokkaido, la isla más septentrional de Japón. En minutos la radio y la televisión decían a los habitantes que en esta ocasión no había peligro de tsunami.
Aun sin cuantiosos recursos son posibles grandes mejoras. En Bangladesh unas 500 mil personas murieron a consecuencia de ciclones en 1970 y 1991. Ahora, dice Briceño, ''los sistemas de alerta temprana operan cada año en las inundaciones, cuando llegan los monzones y las lluvias... Bangladesh ha pasado de medio millón de muertos a unos miles''.
Cuando los países son incapaces en lo institucional y lo financiero de prepararse para desastres, el desarrollo a largo plazo sigue un sendero lateral. Si edificios vitales, como escuelas, hospitales y servicios de alojamiento de emergencia no están construidos para resistir desastres naturales, los países tienen continuamente que limpiar escombros y empezar de cero. ''Los desastres pueden borrar años de desarrollo en horas'', señala Klaus Töpfer, director ejecutivo del Programa Ambiental de Naciones Unidas, y añade que estas catástrofes representan una amenaza enorme para las metas de desarrollo del milenio del organismo, las cuales buscan reducir a la mitad la pobreza global hacia 2015.
Urbanización y degradación ambiental
La degradación ambiental también tiene un papel en el grado de severidad de algunos fenómenos naturales, al retirar barreras naturales a los huracanes y tormentas, como la cubierta arbórea y los bancos de coral. El año pasado un huracán mató a cerca de 3 mil personas en Haití, donde la pérdida de la protección de los manglares y la falta de organización civil dejaron expuesta a la población. En República Dominicana, que comparte la isla con Haití, el mismo huracán causó apenas un puñado de víctimas.
La urbanización sin control también ha expuesto a riesgos a millones de personas: muchas megalópolis de Asia y América Latina, construidas sobre fallas o en zonas costeras en riesgo de inundaciones, cuentan con reglamentos de construcción y servicios de emergencia irremediablemente deficientes.
Si bien las lecciones de la inadecuada preparación ante desastres naturales son obvias, las soluciones no lo son. Al igual que con los objetivos de salud y desarrollo, comenta Maryvonne Plessis-Fraissard, directora de Transporte y Desarrollo Urbano del Banco Mundial, sólo estados con gobernabilidad apropiada pueden esperar adoptar medidas adecuadas. Países que no pueden proporcionar agua potable a sus ciudadanos serán incapaces de instaurar procedimientos bien planeados de evacuación o de hacer cumplir normas de construcción.
Algunas medidas, como los sistemas de alarma temprana, sólo pueden coordinarse a escala internacional. La conferencia de Kobe adoptó un plan de acción global para una reducción sustancial de muertes por desastres naturales en la próxima década. Presionó a los gobiernos a dar prioridad a la reducción de desastres, garantizando que todos los edificios vitales se construyan conforme a las normas más avanzadas y que los países de alto riesgo cuenten con programas de evacuación bien investigados y brinden información apropiada a los ciudadanos. Pero organizaciones de caridad, entre ellas la Cruz Roja, criticaron la resolución por no fijar objetivos numéricos y por no vincular a los estados miembros.
Egeland ha llamado a la comunidad internacional de donadores a dedicar a la reducción de desastres 10% de los entre 4 mil y 5 mil mdd que se destinan cada año a la ayuda de emergencia, política ya respaldada por Gran Bretaña y Alemania.
Sin embargo, no hay método infalible para etiquetar recursos sumamente fungibles o garantizar que gastar más en algo no significará simplemente distraer fondos de proyectos igualmente urgentes. ''El peligro es que esto descienda a una disputa de territorios'', advierte Oxley, de Tearfund, quien acusa a las agencias de la ONU de gastar demasiado tiempo en pelear presupuestos y muy poco en coordinar actividades. ''Se requiere especificar qué va a hacer cada quien y cuándo. De otro modo los recursos simplemente se escurren por las rendijas''.
Incluso la tarea específica y relativamente sencilla de desarrollar un sistema de alerta temprana contra tsunamis en el océano Indico muestra la dificultad de organizar una respuesta racional. Países como EU, Alemania, Japón, Francia, China y Australia forcejean por ponerse a la cabeza del proceso. El primer ministro japonés, Junichiro Koizumi, tomó la iniciativa al aportar dos días a la conferencia de Kobe para trazar un plan. Pero India y China también anunciaron que realizarán conferencias. Y en Europa habrá varias reuniones.
''Se necesita asignar (donadores) a áreas específicas de trabajo o países concretos'', señala Briceño. ''Los sistemas de alerta temprana son un proceso muy complejo'', añade, refiriéndose a la necesidad de conjuntar sistemas nacionales en un todo coherente. ''No es sólo la capacidad técnica y científica, que coordina la Comisión Oceanográfica Intergubernamental de la UNESCO, sino la capacidad constructora de cada nación."
Plessis-Fraissard indica que a diferencia de los terremotos, que se miden en la escala Richter, muchos desastres naturales ni siquiera tienen un vocabulario internacional común.
Una vez que se emite una alerta contra tsunamis, es necesario desarrollar formas de enviar el mensaje a comunidades en riesgo, sea vía radio, sirenas o dispositivos personales distribuidos a una parte de la población. También es necesario que la gente sepa qué hacer y adónde ir. En Tokio, por ejemplo, toda residencia y oficina está asignada a un centro de evacuación cercano.
Los optimistas ven signos en días recientes de que las naciones donadoras han hecho a un lado su desconfianza en la burocracia de la ONU por el interés de dar un sistema funcional a la región del océano Indico. Naciones Unidas también se refiere al proceso como un esbozo de la forma en que puede organizarse la cooperación internacional en toda el área de prevención de desastres.
Sin embargo, es muy poco seguro que para cuando ocurra el próximo desastre natural el mundo esté más preparado que los millones de asiáticos que creían que los tsunamis tenían poca importancia para ellos.
Temor de una calamidad por el cambio climático
Cuatro huracanes azotaron el año pasado el Caribe y Florida, donde la industria aseguradora estadunidense estimó los daños en 22 mil mdd, escribe Fiona Harvey.
Tales desastres parecen estar en aumento. Según el Centro de Investigación sobre la Epidemiología de los Desastres, el número de fenómenos severos relacionados con el clima y los océanos se ha elevado seis o siete veces desde mediados del decenio de 1970 y ahora es de 400 al año. La Organización Meteorológica Internacional, parte de la UNESCO, la cual participa en la operación del sistema de alerta de tsunamis en el Pacífico, ha concluido que existe un vínculo claro entre el cambio climático y el creciente número de desastres naturales.
Para algunos, sin embargo, los huracanes de 2004 fueron sencillamente un suceso natural -otra manifestación del poder de los elementos- e incluso los científicos del gobierno estadunidense estaban divididos. Expertos del Centro Nacional de Investigación Atmosférica de EU consideran que esos fenómenos proporcionaron algunas de las pruebas más claras de cambio climático antropogénico (es decir, producido por el hombre). Pero la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica estadunidense, que opera el Centro Nacional de Huracanes, los atribuyó a una variación natural en el ciclo climático del Caribe.
Según esa dependencia, desde 1995 ''ha habido un incremento en la frecuencia e intensidad de los huracanes en la cuenca Atlántica. Pero nada se ha observado que sugiera algún acontecimiento diferente a una continuación del ciclo de mayor o menor actividad que ha estado ocurriendo en siglos recientes, en el cual cada fase dura varias décadas''. Añade que durante los decenios de 1970 y 1980 se observaron relativamente pocos huracanes grandes, en comparación con la actividad considerable entre el decenio de 1940 y principios del de 1960.
Ese es el problema con el cambio climático: por el momento no se puede asegurar que en realidad ocurre. Pero si sucesos como los huracanes de 2004 son una de sus primeras manifestaciones, es probable que las consecuencias del cambio sean muy graves. Y aun si sólo fueron efecto de un clima disparatado, el grueso de la opinión científica mundial sugiere que el cambio climático ocurrirá a consecuencia de lo que los seres humanos hacemos al planeta.
En una entrevista reciente con el Financial Times, el primer ministro británico Tony Blair expresó que ''la abrumadora probabilidad es que se trate de un problema'' y se comprometió a que durante su presidencia del Grupo de las 8 principales potencias industriales profundizará el diálogo sobre el tema.
Los científicos sostienen que estamos jugando con los sistemas climáticos de la Tierra y lanzamos gases de invernadero a la atmósfera, como bióxido de carbono y metano, los cuales atrapan la radiación infrarroja, en vez de permitir que se disipe en el espacio. La ciencia conoce este efecto desde el siglo XIX. La quema de combustibles fósiles libera grandes cantidades de gases de invernadero a la atmósfera. Se estima que hemos elevado el nivel de bióxido de carbono en la atmósfera de unas 280 partes por millón (ppm) en tiempos preindustriales a unas 380 ppm. Una alarmante consecuencia de este aumento es que la temperatura global se ha elevado. Cada uno de los 15 años más calurosos jamás registrados ha ocurrido de 1980 en adelante, y los cinco más calurosos de 1997 a la fecha, según el Consejo de Investigación del Ambiente Natural de GB.
Los escépticos dicen que el mundo se calienta por la razón natural de que emerge de una ''mini edad del hielo'', la cual dominó los siglos anteriores. En la historia del planeta ha habido muchas ocasiones en que el carbono atmosférico ha alcanzado niveles más altos sin intervención humana. En algunas etapas los casquetes polares casi han desaparecido.
Quien tenga la razón tendrá enorme impacto. Algunas empresas han adoptado la postura escéptica y rechazan los llamados a reducir las emisiones de carbono: en EU, por ejemplo, la Asociación Nacional de Manufactureros se mantiene firme contra las restricciones. Otros han adoptado un enfoque más cauteloso. Ya la industria de seguros -probablemente uno de los sectores más afectados por cualquier degradación del clima- se prepara para hacer frente a las posibles consecuencias.
Según algunos cálculos, el cambio climático costará al mundo 150 mil mdd anuales en el curso de 10 años, lo cual se traduce en 40 mil mdd sólo en costo por seguros.
En un discurso reciente, lord Oxburgh, presidente de Shell, llamó a promulgar reglamentos que estimulen la adopción de tecnologías bajas en carbono, lo cual, dijo, ''no ocurrirá si se deja al mercado a sus propias leyes''.
FUENTE: EIU/INFO-E
Traducción de textos: Jorge Anaya