Usted está aquí: domingo 20 de febrero de 2005 Opinión JAZZ

JAZZ

Antonio Malacara

Heberto Castillo: Música para piano

Ampliar la imagen Heberto Castillo, en plena ejecuci�OTO Jos�arlo Gonz�z

UNAS 300 PERSONAS se dieron cita, el viernes 18 en El Lunario, para celebrar la aparición de Música para piano, un libro con 13 partituras de Heberto Castillo que viene a documentar, en traje de pionero, la frágil memoria del jazz en México. Esta edición (Musical Iberoamericana SA/Fundación Heberto Castillo Martínez AC) es apenas la segunda en su tipo por estas tierras. La primera fue Cincuenta composiciones, de Eugenio Toussaint (Sound Check, 2004).

ASI QUE ESTABAMOS de fiesta. Las imágenes casi inaudibles de Bebo Valdés y Diego El Cigala danzaron en dos pantallas laterales durante media hora, los meseros iban y venían con tragos de todo tipo, Heberto lucía sonriente y un tanto nervioso, Rocío leía la fe de erratas del libro, Enrique Nery no llegaba. Y no llegó. Así que a las nueve y media subieron al escenario Froylán López Narváez, Manuel Vargas y el propio Castillo.

FROYLAN HABLO UN poco de su gusto por la fiesta brava y de su amistad con la familia Castillo, para rematar con un "soy más rumbero que jazzista"; no obstante, el maestro disertó sobre el jazz y afirmó que éste es "música de estirpe de liberación". Recomendó el libro El jazz en México, de Alain Derbez, y se congratuló de que Heberto "haya decidido ser loco, es decir, jazzista". Manuel Vargas, director de Musical Iberoamericana, contó que conoció a Heberto vendiéndole un piano Petrof, que desde entonces se hicieron amigos, y se refirió a su padre, el ingeniero Heberto Castillo, como forjador de la historia moderna en México.

NOS QUEDAMOS CON las ganas de que alguien hablara sobre la importancia de estas ediciones musicales, y de que los demás músicos, chavales o no, puedan acceder a las obras de nuestros compositores para imprimirles, cual debe de jazz, su propio ser en cada una de las interpretaciones.

PERO LLEGO LA música y llegó de buenas. Primero, Heberto interpretó cinco obras a piano solo, desde lo complicado y mozartbacheano de Barroco en swing, hasta el clásico adagio que se fusiona con el vals peruano en Recuerdos. El maestro Castillo estaba realmente inspirado esta noche, lucía motivado y sus digitaciones e impulsos lo evidenciaban. Finalizó esta primera parte con Jarocho y trovador, dedicada a su padre, y la ovación fue enorme.

ACTO SEGUIDO, SUBIERON a escena dos leyendas, dos pioneros del jazz en México: el contrabajista Enrique Valadez y el baterista Gonzalo González, Chalillo. Ambos, la mayor parte del tiempo, se dedicaron a acompañar con maestría y pulcritud las fusiones y mezcolanzas de Castillo, desde la bossa con danzón o el vals con samba, hasta la salsa con blues; todo, filtrado por la tradición de la síncopa y el swing.

EN LA BASE rítmica casi no había espacios para la improvisación. Valadez, irreconociblemente serio, casi hierático, pulsaba el contrabajo como lo que es: un maestro; aunque su solemnidad contrastaba de tajo con la placentera actitud de Chalillo, quien abordaba su instrumento con una satisfacción y un placer casi inauditos; sus toques eran tan sencillos y precisos como elegantes e intensos, las baquetas y la batería eran una mera extensión de la sonrisa con que armaba sus compases. Nos sentimos bien, muy bien, al ver a qué grado puede un músico disfrutar de su propia música.

OBVIAMENTE, LA GENTE hizo que el trío regresara para el encore, y lo hicieron ya no con obras de Heberto Castillo, sino con una potente y dinámica versión de Tenor madness, donde Valadez se transformó en medio de las armonías de Sonny Rollins, se prendió por completo e hizo gala del scat con una voz educada, emocionada y frenética. Las manos de Castillo volaban en el teclado y los toms del Chalillo retumbaron en un rictus de plenitud total. Nos fuimos con el pleonasmo y la felicidad a cuestas.

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