Valencia, sol y flores
En Valencia torera sobrevive el espíritu del infiltrado paganismo helénico que se asentó a lo largo de las costas del azulado mar Mediterráneo y que conserva de añadidura, el sedimento árabe. Morisma que vivió en Valencia tantos años y dejó ese espíritu que se experimentó en la corrida de este viernes dentro de las "fallas", tradicionales, trasmitida por la televisión española.
Como si fuera poca toda esta herencia cultural para convertir Valencia en el remanso espiritual, vergel de ensueño, que se plasma en la actitud de los aficionados de aquellas tierra. El nacer en ese paraíso los lleva a sentirse borrachos de luz, una luz cegadora, ebria de rumores de campo y susurros del viento entre los árboles y canciones del agua al discurrir por las acequias y la cantinela de las aves que expresan la alegría de vivir en ese sueño.
Naturalmente que los valencianos suelen ser respetuosos y amables con los toreros y toros. Aplaudieron a un César Jiménez, que ha mejorado del año pasado a esta corrida y se encontró con una res de las Ramblas suave, sin peligro y poca fuerza al que inconscientemente bordó y desorejó. Matías Tejela, sin toros a modo, le echó ganas y lo que hay que tener; ambos fueron aplaudidos. Ayer, Ponce repitió lo de la México, toros anovillados, pobres de cabeza, sin emoción y a jugar al toro...
Y es que el valenciano, aletargado por la fragancia de las rosas que abren en los rústicos tiestos, tiene el olor mágico de los jardines en flor. El color, la musicalidad, la poesía vívida y el disfrute de su cocina arrocera que impregna los sentidos, exaltan el alma. Todo esto se traduce en un ser alegre, exhuberante en sensaciones, en desborde temperamental. Máxime en estos días que vive sus fiestas, incluidas las corridas de toros.