Los ángeles de Puebla
Acaso ningún estilo más apropiado para expresar la ascensión y el vuelo que el del arte barroco. ''Perla irregular", indica el diccionario a propósito del origen de la palabra barroco. Perla, pues, primigenia, auténtica, intacta, sin pulidos, tal cual aparece en su concha. Movimiento sinuoso de las líneas curvas: erranzas de un recorrido que se niega a ir directamente de un punto de partida a una meta. Quizá porque no tiene un objetivo preciso, un destino final, como tal vez tampoco un comienzo.
La recta recorre un tiempo lineal, de un pasado a un futuro, mínimo, sin desvíos. La curva desconoce el paso del tiempo, se pasea en él, saltando alegremente sus barreras, negándolo y apropiándoselo definitivamente, convertida en tiempo: se esfuma al aparecer y aparece al esfumarse en una epifanía constante: el presente perpetuo.
A pesar de la idea difundida que le atribuye recargamiento, profusión, exceso, volutas, roleos y adornos, el barroco puede ser sobrio. Movimiento de ruptura y de encuentros, escapa a la gravedad de la tierra y se eleva en un vuelo que es flotación en el aire. No va a ninguna parte: está ahí, es, simplemente es. Vuelo invisible de la inmovilidad. El barroco puede, también, ser abstracto.
Carmen Parra destaca, con excelencia, en la expresión del arte barroco. Artista contemporánea, única en este género, reconoce sus raíces en la tradición colonial del barroco, de la que se desprende, en un movimiento de ruptura, para renovarla en nuevos encuentros. Por ejemplo: las pinturas del órgano de Catedral. Primavera de 94 o 95, alrededor de un libro abierto sobre la mesa del taller de Clot et Bransem, se inclinan varias personas. La reproducción de la tela de Parra absorbe la respiración, el espacio se reduce invadido por los tubos del órgano que se elevan al unísono del aire que aspiran y suspiran.
-C'est elle l'artiste!
La enorme mano de Peter Bransem cubre toda la hoja del libro antes de deslizarse en una caricia sobre los tubos del órgano que emprenden el vuelo.
Topor se ríe con su risa nerviosa, aguda, que penetra en los cráneos de sus vecinos:
-Es ella la artista.
-Barroco abstracto -señala Saura.
-Eso es el barroco -murmura para sí mismo Alechinsky.
Veleros que navegan impulsados por el viento, ángeles que flotan en el aire, tubos de órganos que despegan en un vuelo hacia el espacio sideral: movimiento perpetuo en la pintura de Carmen Parra. Y en sus esculturas.
Nadie más indicada que ella para crear los arcángeles que debían bendecir en el sur de Puebla de los Angeles a los viajeros que llegan o se van. El proyecto de esta artista fue aceptado y un arcángel nació en los talleres de Juan Alvarez: Uriel. Sus alas de láminas de acero propulsan su elevación hacia el éxtasis que reflejan su rostro: esa mirada mística, de San Juan o Santa Teresa, que Miguel Angel atrapa al vuelo.
La inauguración de este ''distribuidor", entrada sur, tuvo lugar. Sólo que los susodichos arcángeles no vuelan. Al contrario, parecen hundirse aplastados por su propio peso. Groseramente reales, visibles, son una copia detestable de la obra de Carmen Parra.
¿Por qué? Porque no son de Carmen. Son obra de un anónimo clandestino (perdón por los pleonasmos), cuyo nombre se esconde. Cierto, copiaron de alguna manera, burda, los arcángeles de Parra. Ofensa a una ciudad diseñada por los ángeles donde se instalaría el barroco en todo su esplendor.
Copia, imitación: no hay otra forma de aprendizaje. La falsificación puede ser genial cuando el falsario es capaz de crear. La creatividad abrirá más tarde su camino al artista verdadero. Pero los arcángeles inaugurados en Puebla son simple y sencillamente falsos. Tal es la mayor ofensa a un artista. Cervantes prefirió matar al Quijote que dejarlo en manos de malos copistas. Porque no hay nada más agresivamente cruel para un artista que ver confundir su obra con una imitación tosca, envilecedora.
Sin duda a causa de esta escandalosa situación, se forma de manera espontánea un comité europeo de defensa de los arcángeles que saben volar, los de Carmen Parra, contra los kilos de acero que se aplastan al sur de Puebla de los Angeles.