Los González envió el peor encierro de la temporada alta 2004-2005: siete mansos
Al saltar al callejon, un toro cayó completo dentro de un burladero
Sergio Vegas dio cátedra de toreo a caballo
Rondero y Huerta, valientes y empeñosos
Ampliar la imagen Alberto Huerta, con su sereno valor, nada pudo ante sus descastados enemigos FOTO Rafael S�hez de Icaza
A Luis Antonio Rivero, hijo del recién desaparecido Gonzalo Rivero El Chino, decano de los torileros mexicanos, alguien le quiso hacer ayer un homenaje al bautizar como Riverito al tercer toro del encierro de Los González. Sin embargo, el destino tenía otros planes y cuando salió el quinto de la tarde, Carpintero de nombre, cundió la alarma en el callejón porque el bicho, manso perdido como todos sus hermanos, saltó la barrera y siguió trotando por fuera del redondel hasta topar con la puerta de toriles, donde Luis Antonio le cortó el paso para devolverlo a la arena, sin imaginar que el rumiante iba a pegar un segundo salto, ahora por encima de él y de su puerta, poniéndolo en serio peligro de ser aplastado.
En la decimonovena y penúltima pachanga de la temporada alta 2004-2005, el espléndido rejoneador ibérico Sergio Vegas confirmó su clase y dominio, mientras Carlos Rondero y Alberto Huerta, sobrados de afición pero sin sitio, batallaron toda la tarde contra los pésimos toros de sus lotes, algo que no le pasó por la mente al multimillonario Luis Ricardo Medina, quien se disfrazó de torero y partió plaza con el estrafalario mote de Pasión Gitana para hacer el ridículo de su vida.
El festejo comenzó con un aperitivo interesante, cuando en el polvo amarillo de la Monumental Plaza Muerta (antes México) irrumpió Enamorado, un tío de la Venta del Refugio con más de 500 kilos, negro bragado y playero, bravo de verdad, al que Vegas fue reduciendo a la calidad de monolito al clavarle tres rejones de castigo, siete arpones de banderilla y el estilete de una rosa, antes de hundirle la hoja de peral para culminar una faena en la que cambió cinco veces de cabalgadura y dio una prodigiosa exhibición de buena monta, templando las embestidas, galopando a todo lo largo del círculo rojo con el toro cosido a la grupa y realizando las suertes con el testuz del burel bajo el estribo. Para su desgracia mató mal, descabelló siete veces y escuchó un aviso.
Lo que ocurrió después fue, como dicen los clásicos, el despapaye, cuando Rielero, negro bragado de 526, previsto para la confirmación de alternativa del tal Pasión Gitana, saltó al callejón y cayó sobre el burladero de picadores, lesionando a Benigno Carmona, antes de hundirse tras las tablas del parapeto, como si fuera un pan bimbo dentro de un tostador, y convirtiéndose en una redundancia, es decir, en un toro atorado, accidente que postergó casi una hora la reanudación de la corrida.
Trompetista, primera reserva de Los González, también saltó al callejón, fue cobarde ante el caballo y llegó a la muleta soltando gañafonazos. Al ver eso, don Pasión Gitana, que únicamente quería cumplirse el capricho de "actuar" en la Monumental, lo despachó en sólo cuatro minutos, récord que mejoró ante Tejedor, de 549, el más manso de los mansos, al que mató en tres minutos y medio, deseoso de irse a su multimillonaria casa a pegar las fotografías de ayer en el álbum de la inverecundia.
Mucho mérito en cambio tuvo Carlos Rondero, a quien a sus 31 años le urgía sacarse la espina de aquella tarde de 1997, cuando frente un toro de bandera al que no le podía nomás, terminó cediéndole su muleta a un espontáneo y recibió por ello un castigo ejemplar: mantenerse lejos casi una década del embudo de Mixcoac. Maduro, seguro, elegante pero ayuno de pitones, ayer se entregó ante Riverito, de 540, el único de la tarde que no brincó al callejón, y después ante Carpintero, que casi decapita al hijo de El Chino.
En ambos trasteos, Rondero recogió a los animales de rodillas en tablas, los banderilleó con ahínco, mal al primero, estupendamente al segundo, y les plantó la muleta con tenacidad y aguante, tragando leña en cada embestida y provocando lo más cercano a la auténtica emoción. Pero desde luego no redondeó el planteamiento ni lo coronó con la gracia del acero, y se retiró bajo el manto del silencio.
Por su parte, el tlaxcalteca Alberto Huerta estuvo no menos empeñoso y con el apoyo de la empresa regaló a Por tu vida, un novillo corraleado de San Martín, con el que también fracasó después de estrellar su voluntad ante la reiterada mansedumbre de Norteño, de 525, y Riveteado, de 555. La gente salió a la calle maldiciendo a Los González, la cara dura de quien los compró como materia prima de una plaza de primera categoría y el desparpajo de un exhibicionista contumaz como Pasión Gitana, a quien los gritones en chunga le preguntaban: "¿Cuándo repites, cabrón?"