Usted está aquí: domingo 20 de febrero de 2005 Cultura Pablo O'Higgins y la diáspora artística

Carlos Montemayor /I

Pablo O'Higgins y la diáspora artística

Ampliar la imagen Frescos de O�Higgins en el mercado Abelardo L. Rodr�ez, en el Centro Hist�o FOTO Jos�u�

El 4 de febrero de 1939 apareció en un semanario de Estados Unidos, el Progressive Weekley People's Daily World, una entrevista que Howard Rushmore sostuvo con el pintor Pablo O'Higgins. La entrevista es relevante por los motivos plásticos, sociales y biográficos que desarrolló O'Higgins. Con sencillez, el pintor explicó: "Fui a México en 1923. Fui allí porque era un artista y porque había oído decir que era un país lleno de salvaje belleza y de un color digno de un lienzo de El Greco. Pero no me fui como se iban muchos escritores norteamericanos de esos tiempos que huían a París. Yo no estaba aburrido de mi país. Quería visitar a mis vecinos".

De algunos de esos escritores que "huyeron" a París he sido lector atento. William Faulkner, por ejemplo, estuvo temporalmente en Francia quizá para encontrarse más cerca de sí mismo y sobre todo más cerca del territorio sureño bañado por el río Mississippi que bautizó como el Condado de Yokapatawpha. Luego, al regresar a su país, no volvió a abandonar ese condado imaginario y real. Ernest Hemingway, en cambio, viajó a París en búsqueda no tanto de la ciudad misma, sino de su visión del mundo y de los anglosajones exiliados en el mundo. Su obra retuvo la búsqueda interior de estadounidenses fuera de su territorio natal, pero ubicados o desplazándose con naturalidad en otros continentes. Su huida a París se convirtió finalmente en el vasto refugio de Cuba, en un sitio no muy lejano de La Habana y en ese momento selvático y aislado. No era aburrición, sino concentración en su tarea personal, en su búsqueda personal, en su relación con la caza, la pesca, el mar, la selva, el calor, la exuberancia. Pero regresó a morir a su tierra. Su verdadera "huida" del mundo la consumó retornando a su país.

Faulkner y Hemingway eran novelistas. El caso del poeta Ezra Pound fue distinto. Pound asumió una actitud más radical. París fue una escala en su búsqueda del mundo, una escala en una búsqueda artística y humana que lo llevó a la inmensa travesía por la poesía china, griega, latina, provenzal, italiana. París también fue una etapa previa a su encuentro con Italia. Después de un largo periplo, se estableció en Venecia. No "huyó" de ahí para acabar sus días. No regresó a vivir ni a morir a su país natal. Escribió para el mundo y desde el mundo, sabiendo que pertenecía a la sola tribu de la especie. Este poeta radical, ideológicamente en las antípodas de Pablo O'Higgins, me parece, sin embargo, más cercano, más coincidente con el pintor que los otros escritores estadunidenses que huyeron no para encontrarse con el mundo, sino consigo mismos. Ezra Pound y Pablo O'Higgins lograron vivir natural y apasionadamente en un país que no fue su tierra natal. Los dos construyeron el mundo en las tierras a donde llegaron. Los dos estuvieron abiertos al mundo que los recibió y los retuvo. Ideológica, políticamente, repito, fueron antípodas. Humanamente, fueron preclaros ejemplos de lo que el pueblo estadounidense puede aportar cuando se trata de comprender el mundo.

Diego Rivera fue el eje esencial de la incorporación inicial de Pablo O'Higgins a México. Después, para su permanencia, fueron esenciales Leopoldo Méndez y los compañeros del Taller de Gráfica Popular. Colaboró muy cercanamente con Diego Rivera en la ejecución de los murales de la Secretaría de Educación Pública y de la Escuela de Agricultura de Chapingo. Diego representó una vía de comunicación con la vida social y cultural de México en múltiples sentidos; también, una enseñanza en la técnica de pigmentos, mezclas y colores. Su relación con Rivera abarcó zonas artísticas, regionales, sociales y políticas. Empero, las luchas sociales de México causaron en Pablo O'Higgins una profunda impresión y empatía; lo atrajo la fuerza popular que comenzaba por esos días a transformar el país. Sin las raíces democráticas que en él se afirmaban, no hubiera podido Pablo O'Higgins amar y permanecer en México de manera tan plena y profunda:

''No, no pienso que el Río Grande sea una línea divisoria. Es tan sólo un río cuya poca profundidad permite que los norteamericanos y los mexicanos lo crucen para conocerse. Estoy orgulloso de ser un fiel ciudadano del norte e igualmente orgulloso de haberme ganado el cariño del pueblo mexicano. La bandera de la democracia es un todo unido. Uno puede ponerse a su servicio o no. Creo que el O'Higgins de 1776 compartiría la misma opinión que yo", comentó el pintor en otra parte de la entrevista con Howard Rushmore.

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Este es uno de los rasgos que explican su grandeza. Parafraseando a O'Higgins, en distintos momentos artistas de otros países "huyeron" de sus territorios natales no para llegar a París, sino a México. En el siglo XX podríamos destacar artistas, sin hablar de los exiliados de la república española, como los escritores D.H. Lawrence, Malcom Lowry, Graham Green, la fotógrafa Tina Modotti, el director de teatro Seki Sano o la bailarina Waldeen. Sólo algunos pudieron descubrir en México que el mundo somos todos. Pablo O'Higgins, como Waldeen, como Tina Modotti, como Seki Sano, destaca por su fusión con México, por su voluntad de crear en México el arte que pertenece al mundo, que pertenece a la fuerza humana que quiere construir el mundo, que quiere hacerlo mejor.

Su arte provenía de su talento, sí, de su inteligencia, de su concentrada reflexión en planos, colores, geometría, movimiento, síntesis, que le permitían entender que "un país lleno de salvaje belleza" pudiera tener colores dignos "de un lienzo de El Greco". Pero también nacía de un alma que, sin olvidar raíces familiares e históricas, era capaz de comprender que la edificación de un mundo más justo, de una sociedad más plena, podía realizarse en cualquier punto de la tierra, en cualquier cultura. México era un llamado, una confirmación de su vocación, de su voluntad edificante y solidaria, no un llamado al exilio ni al ahondamiento de un trayecto subjetivo y solitario.

"Cuando llegué a México en 1923, comenzaba a alzarse la poderosa corriente subterránea de levantamientos sociales", dijo en la misma entrevista. "Era un proceso lento, pero vigoroso, que habría de culminar en la ola democrática del año 1935. Pero en aquellos días cualquier visitante podía llegar a sentir la inquietud social y darse cuenta de que sobrevendría un cambio. Empecé a mirar a mi alrededor, por debajo de la superficie de las cosas, y pronto comencé a pensar en los movimientos que se producían, pero no precisamente para confinarlos al lienzo. Tuve la certeza de que me encontraba viviendo con un pueblo que luchaba por su vida misma y que tenía la posibilidad de fundirme con ellos."

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Hay épocas donde los artistas piensan que su arte es una forma de ostentar el talento, su individualidad. O mejor, en cada época hay artistas donde predomina la idea del arte como una expresión personal, como una decisión subjetiva, y artistas para los cuales el arte nace de una concurrencia de valores, fuerzas, múltiples influencias del complejo social donde el artista vive y desarrolla su obra. Según la conciencia que el artista tenga de esta múltiple vinculación de la vida, entenderá que su obra puede formar parte no sólo de un repertorio de expresiones privadas e íntimas, intransferibles, sino también de una voluntad social e histórica que se propone comprender, señalar, revelar el mundo real que los seres humanos vivimos, pero no comprendemos. En este sentido, el arte no ocurre como fenómeno aislado, sino como hecho social; no como expresión íntima y desligada del mundo real, sino como una participación en el conocimiento del mundo, en la revelación del ser humano y de la sociedad que lo acoge y explica. Se trata, como decía Werner Jaeger, del arte como una paideia, una forma de conocimiento, una forma de educación.

Así debemos entender esta observación de Pablo O'Higgins a Howard Rushmore: ''Estamos conscientes de que no sólo somos maestros del color y la línea, sino también educadores políticos."

Pablo O'Higgins pintó la vida donde se trasluce la acción humana con la salvaje belleza cromática que buscó al venir a México. Ezra Pound buscó el mundo a través de los poetas de la especie humana, de los idiomas creadores de la poesía occidental. Pablo O'Higgins descubre el mundo en el paisaje donde vive, por el que atraviesa, que lo recibe, que lo acoge, que lo deja evolucionar libremente, en sí mismo. El paisaje del mundo en que creció como artista, el paisaje mexicano en que desplegó su inteligencia, no es una escenografía ni ornamento, sino una fuerza vital para ver nuestros propios días, para vivir nuestra propia vida. La realidad se desborda en sus bocetos, dibujos, acuarelas, óleos; se expande, se sintetiza, brota por el color y la fuerza.

 
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