Usted está aquí: martes 15 de marzo de 2005 Mundo Insurrección en Líbano contra la mentira y el dominio extranjero

Casi la tercera parte de la población llegó a Beirut y colmó la Plaza de los Mártires

Insurrección en Líbano contra la mentira y el dominio extranjero

Exigen la renuncia del presidente Lahoud; versión de que el mandatario prohibirá las marchas

ROBERT FISK THE INDEPENDENT

Ampliar la imagen Una bandera libanesa se extiende sobre los cientos de miles que se manifestaron en contra de la ocupaci�iria y para exigir el esclarecimiento del asesinato del ex premier Rafiq Hariri FOTO Reuters

Beirut, 14 de marzo. Nunca se había visto algo así en Líbano. Nunca se vio nada igual en el mundo árabe. Casi la tercera parte de la población del país estaba allí: marcharon muchos kilómetros por la ciudad hasta la Plaza de los Mártires, llegaron en autobuses desde el extremo norte y desde Sidón, en su mayoría jóvenes, muchos niños, empequeñeciendo el medio millón de manifestantes pro sirios movilizados por Hezbollah hace siete días.

No se trató sólo de un juego de poder. Tampoco fue, per se, una revolución democrática. Fue una insurrección del pueblo contra las mentiras y la corrupción del gobierno y contra el control extranjero bajo el cual han vivido durante tantas décadas. Sí, querían la salida del ejército sirio -de todos modos ya se va-, pero también la renuncia del presidente Lahoud, no más gobiernos libaneses complacientes encabezados por débiles ancianos, y en su mayor parte -a juzgar por las insignias que llevaban en la solapa- exigían la verdad sobre el asesinato del ex primer ministro Rafiq Hariri, ocurrido el 14 de febrero.

Había un océano de banderas libanesas. Y nunca esas banderas, utilizadas con tanto cinismo y burla en el pasado, habían lucido tan magníficas. No era sólo el cedro verde del escudo -siempre tan refrescante después de las estrellas negras y las águilas severas que adornan las banderas de tantos regímenes árabes-, sino el hecho de que se alzaban en protesta contra la deshonestidad y el asesinato. Era la juventud de Líbano, tan cortejada por los viejos culpables del país, que usaba las banderas para librarse de ellos.

En el palacio de Baabda, el presidente Lahoud y su comitiva se veían tan aislados del sentir de su patria como los estadunidenses y sus gobernantes designados en la zona verde de Bagdad lo están de la tragedia iraquí. De hecho, de la "zona verde" de Baabda había salido una de esas declaraciones espectacularmente inapropiadas que sólo los presidentes en el exilio llegan a hacer. "Cualquier petardo puede conducir a una catástrofe", dijo el presidente Lahoud. Pero ¿qué quería decir? ¿Era una amenaza? ¿Una advertencia? ¿Sabía algo que los libaneses no saben? ¿O sólo mostraba preocupación por el millón de personas que demandan su renuncia (o, en palabras del líder opositor Salid Jumblatt, ahora de regreso, que se vaya con los sirios)? Pero no, resultó que temía que los asesinos de Hariri -quienes, según muchos creen, no están desligados del status quo de inteligencia militar encabezado por el propio Lahoud- lanzaran una granada de mano a la multitud. "¿Qué será de nuestros hijos?", preguntó.

Manifestación esperanzadora

Pero fue por sus hijos -y por el futuro de ellos- que tantos cientos de miles de libaneses protestaron este lunes. Y uno no podía dejar de notar tantos aspectos esperanzadores de la manifestación. Marchaban alegres, riendo, y algunos llevaban comida o bailaban al compás de trompetas y tambores. Muchos eran aquellos niños que sus padres enviaron a estudiar en Ginebra, Londres o Nueva York durante los negros años de la guerra civil, y que ahora, de vuelta en la patria, están ansiosos por librarse de pasado sectario. Los soldados libaneses que montaban guardia alrededor de la plaza portaban a propósito los rifles boca abajo tras su espalda, apuntando al suelo: no iban a dañar a sus compatriotas.

Por supuesto, hubo algunos signos ya gastados: los cristianos tendían a mantenerse hacia el este de la plaza y los musulmanes hacia el oeste -sus ubicaciones étnicas cuando la plaza era la línea del frente de la guerra civil- y varios cristianos llevaban fotografías del asesinado presidente electo Bashir Gemayel, vestido con su uniforme de la milicia civil. Después de ese asesinato, en 1982, fueron los esbirros de Gemayel quienes masacraron a los palestinos de los campos de Sabra y Chatila, a los que fueron enviados por los israelíes. Había una caricatura grande y cruel del líder chiíta de Hezbollah, Sabed Hassan Nasrallah: Líbano le jalaba una manga y Siria la otra, con la palabra "¡Decídete!" escrita arriba.

Y sin embargo, ésa es la pregunta que todo Líbano se hace, porque si Nasrallah se mantiene fiel a Siria separará a gran parte de la comunidad chiíta de sus compatriotas, y si toma la decisión estratégica de defender a Líbano contra todo interés extranjero -aun al precio de aislar a Siria- se volverá un líder de oposición con un papel enteramente nuevo para Hezbollah en la historia futura del país. A su manera, el despliegue sin precedente de este lunes fue una forma de decir al Hezbollah que debe unirse a sus compatriotas bajo la bandera libanesa, esa misma bandera que Nasrallah ordenó con astucia hacer ondear sobre su propia manifestación de protesta la semana pasada.

Este lunes se difundió una versión periodística de que las autoridades de Lahoud prohibirán toda futura manifestación en la ciudad, decisión irrelevante, si es verdad, porque será imposible impedir a estas multitudes movilizarse donde lo deseen. Este lunes hubo incluso quienes treparon a los techos de las mezquitas a ondear sus banderas y expresar a gritos su apoyo a las masas que avanzaban abajo.

En el mitin tomaron la palabra un puñado de oradores de segundo nivel: Nayla Moawad, viuda del asesinado presidente Rene Mouawad; el viejo Mijail Dagher y el inteligente parlamentario de oposición Ghenusa Jaloul, quien trató en vano de presentar a Lahoud las demandas opositoras la semana pasada. Pero Jumblatt permaneció alejado, en su castillo de Moukhtara, para no arriesgarse a un atentado en el camino a Beirut. Ya los dos hijos de Hariri se han marchado del país.

Ahora todos esperan el detallado informe de la ONU sobre el asesinato de Hariri. ¿Quién lo cometió? Esa era la pregunta que cientos de miles se hacían este lunes. Y todavía Lahoud guarda silencio.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

 
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