Usted está aquí: miércoles 9 de marzo de 2005 Opinión Los pasajes de Walter Benjamin

Javier Aranda Luna

Los pasajes de Walter Benjamin

Si usted cree que el ocio (¿jugamos yak?) la moda (soy totalmente palacio), la historia de las sociedades secretas (la del Yunque, por ejemplo), los sistemas de iluminación (en el subsuelo de Nueva York existe más cobre que en cualquier mina del mundo), el coleccionismo, la vida callejera, la fotografía, la obra de algún gran poeta o novelista, las nuevas formas de la prostitución, la arquitectura y sus materiales expresan todo un sistema filosófico o adoptan el papel de subconsciente de una sociedad, coincide, en lo esencial, con Walter Benjamin, una de las mentes más lúcidas del siglo XX.

Trece años dedicó Benjamin a un proyecto que pretendía mostrar, desde una optica totalizadora, la consolidación de la sociedad burguesa en el París del siglo XIX. Seguramente quería mostrarnos -y mostrarse a sí mismo- cómo la sociedad de consumo es un conjunto de ruinas fetichizadas cuya sensualidad es sólo un espejismo, un sueño de opio que necesitamos desmontar mediante sus propias imágenes.

El Libro de los pasajes nació en 1927 cuando el pensador planeó escribir el ensayo Pasajes de París. Un cuento de hadas dialéctico. Quería publicarlo en Querschnitt, revista bimensual de Berlín. Pretendía hacerlo al alimón con Theodor W. Adorno y Franz Hessel. Pero como sucede con las grandes empresas, este ensayo creó, digamos, su propia legislación. Las ''pocas semanas'' que pensaba invertir en él se multiplicaron. Y, ya sin Adorno ni Hessel, también los temas se multiplicaron de tal suerte que los asuntos a tratar empezaron a tener cuerpo de capítulos. Los capítulos de un libro deslumbrante que quedó inconcluso.

Desde 1927 desechó el título del ensayo por su carácter ''rapsódico'' y su ''ilícita configuración poética'', pues su trabajo, según él, debía tener por objetivo los ''intereses fundamentales de nuestra generación''.

A Benjamin le interesaba la lectura concreta de las cosas más allá de cualquier elucubración abstracta. Por ello se dedicó a recopilar citas, datos, cifras, lecturas de escritores como Baudelaire o Hugo para armar, pieza por pieza, como en un gran rompecabezas, esa ilusión circense y terrible emanada del flujo de mercancías en el París del siglo XIX.

Algunas de las imágenes centrales de ese mosaico fueron los grandes almacenes y su arquitectura formada con vigas de hierro y cristales que clausuraron pasajes y un estilo de vida que hoy nos parece inverosímil. Benjamin quería tocar regiones que la historia no había tocado con la suficiente seriedad como la moda, el ocio, la litografía, la publicidad y el comercio de la carne para dar cuenta, con sus espejismos, de los escombros que escondían.

El Libro de los pasajes fue, desde su nacimiento mismo, El Libro esperado por esa multitud de unos cuantos que fueron y son Adorno, George Bataille, Max Horkheimer y Bertolt Brecht.

Este libro inconcluso publicado originalmente por la ya legendaria editorial Suhrkamp Verlag, cuya versión española acaba de editar Akal, es un volumen de pedacería exquisita en el que, mediante citas de panfletos, anuncios comerciales, discursos y voces de la calle podemos asomarnos, con una buena dosis de vértigo, al flujo de las mercancías que ya prefiguraban nuestra sociedad de consumo.

No se crea, sin embargo que la pedacería está suelta. Benjamin engarza a las partes con destellos de lucidez francamente deslumbrante. Encuentra en el minuto, el milenio de ese siglo XIX que alcanzó una de sus más altas expresiones en París.

Revisar la obra de Benjamin es revisar buena parte de la historia de Occidente: del mundo de imágenes que nos forma y del que formamos parte, de la indeleble presencia de la memoria en la vida menuda y sus objetos, de los símbolos, de los mitos y de ese fantasma que llamamos progreso cuyo cauce nos lleva a ninguna parte.

 
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