Usted está aquí: domingo 20 de febrero de 2005 Sociedad y Justicia Lo prohibido

MAR DE HISTORIAS

Lo prohibido

Cristina Pacheco

No somos dueños de nada y menos de nuestra vida: ella ordena, decide; si se le antoja y tienes suerte, a nombre de Dios permite que amanezcas. Muy agradecido te levantas, haces planes, organizas tu tiempo, piensas en lo que harás por la noche. Pero sucede algo imprevisto que te cambia la jugada para ese día y quizá para siempre.

Hoy cuando me levanté vi el cielo menos oscuro que otras mañanas y ya con eso me sentí contenta. Pensé que en la tardecita, cuando hubiera terminado mi quehacer, caminaría hasta 20 de Noviembre para comprarme un mantel deshilado y a lo mejor de regreso me detenía en Beba's para cenar.

A las siete de la mañana, cuando estaba lavando el zaguán, me saludaron Fabián y Carmela. Me encanta verlos salir juntos: ella se va a su trabajo y él -que no lo tiene- no sé adónde. El chiste es que siempre regresa un poquito más tarde que su mujer. Alguna vez tuve la sospecha de que Fabián se esperaba a que Carmela pasara y sólo entonces volvía a El Avispero. Ahora sé que mi suposición era correcta.

¿A cuál de los dos se le habrá ocurrido ese detalle? Supongo que a él. Así mata dos pájaros de un tiro: defiende su papel de macho y protege a su mujer contra las habladurías: nadie puede maliciar nada de Carmela porque ella llega a su casa a la hora correcta y con la bolsa del pan recién comprado en Los Volcanes.

Las noches en que de casualidad coincidimos en la panadería procuro quedarme platicando con las dependientas para no llegar a la caja al mismo tiempo que Carmela: me da vergüenza, o a lo mejor envidia, que ella pague ocho piezas de pan y yo nada más dos.

Mientras Carmela se aleja rumbo a El Avispero permanezco en la puerta de Los Volcanes. Verla alejarse con esa bolsa de pan es para mí como una ventana por donde me asomo a la felicidad conyugal. Pasé años lamentando no haberla conocido y alguna vez -Dios me perdone- maldije mi destino de hija-única-con-una-madre-enferma porque, según yo, eso me había privado de estar con un hombre como Fabián, salir con él por la mañana y de vuelta a la casa en la noche, comprarle sus panes predilectos.
Después de que, sin proponérmelo, al mediodía escuché la conversación entre Fabián y Carmela, me sentí desmoralizada, triste. Me pareció muy injusto que dos personas que no son muy íntimas interfirieran así en mi vida, en mis planes, y reaccioné.

Por la tarde salí de paseo, fui a saludar a Raquel, compré mi mantelito y antes de subir a mi periquera me detuve para cenar en Beba's. Allí estaban Fabián y Carmela muy quitados de la pena, comiendo en la mesa del rincón. Antes de que me dirigieran la palabra preferí salirme. Sabía que no iba a poder hablarles como si no supiera que su aparente felicidad es un telón que esconde una vida miserable clavada en la punta de un alfiler.

Me fui a la cama sin cenar. Prendí el radio. Quería olvidarme de la conversación que Carmela y Fabián sostuvieron al mediodía debajo de la escalera. Antes de que ellos llegaran yo había entrado en el 001 para buscar unos cables que me estaban haciendo falta. Me extrañó escuchar el taconeo de Carmela y enseguida la voz de Fabián:

Orale, chaparra: ¿qué haces aquí a estas horas?

Carmela me pareció tan sorprendida como él:

¿Y tú?

Me di cuenta de que Fabián estaba inventando un pretexto:

Cuando salimos se me olvidó decírtelo: Aníbal me encargó que fuera al Monte a refrendar la boleta de su herramienta. Regresé a traérsela cuando te vi. ¿Por qué no estás en la fábrica?

Carmela tardó en responderle:

Fue espantoso, te lo juro. No sé cómo explicártelo.

Me pegué a la cerradura para escuchar mejor a Fabián:

Pues normal: con palabras.

Sentí feo de oír que Carmela lloraba cuando respondió:

Tuve que salirme de la fábrica porque si no quién sabe qué hubiera hecho.

Fabián se alarmó:

¡No pediste permiso! Híjole, a ver si no te descuentan el día.

Me sorprendió que Carmela pasara del llanto a la risa:

¿Es lo único que te importa?

Fabián comprendió que había metido la pata y quiso componerle:

No quiero que tengas problemas. Me has dicho que por tres días que te descuenten, sales suspendida una quincena, y como están las cosas... ¿Vas a llorar de nuevo? ¡Contrólate! Si alguien pasa y te ve, se arma el chisme. Ya sabes cómo son en El Avispero.

Me pareció que no debía seguir oyendo una conversación tan privada. Iba a salir del 001 pero no pude porque Fabián se recargó en la puerta de la covacha y ya no tuve más remedio que estarme quieta y escuchar a Carmela:

Pero cómo quieres que no llore si todo fue tan horrible, tan humillante... Me entenderías si hubieras visto cómo se puso el señor Alonso. Lo recuerdo y siento ganas de vomitar.

Fabián dio un puñetazo en la pared:

Ya déjate de misterios y dime de una vez por todas qué pasó.

Carmela respondió como si estuviera escupiendo las palabras:

Lo peor que puedas imaginarte.

La voz de Fabián denotó pánico, desesperación:

¿Te corrieron? Carmela le contestó con una risa que era más bien como un aullidito y su marido su impacientó: ¿De qué te ríes?

Esperé temblando la respuesta:

De ti, de que seas tan mezquino y tan estúpido como para no darte cuenta de que podría haberme sucedido algo peor.

Me extrañó la pregunta de Fabián:

¿Cómo qué?

Por su tono me di cuenta de que Carmela temblaba:

Que el señor Alonso me violara. Todo el tiempo me falta al respeto, pero hoy fue muy descarado. ¿Sabes lo que me pidió?

Fabián se tardó mucho en contestar a Carmela:

¿Te digo algo pero no te enojas? Pienso que tú tienes la culpa. Sabes que jamás me meto en tus asuntos, pero como está la situación, creo que no deberías ir al trabajo con ropa tan entallada como la que traes puesta. ¿Ya te viste? Digo, si a mí, que soy tu esposo, me alborotas la hormona, imagínate cómo pondrás a ese pobre viejo pendejo. Y tampoco seas tan fijadita: si Alonso te habla de cosas, no lo peles, dale el avión. La cosa es que te concentres en el trabajo.

En el lugar de Carmela habría escupido a Fabián, pero ella nada más le preguntó:

¿Es lo único que se te ocurre decirme? Que me vista de otra forma y haga como si nada cuando el señor Alonso quiere meterme mano. Hoy fue tan descarado... Poco faltó para que me advirtiera que si no me acuesto con él puede correrme. No dudo que lo haga: hay miles de mujeres dispuestas a todo -así como lo oyes: a todo- con tal de tener trabajo.

Oí a Fabián acercarse a Carmela para abrazarla. Ella se resistió:

¡Déjame! ¿Para qué te me acercas si no te importo?

Fabián se puso tierno:

Por favor... Sabes cuánto te quiero, ¿verdad? Haría cualquier cosa por ti. No olvides que cuentas conmigo y que te apoyo en todo.

Le di gracias a Dios de que Fabián hubiera reaccionado. Después de que se besaron oí más tranquila a Carmela:

Entonces, ¿qué hago? Le llevo mi renuncia al señor Alonso o simplemente ya no regreso a la fábrica.

Fabián se transformó en un segundo:

¿Estás loca, pendeja? Se trata de arreglar las cosas, no de empeorarlas. Aguántate mientras consigo algo. Será pronto: El Tatacho anda redondeando un bisne y quiere que jale con él. Después te cuento. Ahorita sube a cambiarte para que regreses a la fábrica. Se alejaron, pero alcancé a oír que Fabián le decía:

Chaparra: ¿ves que siempre te apoyo?

Me quedé en el 001. No tenía caso que alguien me viera llorar.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.