Sylvia
Sylvia Plath, lady Lazarus, una dama con fuerte inclinación al suicidio, de regreso siempre a la vida luego de varios intentos fallidos, desaparece trágicamente a los 31 años dejando tras de sí, para la prensa de escándalo y para la mitología literaria, el lugar común de una escritora fascinada más con la muerte que con la vida. Para realizar Sylvia, la directora Christine Jeffs y el guionista John Brownlow se inspiraron en los escritos autobiográficos de Sylvia Plath, y particularmente en el poemario Birthday letters, que le dedica su esposo, el también escritor Ted Hughes. La cinta se concentra en la relación de esta pareja, en sus desavenencias domésticas y en las crisis de celos que penosamente vive la protagonista, y deja en un plano secundario la personalidad artística de la escritora, quien aparece eclipsada por la fama de su marido y víctima, consecuentemente, de un bloqueo ante la página en blanco.
La acción se desarrolla entre 1956 y 1963, en la Universidad de Cambridge y también en un colegio de Massachussets en el que Sylvia da clases mientras su marido disfruta una celebridad recién adquirida. Lentamente afloran las frustraciones y los celos profesionales que provocan el escaso éxito editorial de la poetisa y el evidente desenfado con que el apuesto Hughes recibe el tributo de sus admiradoras. Hay luego un regreso a Inglaterra y la intensificación de la crisis conyugal. Al flechazo inicial de Sylvia y Ted, maravillados el uno con el otro, citándose incansablemente versos de Yeats, Auden y Shakesperare, sucede la rutina doméstica y los reproches histéricos de Sylvia ante cualquier sospecha de infidelidad. El relato romántico se transforma así en melodrama doméstico, donde el lugar de la poetisa podría ocuparlo cualquier ama de casa obsesiva y frustrada. Muy poco descubre entonces el espectador de lo que fue el talento literario de la autora de La campana de cristal, quien a la postre adquiriría una fama mucho mayor que la de su envidiado cónyuge. Otro aspecto soslayado son las recurrentes crisis de neurosis que en ocasiones obligaron a internar a la escritora en un hospital psiquiátrico, y que ha referido largamente su terapeuta Ruth Tiffany Barnhouse. En Sylvia, el tema del suicidio apenas merece la mención de algunos intentos anteriores, pero no un análisis medianamente sugerente de lo que fue la gravedad de las crisis de salud mental de la protagonista y sus efectos en la relación con su pareja. Esta mirada analítica se presenta con mejores resultados en Iris, de Richard Eyre, biografía fílmica de otra escritora, la inglesa Iris Murdoch, víctima del síndrome de Alzheimer.
El atractivo mayor de la cinta de Christine Jeffs es sin duda el nivel de las actuaciones. Gwyneth Paltrow consigue sobreponerse al fardo de diálogos y disputas muy triviales, y sugerir en un nerviosismo y un recelo compulsivos algo de la personalidad compleja de la escritora. Daniel Craig, por su parte, interpreta con solvencia a Ted Hughes, el seductor a pesar suyo, el afamado poeta de actitud hedonista, atrapado en un infierno doméstico que la cámara de John Toon captura en interiores gélidos y grises que hacen del hogar la antesala de un nosocomio.
Cabe mencionar, para curiosidad del cinéfilo, que hace 15 años la cineasta neozelandesa Jane Campion (El piano), hizo en Un ángel en mi mesa el sobresaliente retrato de una escritora pretendidamente esquizofrénica, Janet Frame. En esa cinta la directora insistió precisamente en lo que Christine Jeffs deja de lado: la percepción fílmica de una condición mental en la que se diluyen lentamente los límites entre la lucidez y el desvarío. Jeffs se atiene en cambio al aspecto más superficial y previsible de la historia, el de un drama conyugal parecido a tantos otros, sin mayor distinción que una dramatización de teleserie, y con el agravante de dejar desdibujado un perfil realmente íntimo de la escritora Sylvia Plath.