FICCO: festival de la cinefilia
Por segundo año consecutivo, el Festival Internacional de Cine Contemporáneo (FICCO) de la Ciudad de México refrenda su capacidad de convocatoria y el buen tino en la elección de sus propuestas. Esta muestra de cine alternativo desconcierta inicialmente los reflejos adquiridos del espectador capitalino acostumbrado a una publicidad previa, a una red de recomendaciones informales, y sobre todo, en muchos casos, a la expectativa de un producto de entretenimiento efectivo.
En este último sentido es notable la ausencia de filmes hollywoodenses (los próximos estrenos en cartelera); en su lugar se propone una retrospectiva de un autor esencial de los años 60 en Estados Unidos, el documentalista político Emile de Antonio (Millhouse, a white comedy; The year of the pig), y una muy esperada retrospectiva de John Cassavetes, que incluye sus dos primeros trabajos (Shadows y Faces, apenas conocidos en México). El resto de la programación la integran películas de Europa, Asia y América Latina, con un énfasis este año en Argentina, el país invitado, y la revelación de dos cintas notables: Bolivia, de Adrián Caetano, y La libertad, de Lisandro Alonso.
Ante la saturación de películas en unas cuantas salas (125 largometrajes y 25 cortos en 11 días, de las 10 a las 2 de la madrugada siguiente -incluyendo funciones de medianoche), y de las 12 secciones al margen de la competencia oficial, la inquietud más recurrente del público no es tanto los largos desplazamientos citadinos de un cine a otro, sino poder disponer de alguna improbable guía ideal que le permita retener 10 o 20 títulos imprescindibles y organizar así su tiempo para disfrutarlos.
A continuación, una muestra de sugerencias personales. En el festival destacan tres realizaciones muy polémicas, de pase nada seguro en nuestras pantallas comerciales: El irremediable engaño del corazón, de Asia Argento, y el documental Tarnation del nuevo director de culto, Jonathan Caouette, dos crónicas perturbadoras de la relación madre-hijo, y una experiencia límite, la sueca El hueco de mi corazón, de Lukas Moodysson, porno, degradación humana, misoginia, con un inesperado contrapunto libertario. Hay cintas premiadas en festivales internacionales: la tailandesa Malestar tropical, de Apichatpong Weerasethakul; Contra la pared, del turco Fatih Akin; la coreana Old boy, de Park Chan Wook, y El mundo, del chino Jia Zhang-Ke.
En la sección Galas, dedicada a cineastas consagrados, alternan Jean-Luc Godard (Nuestra música), Peter Greenaway (Las maletas de Tulse Luper), Alexander Sokurov (Padre e hijo), Abbas Kiarostami (Five -dedicated to Ozu; 10 on Ten), y los británicos Ken Loach (Un beso cariñoso) y Mike Leigh (Vera Drake). A esto cabe añadir la espléndida Samaria, del coreano Kim Ki-duk (Las estaciones de la vida); Zaitochi, de Takeshi Kitano; la polémica Palíndromes, de Todd Solondz, y Triple agente, de Eric Rohmer, sobre pintorescas truculencias de espionaje en la Francia de los años 30.
El cinéfilo capitalino podrá también seleccionar en las retrospectivas propuestas, algunas obras poco o jamás distribuidas en México, Gato negro, gato blanco, de Emir Kusturica, o Noche de estreno, de John Cassavetes. O en la sección sobre derechos humanos, la alucinante cinta brasileña Bus 174, de José Padilha; la mexicana, Relatos desde el encierro, de Guadalupe Miranda, y el documental El mundo según Bush, de William Karen. En la sección dedicada al cine iraní destaca Las tortugas pueden volar, de Bahman Ghobadi, antiguo asistente de Kiarostami. Por último, sería difícil pasar por alto la originalidad narrativa y temática de Dependencia sexual, coproducción de Bolivia y Estados Unidos, del joven Rodrigo Bellot, que explora la tiranía publicitaria, el acoso sexual y las fricciones clasistas y raciales que viven estudiantes latinoamericanos de clase acomodada en un entorno cultural anglosajón.
El listado anterior no toma en cuenta, por razones de espacio, otras cintas sobresalientes, y se limita a establecer algunas predilecciones. El lector cinéfilo completará su propio mapa de visitas a las diversas secciones orientándose con las sinopsis del programa de mano, y concentrando preferentemente sus cintas elegidas en una o dos salas próximas a la zona que habita, ya que casi todas las películas del festival terminan por recorrer un mismo complejo fílmico. El festival concluye el 27 de febrero. Cabe esperar que los distribuidores rescaten para su difusión comercial parte del material presentado, admitiendo de una buena vez que el público capitalino posee ya un buen grado de madurez y buen gusto, mismo que a menudo se le niega asestándole a las cintas extranjeras títulos burdos y arbitrarios, como ese Por amor o por deseo que desde ahora debe soportar la sudcoreana Samaria, o el Cinco días para vengarse, que remplaza al escueto y sugerente Old boy, del también coreano Park Chan Wook.