Al menos otras 9 personas pierden la vida; los peligros de Bagdad, ahora en Líbano
Muere en atentado con coche bomba el ex premier Rafiq Hariri en Beirut
Tenía muchos enemigos en los mundos en que se desenvolvía: el político y el empresarial
Ampliar la imagen Un herido pide ayuda luego del estallido del coche bomba en Beirut en el cual murieron el l�r opositor Rafiq Hariri y nueve personas m�FOTO Reuters
Beirut, 14 de febrero. Vi la onda explosiva extenderse por la costera. Mi casa está a unos cientos de metros del lugar de la detonación y mi primer instinto fue mirar hacia arriba, buscar los aviones israelíes de alto vuelo que con regularidad rompen la barrera del sonido sobre Beirut. Luego vi ventanas de restaurantes destrozadas, comensales que salían manchados de sangre, y una gran mancha de humo que ascendía de la calle donde se encuentra el hotel Saint George. Beirut es mi hogar lejos del hogar, mi refugio de los peligros de Bagdad, y ahora Bagdad estaba en Líbano: una masacre del Día de San Valentín en las calles de una de las ciudades más seguras de Medio Oriente.
Corrí por la costera, mientras todas las demás personas se apresuraban en dirección opuesta, y de pronto me encontré con una masa de hule y automóviles en llamas. Había un hombre grande y fornido tirado en el pavimento, frente al hotel abandonado, donde aún se ven los daños causados por la guerra. Creí que era un costal hasta que noté la parte alta del cráneo. Y allí en la calle estaba una mano de mujer, todavía enfundada en un guante. En un auto se veían cuerpos ardiendo -murieron por lo menos nueve personas más, entre ellas un escolta de Hariri- y tuve la horrible visión de una mano que asomaba por la ventanilla del conductor. Aún no llegaban policías ni ambulancias, ni una brigada contra incendios. Los tanques de gasolina comenzaban a explotar, arrojando fuego hasta el otro lado de la calle, y el calor y del humo me impidieron aquilatar la extensión del daño.
Luego vi a un hombre que conozco, uno de los guardaespaldas de Rafiq Hariri, que miraba la escena aterrado. "El gran hombre se fue", me dijo.
¿El gran hombre? ¿Hariri? Antes me había encontrado a un reportero de la agencia Ap que escuchó lo mismo. Y al principio creí que eso de que el ex primer ministro libanés, el Señor Líbano, el hombre que más que ningún otro reconstruyó esta ciudad de las ruinas de la guerra civil, "se había ido", significaba que había escapado. Pero ¿cómo podría haber escapado a esta pira mortuoria? Unos policías corrieron hacia la devastación, y un hombre -otro guardaespaldas, me pareció- se acercó gritando a unas limusinas Mercedes que ardían, gritando "¡Ya-alá!", poniendo a Dios por testigo.
Hariri sólo viajaba en un convoy de Mercedes cargados de armas; no es raro que la explosión fuera tan tremenda: tenía que serlo para arrancar las portezuelas blindadas. Seguí a un detective que pasó al lado de un auto aún ardiendo -había otro cuerpo dentro, envuelto en llamas- hasta la orilla de un hoyanco de al menos tres metros de profundidad. Era el cráter. Poco a poco descendí por el borde. Todo lo que quedaba del coche bomba eran unos pedazos de metal de dos o tres centímetros de largo. El estallido lanzó al aire otro auto -tal vez uno de los de Hariri- hasta el tercer piso del anexo de un hotel vacío, donde aún ardía con furia.
Hariri, repetía para mí una y otra vez. Muchas veces me senté a su lado en entrevistas, en conferencias de prensa, en comidas y cenas. Alguna vez me habló en forma por demás conmovedora de un hijo que perdió en un accidente automovilístico en Estados Unidos. Me dijo que creía en la otra vida.
Tenía muchos enemigos. Enemigos políticos en Líbano, sirios que sospechaban -con razón- que quería echarlos del país; enemigos en el negocio de bienes raíces -porque había comprado para él grandes zonas de Beirut- y en los medios de comunicación, porque era dueño de un periódico y un canal de televisión. Pero sabía ser un hombre bueno y amable aunque fuera un empresario implacable; alguna vez lo comparé con el gato que se come al canario y luego admite con candor que sabía bien. El les envió esa cita a sus amigos. Su mano era una de las más poderosas que he estrechado en mi vida.
No pude ver su cuerpo. Pero a través del humo y el fuego, luego de trepar con dificultad por las mangueras de los bomberos, divisé la nueva "villa central" de Beirut, el reconstruido centro de esta hermosa ciudad que la empresa de Hariri -era dueño de 10 por ciento de las acciones de Solidere- edifica a partir de los escombros, parecidos a los de Dresde. Murió a unos metros de su creación. Dispersos en la calle había grandes trozos de concreto y charcos de sangre junto con objetos minúsculos y horribles: un zapato, un costoso abrigo de hombre, el guante de una mujer... con la mano dentro.
Fue una bomba que llevó mucho tiempo construir, un plan que requirió mucho tiempo preparar. Pocas personas se habrían fijado en ese automóvil estacionado junto a la pared de un hotel vacío, y mucho menos notado sus muelles dobladas bajo el peso de los explosivos, como sin duda lo estaban.
Los perpetradores no tuvieron miramientos. El pasado noviembre, una pequeña explosión, un intento -irónicamente a la misma distancia de mi casa- de asesinar a una prominente figura drusa, Marwan Hamade, fue de tan poca potencia que sólo mató al chofer. En cambio los asesinos de este lunes no se preocuparon por los inocentes: querían matar a Rafiq Hariri; ninguna otra cosa importaba.
De todas las calles circundantes salían hombres y mujeres con las ropas manchadas de sangre. Miles de ventanas habían estallado; los vidrios se les vinieron encima y allí estaban, con la sangre chorreándoles hasta los pantalones, las faldas y los zapatos mientras los socorristas de las primeras ambulancias gritaban a los bomberos que quitaran las mangueras del pavimento.
Toda la calle estaba resbaladiza por el agua y la sangre. En total conté 22 autos envueltos en llamas. El multimillonario saudita que cenaba con reyes y princesas, cuya amistad personal con Jacques Chirac ayudó a Líbano a librarse de su deuda pública de 41 mil millones de dólares, acabó su vida en este infierno.
En privado no ocultaba su animosidad hacia el Hezbollah, cuyos ataques a las tropas de ocupación israelíes antes de su retirada en 2000 retrasaron sus planes de recuperación económica para Líbano. Y si bien toleraba a los sirios, tenía sus propios planes para su retiro militar. ¿Sería cierto, como decían en Beirut en las semanas recientes, que Hariri era el líder secreto de la oposición política a la presencia siria? ¿O sus enemigos eran otras personas, más siniestras? Líbano está construido sobre instituciones que consagran el sectarismo como credo, según el cual el presidente debe ser siempre cristiano maronita, el primer ministro musulmán sunita -como Hariri-, y el presidente del Parlamento, musulmán chiíta. Quien haya planeado el asesinato de Hariri sabía que con ello reabriría las fisuras de la guerra civil de 1975-1990.
Exigen aclarar el crimen
Miles de sollozantes partidarios de Hariri se reunieron esta noche afuera de su palacio en Koreitem, en demanda de saber quién asesinó a su líder. Los hombres del ex gobernante asesinado recorrieron las calles, ordenando a los dueños de establecimientos cerrar las puertas.
¿Despertarán los fantasmas de la guerra civil de su sueño de 15 años? No sé la respuesta. Pero esa nube negra que la tarde de este lunes se cernió durante más de una hora sobre Beirut oscureció con mucho más que su sombra al pueblo que estaba debajo.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya