Derechos ciudadanos
Los ciudadanos tenemos derechos que van más allá de lo que está reconocido por las leyes, puesto que éstas no consideran los distintos espacios en los que aquellos se manifiestan.
Así pues, la dinámica de la propia existencia social hace que los ciudadanos debamos plantear y exigir de manera constante esos derechos básicos, conforme van limitándose sus formas de expresión. De no ser así, no habrá nadie que los conciba ni los aplique. La tendencia natural del orden social no amplía esos derechos, sino al contrario.
El medio social en México es muy hostil a los derechos ciudadanos; el individuo se achica de modo permanente en su capacidad de preservarlos y con ello expone su misma seguridad, su integridad y su bienestar.
La existencia colectiva demanda replantear de modo profundo la concepción, definición y el cumplimiento de esos derechos. El ciudadano como individuo y el individuo como ciudadano son pares de elementos que no pueden separarse, sino sólo a expensas de las formas concretas de lo que se concibe como la libertad. Este es un concepto que debe irse extendiendo y tiene una relación estrecha con la expresión real de la ciudadanía.
Pienso, por supuesto, en un ámbito mucho más amplio que el representado por el voto, que apenas una parte de nuestros derechos como ciudadanos. Pienso, en cambio, en la noción más completa de ciudadanía, y en la cual en este país estamos en pañales.
México no es un país de ciudadanos. El régimen de derecho, las prácticas sociales, el nivel de educación, las formas brutales y primitivas en que se ejerce el poder en todos los órdenes, desde arriba hasta bajo y de la derecha a la izquierda, en el terreno político y en el económico, no sustentan los derechos amplios y complejos que entraña la ciudadanía. Hablo de esa complejidad que ocurre con todo lo que tiene que ver con los seres humanos.
El sistema económico es el de un capitalismo atrofiado, ineficiente y rampante, que exhibe permanentemente sus deficiencias productivas y sociales. Esas que sólo pueden negar la imaginación de unos y el cinismo de otros. El sistema político está hecho para concentrar el poder y ejercerlo de modo particular, y a partir de algo a lo que por conveniencia le llaman democracia, pero que se mantiene alejado de la gente. El sistema legal no concibe la protección del individuo en todas sus facetas y en buena manera lo mantiene en la indefensión.
Y no por último es menos relevante que el sistema burocrático esté plagado del predominio de la conveniencia personal o de grupo, que sea de una brutal corrupción en todos sus niveles y sea quien sea el partido que la ejerza. De esto se benefician por igual los "servidores públicos" y los individuos que se sirven a cucharadas grandes en privado.
La construcción de la ciudadanía en México es un proceso arduo y lleno de obstáculos impuestos desde arriba y sostenido abajo por la ignorancia, el miedo y la enorme desprotección que padece la población.
Los derechos ciudadanos no son una concesión graciosa de ningún funcionario bondadoso, cualquiera sea su cargo, eso no puede ser la base de nada que se le parezca a la libertad y a la democracia. Esos derechos no se aplican a partir de ningún decreto, sino que exigen un orden social muy distinto al que hoy tenemos.
Los derechos que conforman la ciudadanía son tan amplios como la propia sociedad los defina en función de sus necesidades y capacidades de expresión y, sobre todo, en la medida en que se cumplan. De nada sirve que estén escritos en la Constitución, en las leyes o en los reglamentos si no se pueden ejercer de manera completa y expedita.
El ciudadano no es sólo una pieza más del orden económico que deba ser protegido en su salud y educación, como trabajador o consumidor. El ciudadano no es sólo el que de modo abierto puede escoger a quien lo gobierna y, también, cómo se le gobierna. El ciudadano no puede ser rehén de un sistema que falla en preservar incluso su tranquilidad y el derecho a vivir en paz.
Eso no quiere decir nada más la posibilidad de salir con seguridad de su casa y volver a ella; quiere decir, igualmente, la capacidad de estar en su casa sin ser presa de los demás. Es muy difícil cumplir con esa máxima de que mi libertad llega hasta donde limita la libertad del otro. Respetar el derecho ajeno es la paz, dijo Juárez. Pero el orden social debe aproximarnos lo más posible a ello, sobre todo cuando la autoridad está involucrada.
La ciudadanía es también el derecho mínimo al bienestar, más allá de aquel que se disputa en el campo de la previsión social, el que llega a la intimidad de la vida privada, espacio al que el ciudadano no puede renunciar.
Las concentraciones urbanas se vuelven un caso de restricción de este ámbito de la ciudadanía. Los excesos de empresarios voraces y de mal gusto, condición esta última no menos relevante, junto con la falta de criterio y la corrupción de las burocracias municipales son la base de la limitación de esta forma de los derechos ciudadanos. La ciudad de México es un caso paradigmático y la delegación Cuauhtémoc es una verdadera pesadilla.