Usted está aquí: martes 15 de febrero de 2005 Mundo Héroes y delincuentes

Pedro Miguel

Héroes y delincuentes

Cuánta razón tiene monseñor Norberto Rivera cuando señala la tendencia de los medios a presentar a delincuentes como si fueran héroes, y cuando advierte que semejante manipulación alienta prácticas transgresoras en la niñez y la juventud: "Los grandes depredadores y los secuestradores, como el famoso Mochaorejas, son presentados de tal forma que se antoja pedirles un autógrafo", y "luego nos rasgamos las vestiduras cuando vemos en las noticias que los menores llevan armas a la escuela y buscan la forma de obtener drogas", afirmó el dirigente católico en su homilía de anteayer. Pues sí, la violación de las leyes y la agresión al prójimo son, desde siempre, caminos rápidos para ocupar, además de celdas de alta seguridad, sitiales destacados en la fama pública. Más allá de la cáscara mediática, dominada con hegemonía asfixiante por los grupos que también detentan el poder político, esta tergiversación es casi tan eterna como Roma, y casi consustancial a los intereses económicos y al ejercicio del gobierno.

Hace más de un siglo el incipiente show business estadunidense convirtió al genocida William Frederick Cody en el héroe popular (y adorado por los niños) Buffalo Bill. La figura de este asesino nacido en Iowa en 1846 da pie al ejercicio de la ambigüedad moral, como la del secuestrador mexicano mencionado por monseñor Rivera, es decir, ninguno, por más que uno y otros puedan inspirarnos, además de horror, indignación y miedo, una inmensa lástima porque llevan adentro una desolación y una destrucción comparables a la que produjeron en sus respectivos entornos sociales. Y además están los casos del pirata Francis Drake, un multihomicida premiado con un cargo nobiliario, antecedido en ese logro -es que esto no es nada más asunto de anglosajones- por cientos de adelantados españoles que llegaron a América a destruir ciudades y culturas con sus respectivos individuos.

En el siglo XX hemos visto la mágica conversión de bárbaros en salvadores de patrias: tomo sólo los ejemplos (para no convertir estas líneas en una serie de tomos) del Caudillo de España por la Gracia de Dios, quien hizo mucho más daño que el Mochaorejas, y el Padrecito Stalin, quien exterminó a tantos soviéticos, o más, que el propio Hitler. Y podríamos remontarnos a la pléyade de miembros del santoral católico que ganaron sus canonizaciones cortando cabezas (y orejas y dedos) de moros, cátaros, protestantes y demás infieles que, a la larga, resultaron no serlo tanto. La elocuencia dominical de monseñor se quedó corta, porque no son sólo los medios, sino el modelo civilizatorio en su conjunto el que produce héroes con materia prima de criminales.

Pero el discurso oficial de los poderes terrenales (y hasta de otros que se pretenden incluso más encumbrados) también realiza la operación contraria, e igualmente perversa, y convierte a personas decentes, constructivas y buenas en peligrosos delincuentes. Por décadas, Nelson Mandela fue presentado por el extinto régimen racista de Pretoria como "terrorista", y Vaclav Havel era un "agitador" y "antisocial" para la dictadura impuesta en 1968 por los tanques soviéticos en Praga. Ahora recuerdo otro ejemplo de esta clase de distorsiones:

"Por la autoridad de Dios Todopoderoso, el Padre, Hijo y Espíritu Santo; y de los santos cánones, y de la Inmaculada Virgen María madre y nodriza de nuestro Salvador (...), lo excomulgamos y anatematizamos, y lo secuestramos de los umbrales de la iglesia del Dios omnipotente, para que pueda ser atormentado por eternos y tremendos sufrimientos (...) Que sea condenado en su pecho, en su corazón y en todas las vísceras de su cuerpo. Que sea condenado en sus venas, en sus músculos, en sus caderas, en sus piernas, pies y uñas de los pies. Que sea maldito en todas las junturas y articulaciones de su cuerpo. (...) Que desde la parte superior de su cabeza hasta la planta de sus pies, no haya nada bueno en él. Que el Hijo del Dios viviente, con toda la gloria de su majestad, lo maldiga, y que el cielo con todos los poderes que hay en él se subleven contra él, lo maldigan y lo condenen. Amén. ¡Así sea! Amén". Estas son algunas de las palabras que la Iglesia de Pío VII -representada en México por personajes como Manuel Abad y Queipo, obispo de Michoacán- dedicó a Miguel Hidalgo y Costilla, un personaje que, por cierto, tampoco admitía ambigüedad en los juicios. De 1811 a la fecha la jerarquía eclesiástica ha afinado la puntería: ahora, en vez de excomulgar a Hidalgo, excomulga al Mochaorejas. Lo de menos es que en los 194 años transcurridos desde el primer suceso nadie haya pedido perdón por haber presentado a un héroe como si hubiese sido delincuente. Lo importante es que monseñor Rivera tiene razón, y que tampoco está bien tratar a los delincuentes como si fueran héroes.

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