Editorial
Annan: propuestas para el futuro de la ONU
La Organización de Naciones Unidas (ONU) pasa por una de las crisis más graves de su historia. A los escándalos por corrupción, que llegan inclusive a la familia del secretario general del organismo, Kofi Annan, así como a las acusaciones por los abusos sexuales perpetrados por integrantes de fuerzas de paz en diversos países, expresiones coyunturales e inmediatas, deben sumarse los descontentos crecientes y mucho más profundos por el carácter antidemocrático del Consejo de Seguridad del organismo, en el que cinco gobiernos miembros tienen en sus manos decisiones últimas sobre asuntos que afectan al conjunto de la humanidad, así como por la incapacidad del organismo para concretar objetivos que surgen de consensos básicos de la comunidad internacional, como es el caso de las llamadas Metas del Milenio, planteadas hace cinco años y que incluían la reducción a la mitad de la pobreza en el mundo para 2015, objetivo que, a un tercio del camino, parece inalcanzable.
Otra crítica persistente y justificada contra la ONU es la doble moral que impera en muchas de sus decisiones y el trato diferenciado que se otorga a los países. El caso más claro es la aprobación en el Consejo de Seguridad de la guerra contra Irak por la invasión y la anexión de Kuwait en 1991. Pero el Consejo de Seguridad no ordenó bombardear Turquía cuando ésta se anexó la tercera parte de Chipre, ni consideró un ataque armado a Marruecos cuando Hassán II se apropió del territorio de los saharauis, ni planteó la invasión de Israel para resolver su ocupación de los territorios palestinos de Gaza, Cisjordania y Jerusalén oriental. Otra de las miserias más evidentes de la ONU la constituyen los resolutivos de su Comisión de Derechos Humanos, organismo en cuyos informes se retratan más los pactos diplomáticos entre sus integrantes que las realidades de los atropellos en el mundo.
Las circunstancias referidas son, en último análisis, resultado del orden unipolar que impera en el planeta desde hace una década y que conlleva la sumisión de la mayor parte de los organismos internacionales a los dictados de la política imperial de Estados Unidos. El abandono de las Metas del Milenio se explica en parte por el viraje en los intereses estadunidenses del desarrollo y la cooperación a la "guerra contra el terrorismo" en el tiempo transcurrido desde que tales objetivos fueron adoptados. La animadversión de Washington hacia Kofi Annan no sólo tiene que ver con las descalificaciones formuladas por éste a la política exterior de George Walker Bush, en particular la invasión, destrucción y ocupación de Irak, sino también a que Annan fue, en su momento, el hombre del gobierno de Bill Clinton en la Secretaría General de la ONU.
En este contexto, el informe que hoy presenta Annan a la asamblea general del máximo organismo internacional constituye un listado de propósitos plausibles, aunque insuficientes, para empezar a remontar la crisis de la ONU. En el documento destaca la propuesta de ampliación del Consejo de Seguridad de 15 a 24 miembros, en dos modalidades posibles, así como el desmantelamiento de la desacreditada Comisión de Derechos Humanos y su sustitución por un órgano más transparente y eficiente, conformado en la asamblea general, y que podría tener en teoría rango comparable al del Consejo de Seguridad, al del Consejo Económico y Social y al de la Secretaría General.
Otras perspectivas de reforma planteadas por el diplomático ghanés son el establecimiento de criterios menos discrecionales y arbitrarios para el uso de la fuerza militar con aprobación de la ONU, el énfasis en la relación directa que existe entre seguridad y desarrollo, así como la formulación de definiciones precisas de terrorismo (punto crucial para contener en alguna medida la ofensiva mundial de Estados Unidos contra sus detractores, a quienes acusa indiscriminada y abusivamente de "terroristas", sin importar que la Casa Blanca sea, ella misma, promotora de acciones que caben plenamente en el concepto de terrorismo).
Es poco probable que las iniciativas de Kofi Annan puedan concretarse a corto plazo, habida cuenta de que suscitarán, previsiblemente, la animadversión de Washington. El propio secretario general se encuentra, en el momento actual, con las manos atadas por efecto de la antipatía que ha llegado a profesarle la Casa Blanca, y será poco lo que pueda hacer de aquí al término de su gestión, en diciembre del año entrante. Pero su informe de hoy tiene al menos el mérito de trazar un camino de reformas necesarias para la sobrevivencia misma de la ONU, reformas que podrán empezar a llevarse a cabo cuando lleguen a la presidencia de Estados Unidos posturas menos paranoicas y belicistas y más atentas al multilateralismo y al respeto a la legalidad internacional.