Las glorias barrocas de Regina
Uno de los templos barrocos más bellos que sobrevivieron a la destrucción que ocasionó ponerse a la moda del neoclásico, que se impuso a finales del siglo XVIII y a mediados del XIX, y a la aplicación de las leyes de Reforma, fue el de Regina Coelli. Se encuentra frente a una linda plazoleta situada en la calle de Bolívar, antes Estampa de Regina, esquina con la que se llamó El Tornito de Regina, hoy San Jerónimo. Pertenecía al convento fundado en 1573 por diez religiosas que salieron del convento de La Concepción, el más antiguo de la ciudad.
No les fue fácil a las monjas conseguir patronos, seguramente porque los más acaudalados ya estaban acaparados por el resto de las órdenes, que inventaban, un día si y otro también, un nuevo establecimiento: hospital, convento, asilo, casa de recogidas, de beatas o lo que fuese, pues amén de la caridad, era muy buen negocio, ya que generalmente aparte de la construcción, les donaban casas para rentar y haciendas que les proporcionaban productos para su consumo y para la venta.
Finalmente, en 1656 consiguieron el patrocinio de don Melchor Terreros, quien costeó la iglesia, que se inauguró seis años más tarde y fue redificada en 1731, sustituyendo el bello artesonado mudéjar por una bóveda y una cúpula. En el exterior llama la atención la desnudez de los altos muros, pintados de color amarillo ya deslavado, sólo interrumpida por las dos portadas gemelas, características de los conventos de monjas. Sobresalen su campanario de tres cuerpos y la cúpula octagonal. Esta sobriedad, difícilmente permite imaginar las joyas que se encuentran en el interior, comenzando por el altar mayor, obra notable del barroco. Su característica principal son los estípites, que son pilastras con forma de pirámide truncada, con la base menor hacia abajo, originalidad arquitectónica que creó el sevillano Jerónimo de Balbás y que en México alcanzó su máximo esplendor.
Los altares laterales no desmerecen; en algunos de ellos, que seguramente datan de fines del siglo XVIII, se advierte la novedad de abandonar las partes arquitectónicas en función de la decoración, lo que dio lugar a que se favoreciera la pintura sobre la escultura; el resultado es de una gran hermosura. En las pechinas de la gran cúpula se encuentran imágenes de los padres de la Iglesia: San Agustín, San Jerónimo, San Gregorio y San Ambrosio.
Tras todas estas maravillas, aún nos espera una superior: la capilla dedicada a la Inmaculada Concepción, que construyó en 1733 el arquitecto Miguel Custodio Durán, por instrucciones y a costa de don Buenaventura Medina Picazo.
La extraordinaria obra arquitectónica está techada con bóveda de cañón y al centro con una bella cúpula ochavada; hermosas pilastras con bases profusamente decoradas sostienen el conjunto. El retablo principal, obra del escultor Juan José Vidal y del arquitecto mencionado, está estructurado a base de estípites y adornado con espléndidas pinturas de Villalobos. Consta de tres cuerpos, en los que destaca en el centro una grandiosa imagen de la Inmaculada Concepción, alrededor de la cual se distribuyen pinturas con escenas de la vida de la virgen. Como era usual en la época, en uno de los cuadros aparece, dentro de un gran nicho, la figura del benefactor de la capilla.
En los muros laterales destacan otros dos ricos retablos, de estilo barroco salomónico, en los que sobresalen las hermosas mesas de altar con sus cubiertas de espejo. Ambos están recubiertas de obras de arte: un notable conjunto escultórico de La Piedad, una soberbia Dolorosa, escenas de la Pasión de Cristo y lienzos alusivos a martirios de diferentes santos.
Esta institución religiosa contaba, antes de que se aplicaran las leyes de exclaustración, con 62 casas para su sostenimiento, que le producían jugosas rentas y ocupaba un terreno de "quince mil quinientas varas cuadradas". A la salida de las monjas esta enorme extensión fue dividida y vendida en lotes, donde se edificaron casas, salvándose una parte, que la altruista doña Concepción Béistegui convirtió en un hospital que recientemente se volvió asilo de ancianos. En el patio se conserva la hermosa fuente original, recubierta de azulejos.
Para la pausa gastronómica, sobre la misma calle de Bolívar, esquina con Uruguay, se encuentra el restaurante tipo argentino La Esquina del Pibe, con una atractiva barra de maderas oscuras, sillas de tela floreada, un piano que alegra la comida y lo típico de esos sitios: empanadas, ensaladas y carne; hay un menú pampero económico.