Usted está aquí: domingo 6 de marzo de 2005 Política ¿Existe una mafia política?

Marcos Roitman Rosenmann

¿Existe una mafia política?

La presencia de mafias en el ámbito de la política no es nueva. Pero no hay razón para pensar en un cuerpo mafioso dedicado exclusivamente a alterar el proceso de toma de decisiones de los gobiernos. La mayoría de las veces, el vínculo entre la mafia y el poder político está determinado por la corrupción de servidores públicos cuya debilidad de carácter, amor por el dinero y la búsqueda de placeres carnales les convierte en presa fácil de oscuros intereses. Se entiende que la gran familia debe su incursión en la política a la necesidad de beneficios colaterales. El soborno o la presión se realiza con criterios de racionalidad económica y no trata de cambiar decisiones gubernamentales ni alterar la voluntad del legislador en materia educativa, de salud, trabajo, vivienda, o tratados internacionales. Su lógica mafiosa busca allanar el terreno y que las autoridades hagan la vista gorda a sus actividades. Tráfico de drogas, emigrantes, armas, prostitución, extorsión, lavado de dinero, etcétera. Comprar jueces, diputados, senadores y miembros de la elite se apega a su estrategia para mantener sus ilícitos y un margen mínimo de impunidad. En esta lógica, no olvidemos lo rentable que resulta un apoyo monetario de las mafias para las campañas electorales y financiar a los partidos políticos en crisis. Ello les proporciona un plus a sus capos. Información privilegiada y sentirse cercanos al poder ofrece a la organización y a sus negocios un éxito casi seguro.

Sin embargo, sea la mafia rusa, estadunidense, japonesa, la Cosa Nostra y los grandes del narcotráfico, éstos no disponen de mecanismos para modificar, por medio del chantaje, el proceso de toma de decisiones político. Es aquí donde emerge una mafia política dedicada ex profeso a cambiar desde dentro del poder propuestas legislativas. Manejan información de Estado, utilizan los servicios secretos y espían la vida de líderes con peso en la opinión pública. Así, pueden doblegar voluntades en momentos críticos. Sin escrúpulos, eliminan por medio de sicarios a quienes consideran enemigos políticos. Se trata de hacer política extramuros y con mejores réditos, evitando derrotas electorales. Sus éxitos no se publicitan. En ocasiones se descubren algunos de sus jugadores y de sus estrategias. No son una secta, su ingreso es por cooptación y juramento, en este caso ideológico comprometiéndose a luchar contra cualquier alternativa anticapitalista. Sus miembros se reclutan en todos los ámbitos de la estructura de poder. Les une el desprecio a la democracia y proclamarse paladines de la libertad en el marco de una economía de mercado. Actúan como gobierno en la sombra sin control legal. Articulados en torno a un proyecto, no a un patriarca, son empresarios, presidentes de Estado y gobierno, senadores, diputados, gobernadores, alcaldes, financieros, magistrados y asesores intelectuales. Ejercen su poder sobre los itinerarios y las agendas públicas. Su actividad está por encima de los partidos y las contingencias configurándose como partido transversal al orden político.

Esta mafia política aparece tras la guerra fría y trata de evitar sorpresas que alteren los planes de dominio y explotación del capitalismo global. Es un pacto entre anticomunistas, socialdemócratas, conservadores y progresistas liberales, de viejo o nuevo cuño, sellado en las cloacas de la razón de Estado. Su advenimiento hace del quehacer público una actividad superflua e intrascendente. Un espectáculo para acallar voces díscolas. La política, en manos de la mafia, adquiere fines terapéuticos y se ejerce para romper, doblegar y secuestrar las reivindicaciones y voluntad democrática de la sociedad civil. Nadie puede salirse del guión. Por ello el Parlamento deja de ser el sitio donde se construye política. Por los avatares del destino, los hemiciclos, terminan siendo receptáculo de personajes sin talento cuyo mérito es mantener una fidelidad canina a la voz del jefe de la bancada.

La acción política se desacredita y es considerada un cúmulo de prerrogativas y arbitrariedades de las cuales gozan los representantes del soberano, entre las más cotizadas: viajar gratis y estacionar en zona prohibida. Quienes pertenecen a la mafia política viven otra realidad. Sus decisiones no se toman a la ligera, saben a quiénes se dirigen. Son maestros de cocina. Ellos deciden el menú. Imponen la carta, mandan a trabajar en su elaboración y sus órdenes deben cumplirse. Esta mafia se nutre de ex gobernantes cansados de ejercitar la política pública. Prefieren seguir en activo y pasar desapercibidos. Renuncian a sus escaños, se dedican a los negocios y crean fundaciones. No pierden el tiempo en discusiones parlamentarias, declaraciones y debates públicos. No se comprometen con la democracia. Prefieren la acción punitiva. Se sienten cómodos soslayando el papel de las instituciones y actuando a espaldas de la sociedad. Sus miembros desprecian todo cuanto supone diálogo, negociación y participación de los ciudadanos en el proceso de decisiones. Tildando a los discrepantes de subversivos y terroristas. Conocen perfectamente la actividad pública. Sus integrantes son gentes de orden y se les considera un poder fáctico para la gobernabilidad del Estado. Son garantes de la paz interna. Verdaderos padrinos idolatrados por su magnanimidad. Así, hoy, el poder real no pasa por las instituciones y las urnas.

¿Pero quiénes son miembros de esta mafia política? Piense el lector en aquellos que de manera relevante tienen la potestad de haber delinquido, dicho y hecho sin ser detenidos. Personajes que en uso del poder político venden el patrimonio nacional en nombre de la globalización y de la economía de mercado. Tampoco olvide a quienes mantienen escarceos con el narcotráfico, evaden impuestos, encumbran a empresarios y defienden guerras preventivas. Se ubican geográficamente en los cinco continentes.

Ahora ponga usted los nombres.

 
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