Sobre quién debe gobernar
En estas fechas, pero sobre todo en los próximos meses, la sociedad mexicana, como nunca antes, estará inmersa en la discusión y, finalmente, en la decisión de quién deberá tomar las riendas que dirigirán los destinos del país en los años que vienen. En relación con esto no va a ser suficiente, como insistía Platón, desear lo que es correcto, sino que habrá que conocer y analizar muy bien qué es lo correcto que hay que desear. En los tiempos actuales, donde los electores (esos que en una democracia pueden quitar o poner a los diversos candidatos) estarán inundados de propaganda y opiniones de una diversidad amplísima, y en un país como el nuestro, donde se ve a los líderes (lo sean realmente o no) como los mesías que van a lograr que se cumplan los sueños de cada elector, sería importante y de-seable pensar.
Hace más o menos 200 años un filósofo francés llamado Henri de Saint-Simon, quien simbolizó el eslabón entre los inicios del pensamiento socialista y el positivismo, hizo sus planteamientos durante los orígenes de la Revolución Industrial. Se preguntaba quién o quiénes eran los hombres más capaces para dirigir los asuntos de la nación y señaló que sin duda estaría uno forzado a reconocer el hecho de que los científicos, artistas e industriales eran los que tenían la más positiva habilidad para conducirlos.
Yo no estaría muy de acuerdo con ese concepto, pues pienso que los científicos, los artistas y los industriales serían pésimos gobernantes. Sin embargo, Saint-Simon apuntó hacia algo sobre lo que habría que reflexionar muy profundamente. Vislumbrando una situación hipotética, preguntó: "Supongamos que Francia (para efectos, cualquier país) repentinamente perdiera a 50 de sus mejores físicos, químicos, matemáticos, poetas, pintores, músicos, escritores, ingenieros, arquitectos, médicos, manufactureros, etcétera, y que, como resultado, se perdieran 3 mil líderes científicos, artísticos y artesanos; es decir, los más esenciales productores y los más útiles para la sociedad".
Saint-Simon sugirió que si eso ocurriera la nación a la que sucediera esto caería en una posición de inferioridad con respecto a otras naciones y le tomaría por lo menos una generación recuperarse. Luego escribió: "Supongamos que Francia preservara a sus genios de las ciencias, las artes y las profesiones, y tuviera la desdicha de perder a los aristócratas, los ministros, los magistrados, en pocas palabras, la clase política y los propietarios más ricos que viven en el estilo de los nobles". Si esto ocurriera, señaló, habría congoja y la sociedad estaría apesadumbrada, pero no se generaría un gran perjuicio para la sociedad y el Estado.
Traigo a colación estas manifestaciones del "sansimonismo" no porque me adhiera a esta forma de pensar, sino porque creo que en la sociedad mexicana y en la clase política de hoy se piensa, se considera, o por lo menos permea la idea de que las condiciones sociales y económicas del país dependen de una persona, que es la que va a llegar a dirigir los destinos de la nación.
Aún hoy día, a pesar de la pésima conducción de la nación por parte de Fox, la población sigue dando una calificación alta a su gestión. Esto se debe, a mi juicio, a que existe un muy reducido análisis sobre las cosas del Estado y a que el síndrome del tlatoani persiste con fuerza. Y es que Saint-Simon tenía en parte razón; no es que los científicos, artistas e industriales, que son insustituibles, deban gobernar; es que los políticos, que sí son sustituibles, debe-rían apuntar mucho más hacia el valor real que tienen esas actividades, en lugar de ser políticos para jugar a la política como lo hacen hoy día. Pero además la sociedad se los debería exigir. Se debería entender que los intereses sociales, que se traducen en derechos legales, terminan siempre siendo derechos de un grupo limitado. El bien común que regule a la sociedad requiere de una inteligencia superior que contemple todas las pasiones del hombre, sin experimentar ninguna de ellas. Como esto difícilmente ocurrirá en un líder, éste tendría que voltear hacia aquello que tiene valor real para la sociedad. Quizás si leen lo que Saint Simon tenía que decir, éste los ilumine.