Tiempo perdido, ¿irrecuperable?
En su asamblea nacional, los priístas evitaron una vez más el rompimiento, pero no avanzaron un ápice en la ruta de volverse un partido político moderno, sujeto a reglas claras y articulado por un programa y una visión a la altura de las circunstancias del mundo. A la vez, por la asistencia lograda y la atención despertada en la concurrencia, el priísmo se confirma como el contingente más vivo y mayor de las formaciones que dan cuerpo al sistema político de la actualidad, lo que apunta, sin embargo, hacia la fragilidad profunda del mismo.
Las "flexibilizaciones" decididas por el concilio en Puebla, en materia fiscal y energética, no ponen al partido de Calles y Alemán en la dirección de convertirse en un partido de gobierno capaz de recoger los sentimientos presentes de la nación. Tampoco ofrecen posibilidades efectivas de tener condiciones mejores para "crear más riqueza", como infortunadamente declaró una de las partidarias de la apertura energética.
Al no asumir en todo lo que implica el largo estancamiento económico en que se sumió el país al calor del cambio estructural hacia la globalización, y no reconocer las enormes escisiones sociales que dicho cambio trajo consigo, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) del siglo XXI prefiere presentarse como el partido del relevo y no de la renovación, como el partido que "sí la hará", pero en el mismo sentido en que lo han intentado el gobierno del presidente Zedillo y ahora el de Vicente Fox, sin lograr los resultados pretendidos. La "venta" de Madrazo es así, precisamente, eso, una venta y no la proposición de una oferta diferente y coherente con el tiempo transcurrido y con los efectos nocivos que el mal desempeño económico ha causado en la planta productiva y el capital humano y social de la República. El PRI se olvida que entre Calles y Alemán hubo un Cárdenas.
Volver al Estado y ponerlo en el lugar central que nunca debió haber dejado, es la cuestión crucial de esta hora de sucesión presidencial desbocada y pasmo de los grupos dirigentes. No es un asunto de "dinosaurios" contra "modernos" o, peor aún, posmodernos. Lo saben los banqueros que disfrutan del calor acapulqueño y "no le temen a la izquierda"; lo sabe el Tesoro estadunidense y hasta el staff del Fondo Monetario Internacional lo reconoce sotto voce, en la media lengua adoptada por su inefable director gerente.
Lo había planteado con antelación y sentido de urgencia el Banco Mundial desde la era de Stiglitz, y es de eso que debían ocuparse los partidos nacionales. Pero no es el caso. En vez de ello, juegan carreras para ver cuál de ellos es el más y mejor reformista al estilo Consenso de Washington, cuando lo que está en juego es ya otra cosa.
Esta incapacidad de estar al día, al ritmo del mundo, es señal clara de adocenamiento prematuro y es, quizás, la muestra de que el sistema político emergido de la transición no es el mejor ni el necesario para esta hora de México. Cómo abrirlo y actualizarlo, es incógnita mayor, pero no habría que dejarla a un lado por su dificultad recurriendo a ocurrencias resignadas como las que de vez en vez se presentan como novísimas reformas del Estado. Lo mismo podría decirse de la economía.
En buena hora el PRI pone en el centro el tema del empleo. Es ahí donde se mueve el huevo de la serpiente que puede envenenar la convivencia nacional, pero para encararlo es indispensable recuperar para la sociedad la voluntad y la fuerza de hacer política económica y no seguir con la cantaleta de que la globalización y sus mercados impiden y hasta vuelven contraproducente el ejercicio de políticas nacionales específicas y congruentes con la dotación de recursos y destrezas de un país determinado. Y es esto lo que el PRI, en su afán de aggiornamiento dócil, no ha hecho o no ha querido hacer.
Es en esta recuperación del Estado para hacer políticas nacionales donde tendría que inscribirse la pretensión de adoptar la democracia social y el Estado social y democrático como las vertientes para una "cuarta etapa" del PRI. Sin embargo, la diferenciación respecto del Partido Acción Nacional que se busca en los principios, se enturbia con la reformitis incolora igualmente adoptada. Saber diferenciar no está separado del saber y querer diferenciarse, pero para ello no bastan las palabras y los hechos siguen por delante.
La de México es una economía política de la parálisis, de la que resulta una política económica de estancamiento estabilizador. Mientras más nos acercamos a tiempos de confrontación inéditos, como el del año próximo, más se siente obligada la autoridad financiera, investida de vicepresidencia de hecho, a apretar las clavijas del gasto y el crédito, dando al traste con una recuperación insuficiente y sin explorar ni arriesgar nada en los renglones básicos de la infraestructura física y humana. Este es el blindaje del que presume el presidente Fox y que al parecer celebran sin decirlo los priístas del mando.
Se trata de una complicidad lamentable que no dará votos para el salvador tardío de una estrategia gastada, que no resiste enmiendas sino en la perspectiva de una renovación mayor. Eso no lo hizo el PRI en su importante asamblea y habrá que esperar a que desde otros miradores se intente hacerlo a tiempo.
Mientras el Presidente "sospecha" que los pobres se redujeron, los jóvenes desesperan y optan por la huída. Con un blindaje que inmoviliza y una sociedad partida y sometida al pensamiento económico más obsoleto que hubiera podido imaginarse, de lo que hay que sospechar es de nuestras sensibilidades dominantes. Parecen no sólo adormecidas, sino convertidas en piedra.