La impactante Normal
La Benemérita Escuela Nacional de Maestros, mejor conocida como "La Normal", ha sido una institución ligada a la historia del México que nació del movimiento independentista, cuando surgió la necesidad de quitarle a la Iglesia la función educativa, que había venido desempeñando durante el virreinato; prácticamente todas las escuelas eran de religiosos. Para los liberales decimonónicos una de sus preocupaciones fue establecer un sistema educativo que llegara a todas las clases sociales, sin ninguna atadura religiosa. Esto llevó a que en las Leyes de Reforma se estableciera la obligación del Estado de impartir educación laica y gratuita, pero surgió el problema de preparar maestros, ya que con la aplicación de las Leyes de Exclaustración de los Bienes Religiosos desaparecieron las instituciones educativas que dependían de la Iglesia.
Fue hasta 1882 cuando se logró, a iniciativa de don Ignacio Manuel Altamirano, la creación de la Escuela Normal para Profesores de Instrucción Primaria, que comenzó a funcionar en el edificio que construyó el hijo de Porfirio Díaz, donde estuvo el convento de Santa Teresa la Antigua, que hoy se conoce como Palacio de la Autonomía.
En el siglo XX, durante el movimiento revolucionario, los normalistas, quienes se habían formado una conciencia social muy crítica al enfrentarse a una población que en su mayoría vivía en la miseria y en la que había 84 por ciento de analfabetos, tuvieron activa participación, que llevó a que durante el gobierno del "chacal" Victoriano Huerta la Escuela Normal fuera tomada por el Ejército. En respuesta, los maestros se lanzaron a los campos de batalla y hubo muchos muertos.
En los años 20 la Escuela Normal se cambió a unas instalaciones de estilo neocolonial en el antiguo casco de la Hacienda de Santo Tomás. Con el paso del tiempo éstas resultaron insuficientes y en 1946 el gobierno alemanista encargó a Mario Pani que diseñara la nueva escuela en la calzada México-Tacuba. El talentoso arquitecto creó una obra extraordinaria en muchos sentidos. Las instalaciones contemplaban los sistemas educativos más modernos y se incluían seis escuelas de todos los niveles dentro del campus, para que ahí mismo pudieran hacer sus prácticas los futuros maestros. Una biblioteca para 200 mil volúmenes, gimnasios, albercas, canchas deportivas, un estadio con 15 mil asientos y tres auditorios, dos cerrados y uno abierto.
La arquitectura era espectacular; la fachada principal tenía una torre de 10 pisos y a los lados unas construcciones bajas, decoradas con altorrelieves del escultor Luis Ortiz Monasterio, que representan escenas que van de la prehistoria a los años 40 del siglo XX, en un estilo muy de esos años que muestra personajes, paisajes e instituciones representativas de la historia nacional. Se les siente el espíritu nacionalista que surgió de la Revolución. Enfrente, un gran espejo de agua; el resto de las instalaciones están salpicadas con zonas jardinadas, todas buenas muestras de arquitectura de la época. Varías de estas edificaciones han desaparecido o se han transformado; la torre, porque estuvo a punto de desplomarse por los temblores; el espejo de agua se convirtió en la Plaza Cívica, y buena parte de los edificios fueron modificados para darles otro uso, al igual que las impresionantes instalaciones deportivas.
Sin embargo, continúa siendo deslumbrante particularmente el auditorio abierto, que es un espacio inmenso en forma triangular, con gradas de cemento y ladrillos rojos, y en el escenario muestra un mural de José Clemente Orozco de proporciones monumentales: ¡380 metros cuadrados! Titulado Alegoría nacional, es impactante por las formas, colores, materiales, símbolos y metáforas que hablan del México al que aspiraba. Tuvo además el reto de integrar a la magna obra la portada estilo barroco labrada en piedra de la antigua Normal de Santo Tomás. Por cierto, ambas necesitan una restauración.
En estos días la Normal festeja 118 años de vida con diversos eventos culturales, todos interesantes, así que es buena ocasión para visitarla y gozar de sus viejos encantos. En la cercana avenida Azcapotzalco, esquina con Esperanza, se encuentra el restaurante Los Jarochos, con la alegría y buena comida que su nombre indica, y que en este caso no desilusiona. Hay que comenzar con un "torito" típico de la región y a continuación un "vuelve a la vida", seguido de un arroz a la tumbada y compartir una parrillada de mariscos, pues hay que dejar lugar para las fresas flameadas y un buen café de Coatepec.