Usted está aquí: domingo 6 de marzo de 2005 Cultura La feria del libro de Minería, ajetreado coloquio en el que todos los temas caben

Hoy culmina la versión 26 del encuentro, cuyo invitado especial es Querétaro

La feria del libro de Minería, ajetreado coloquio en el que todos los temas caben

Varios de los más activos interlocutores ya murieron, pero parecen más vivos que nunca

ARTURO GARCIA HERNANDEZ

Ampliar la imagen En la feria del libro de Miner�los autores encuentran y multiplican sus interlocutores FOTO Mar�Melendrez Parada

Tal vez el mayor logro de la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería sea haberse constituido en una gran conversación colectiva anual.

Más allá de los actos de relumbrón, con o sin figurotas del mercado literario, por encima de las frías estadísticas de venta y asistencia, esta feria -cuya versión número 26 concluye este domingo- es ya un ritual y tumultuoso coloquio en el que todos los temas caben y en el que, voluntaria o involuntariamente, todos participan.

Dialogan, quieran o no, los que hormiguean aquí y allá; los que hojean un libro, los que asisten a una conferencia, los que piden un autógrafo, los que leen y los que escriben; dialogan los que vienen por obligación, porque los mandaron de la escuela. Lo hacen con más gusto los que vienen por su voluntad, aunque sea nada más a ver; también los que andan de paseo como quien va a Chapultepec, con un niño de la mano o en brazos. Dialogan los que ya saben qué quieren y los que llegan dispuestos a dejarse sorprender.

Y en ese coloquio colectivo, varios de los más activos interlocutores ya están muertos, aunque aquí parecen más vivos que nunca. Ahí está, por ejemplo, Miguel de Cervantes Saavedra, en las torres babélicas levantadas con cientos de tomos de la edición de la Real Academia de la Lengua que conmemora los 400 años de que echó a andar al ingenioso hidalgo, Don Quijote.

Octavio Paz es otro interlocutor muy requerido. El miércoles se lo encontraron en un stand dos adolescentes, Natalie y Jessie, estudiantes de la secundaria Pedro Díaz. Querían hablar de poesía pero se encontraron a Paz en plan de ensayista.

Natalie descubrió y tomó por las solapas El laberinto de la soledad:

-Mira, uno de Octavio Paz, weeey.

Jessie se mostró dudosa:

-¿A poco lo vas a comprar, weeey?

Natalie dejó El laberinto de la soledad y tomó La llama doble. Parecía decidida:

-Pus quiero uno de poesía pero que esté chido, weeey.

Jessie sugirió con sensantez:

-Pus mejor pregunta, weeey.

Natalie miró alrededor, no vislumbró ayuda y desistió:

-Mejor luego, weeey.

Fue breve y fallido su diálogo con el premio Nobel mexicano, quien murió cuando ellas apenas habían entrado a la primaria. Cuando se retiran, un interlocutor con grabadora se entromete.

-¿Por qué buscaban un libro de Octavio Paz?

Natalie responde con poca convicción.

-Para leer los poemas-. Señal de desconfianza: ya no remata sus frases con "weeey".

-¿Dónde oyeron hablar de Octavio Paz?

-En la escuela.

-¿Qué es para ustedes una feria del libro?

Natalie remarca con fastidio la obviedad:

-Ay, pues donde puedes ver muchos libros.

-¿Las mandaron de la escuela o vinieron por su cuenta?

-Nos mandaron de la escuela.

Esfuerzo para fomentar la lectura

Al que nadie tuvo que obligar a venir es al actor Héctor Bonilla. En esta ocasión acudió a presentar un libro de María Victoria Llamas, De noviazgos, matrimonios y otras hierbas, pero es visitante asiduo de las ferias librescas:

"Antes que actor soy ciudadano, un ciudadano lector. Para mí la lectura es básica y una feria del libro la considero un esfuerzo, no suficiente pero sí indispensable, para fomentar la lectura."

Se declara lector "del libro de los libros, El quijote de la Mancha, y de Proust, Joyce y de Dostoievski. También leo de política, ficción y libros técnicos sobre mi profesión".

Por laberíntica o estrecha que resulte, la magnificencia arquitectónica del inmueble es propicia para la gran charla multitudinaria. Sus muros, columnas, arcos, patios, escaleras y salones son esenciales en la creación de la atmósfera acogedora que la hace posible.

Los múltiples diálogos que conforman el gran coloquio toman formas diversas e inesperadas. Desde los mostradores, los libros susurran, buscan la miradas de los distraídos y los curiosos.

Y de pronto salta a la vista un título: Música de viento, de Herberto Sinagawa M., editado por la Dirección de Investigación y Fomento de Cultura Regional de Sinaloa. Lo modesto de la edición se compensa de sobra con el contenido: una investigación sobre los orígenes de la música de banda y su repertorio, una de las expresiones "más vigorosas" de la identidad del sinaloense.

Los temas en el índice son elocuentes y tentadores: "Severiano Briseño, autor de El sinaloense", "La influencia de la música francesa en la tambora sinaloense", "Luis Pérez Meza, el rey de la música popular sinaloense", "La extraña magia de la música indígena sinaloense", "El Recodo, la banda de las bandas sinaloense", entre otros. Todo un hallazgo para los interesados en el tema.

Es entonces cuando se repara en una cosa: la importancia de una feria para que esas voces -esfuerzos editoriales a contracorriente de la industria- encuentren y multipliquen a sus interlocutores.

¿Qué sería del trabajo de todos los cientos o miles de narradores, poetas, ensayistas, de todo el país sin las editoriales universitarias, sin las independientes, sin las estatales que los publican que ahora los ponen al alcance de otros lectores?

Este año la feria de Minería tiene como invitado especial al estado de Querétaro. El salón que ocupa no parece muy concurrido, pero Fermín Alcántara, a cargo de la venta, está contento. Les ha ido bien.

La mayoría de sus títulos son sobre historia, varios realmente especializados. Dice Alcántara que los buscan con avidez historiadores y académicos, no sólo de México. Este año han venido bibliotecarios de universidades de Estados Unidos. Específicamente la Universidad de California en Los Angeles adquirió un ejemplar de cada título en exhibición.

El más vendido es una novedad, Bárbaros y ermitaños. Chichimecas y agustinos en la Sierra Gorda de Querétaro del siglo XVI al XVIII: "Va bien la venta".

Irene Bárcena es una ama de casa madura y de apariencia reservada. Viene cada año a la feria de Minería: "es un encuentro con la cultura, con un sinfín de cosas que podemos aprender".

Le interesan sobre todo los libros "de historia y nomenclatura sobre la bellísima ciudad de México para descubrir las casas donde vivieron personajes de otros tiempos. Este año compré algo sobre mayorazgos en la Nueva España y una historia retrospectiva de la ciudad de México".

En cambio, con su hijo en una mano y un globo en la otra, Luis Roberto García busca libros infantiles. Vive en Ecatepec, afirma que se enteró de la feria por unos familiares y que asiste cada año.

-¿Le gusta leer?

Duda unos instantes antes de responder con la mirada evasiva:

-Sí, trato de leer lo más que se pueda, pero ahorita busco para mi hijo.

Estos son sólo unos cuantos de los incontables diálogos que alimentan el gran diálogo que es la feria de Minería.

 
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