Otro día sin tacha en la competencia
Berlin, 15 de febrero. El país anfitrión ofreció su segunda concursante con Gespenster (Fantasmas), tercer largometraje de Christian Petzold que, tras un arranque flojo, encuentra sus mejores virtudes en un tono desdramatizado, de marcada ambigüedad, al narrar la historia de una adolescente vagabunda de Berlín que parece haber encontrado a su madre perdida en una mujer francesa recién salida de una clínica siquiátrica. No es el tipo de películas que cosecha premios, pero sí logra inquietar al espectador.
Uno siempre agradece una película de samurai, o sea del llamado género chambara después de haber admirado las películas de Kurosawa y Kobayashi de los años 50 y 60. El director Yoji Yamada es quizá su último cultivador respetuoso ya que ni Kakushi ken -Oni no tsume (La navaja escondida) ni su anterior El samurai crepuscular (2002), ofrecen algún elemento subversivo, como la mirada gay de Nagisa Oshima en Gohatto, o la parodia irreverente de Takeshi Kitano en la divertida Zatoichi (a punto de exhibirse en el segundo Festival de Cine Contemporáneo).
Cabe señalar que Kakushi-ken es la 78 película de una filmografía iniciada en 1961. Es decir, que Yamada pertenece a la vieja guardia del cine nipón. Por eso, su historia es un repaso tradicional a los temas de honor y lealtad entre guerreros samurai, con una subtrama de amor -el protagonista se enamora de una sirvienta y la rescata de un matrimonio infeliz- y un enfrentamiento final al corrupto jefe del clan. Tal vez el cineasta pudo haber sido más elíptico en su relato pero el cine japonés épico no se ha caracterizado por su brevedad. (Por cierto, la película no debe ser muy, muy nueva, Quien esto escribe la vio el mes pasado en un vuelo de Japan Air Lines).
Lo que ya se ha vuelto un género es el drama sobre el Holocausto. La coproducción húngara-germano-británica Sorstalanság (Sin destino) fue añadida a último minuto a la competencia -sustituyendo a la estadunidense Heights- y marca el tardío debut como realizador del afamado cinefotógrafo Lajos Koltai. Adaptada por el escritor Imre Kertesz de su propia novela autobiográfica, la película narra la experiencia de un adolescente judío en Budapest hacia el final de la guerra, siguiendo la cronología usual de hechos: la inquietud entre la comunidad cuando la persecución se agudiza, el ser separado de la familia, el transporte en tren a un campo de exterminio (Buchenwald, en este caso) y la dura supervivencia entre el hambre, la enfermedad y las atrocidades, seguida por la liberación a manos de los aliados y la recuperación de la humanidad por parte del protagonista.
Koltai no añade a esa descripción más que una fotografía -de Gyula Pados- de grandes vuelos estéticos, con un deslavado tipo La lista de Schindler que va del sepia al tono verdoso, con ocasionales énfasis cromáticos en algunos objetos. Lo cual lleva a un viejo debate sobre si es válido abordar un tema esencialmente horrible con tanta belleza formal. Tal vez por eso, Sorstalanság no provoca otra emoción que el sobrecogimiento ante el sufrimiento humano.
De todos modos, ha sido otra jornada aceptable de la competencia. Muy por encima del nivel de los primeros días, que recordamos con escalofríos.