Todos pierden, ¿alguien gana?
El escándalo prevalece cuando la política desfallece. Y es ésta la situación que vive México en estos momentos. No es un asunto contingente, sino una expresión clara de lo mucho que nos falta por hacer. Podría ser, también, un síntoma de lo mal que lo hemos hecho.
Lo de Petróleos Mexicanos (Pemex) es muy grave por donde quiera que se le vea, porque nos remite a prácticas e inercias arcaicas de las que buen uso hicieron los que mandaban, pero también buena parte de los que querían sucederlos. Se llamaba patrimonialismo y se llama corrupción.
Pero es más grave aún el proceso, el tiempo y la forma escogidos por el gobierno para dirimirlo y ventilarlo. La Secretaría de la Función Pública (SFP) debe consignar ante la justicia lo que encuentre en su rutinario quehacer, pero la Procuraduría General de la República (PGR) tiene que tomarse el tiempo necesario, con la discreción máxima posible, para fincar responsabilidades y actuar en lo penal cuando así proceda. No ha ocurrido así, y lo que hoy se tiene es, por una parte, un diferendo público entre la SFP y la PGR, y, por otra, el consabido litigio a través de los medios, pero ahora en medio de un conflicto político de enorme importancia como es el relevo en los mandos nacionales del Partido Revolucionario Institucional (PRI), cruzado como nunca por la desconfianza y la tentación por la fuga.
Lo habrán pensado o no en el gobierno, pero las consecuencias de todo esto pueden ser nefastas para el partido acusado y ya juzgado y condenado, pero también para el conjunto del sistema político que se quiere plural y de partidos. Todo está en el aire, si se habla de procedimientos judiciales, pero lo que no puede estarlo es la industria petrolera, cuyo poderoso sindicato también está en el banquillo de los acusados, también condenado de antemano por la tribu de fiscales de oficio en que se han convertido la tele y la radio de la democracia y la transparencia.
El manejo de medios no dista mucho del que se hacía en el viejo régimen; sólo queda esperar que el desempeño judicial sea distinto y en verdad distante de aquella época. De esto depende que el frágil sistema de partidos frágiles con que contamos se mantenga, para seguir en la difícil senda de reformas que no sólo no ha concluido sino que se ha complicado después de este diciembre casi negro y este enero tenebroso. Para no hablar del daño mayor que ya se infligió a la industria nacional por excelencia, de la que todavía hoy, con tanta modernidad, dependemos todos.
Si se quiere vivir una democracia moderna, tiene que asumirse la importancia vital del proceso y del respeto a las leyes y a los responsables de aplicarlas. Sin eso, no hay democracia y la dictadura siempre está cerca.
No hay por qué exagerar, pero las conductas recientes del poder constituido, con la Policía Federal Preventiva tomando la Comisión Nacional del Agua, la SFP actuando como "adelantada" y como coadyuvante oficiosa o vocera de la PGR, o el jefe de Gobierno del Distrito Federal alegando contar con "mandato legítimo" gracias a 80 mil telefonazos en apoyo de su segundo piso, conforman un ominoso escenario para el avance de un sistema democrático que requiere, como nunca, de acuerdos en el contexto de la ley y no en paralelo de ésta.
Los llamados al orden de la empresa y los bien pensantes traerán de ahora en adelante la advertencia sobre la regresión posible, no deseada por nadie, pero al final admitida como solución por los poderosos en tiempos de crisis.
Respetar y no subvertir el proceso jurídico es una obligación del gobernante democrático. Alterarlo o adulterarlo va contra un orden político que ni siquiera hemos podido hacer cabalmente, pero que está ya bajo el fuego graneado del crimen organizado y los reclamos del exterior, de Estados Unidos a la Unión Europea, que no se pueden dar el lujo de un México desgobernado.
No sabemos dónde parará el cohete de Pemex. Si servirá para apurar la división del PRI o para "legitimar" la venta de la industria, o si redundará en otra dosis de descrédito para los órganos del Estado encargados de procurar la justicia, con la ampliación del escepticismo ciudadano respecto de la política y de cualquier gobierno.
Lo que sí podemos decir es que el daño es grande y que como República no sabemos cómo encararlo. Esta es la situación de hoy y los partidos deberían tomar nota, en vez de tratar de treparse al carro y convocar a erigir horcas en todos lados. Hasta en el Instituto Federal Electoral, sobre el que varios han apuntado ya su mezquina mira.
Afirmar el respeto comprometido a un orden democrático aún por hacer es fundamental, pero eso depende de lo que hagan los "villanos" de la temporada decembrina. Esta es la paradoja cruel en que vive México después de tanto grito y sombrerazo, y del rechazo fariseo al pacto en lo fundamental. Recuperar el rumbo implica defender lo que hemos construido para la política y, en un momento en que todos perdemos, saber identificar a los que de todos modos ganan. Por ahí debe andar el hilo que nos saque del laberinto.