Usted está aquí: viernes 25 de marzo de 2005 Opinión Reubicación de la tortura

Jorge Camil

Reubicación de la tortura

El problema comienza con la decisión de utilizar una palabra deliberadamente ambigua, inusual, destinada a engañar u ocultar las verdaderas intenciones de un siniestro programa de gobierno que forma parte de la guerra contra el terrorismo. El programa se llama Extraordinary Renditions ("entregas" extraordinarias), aunque en los diccionarios del idioma inglés rendition sea un sustantivo cuyos usos más frecuentes son "traducir a otro idioma" o "interpretar una obra musical". Muy al final, escondido entre los laberintos de las numerosas acepciones del verbo render, se encuentra el significado que mejor revela el verdadero propósito: "entregar formalmente", dice el diccionario.

Luego, un ciudadano común y corriente, un periodista, un funcionario de gobierno no autorizado que se topase con la frase extraordinary renditions, concluiría con justificada razón que se trata de un programa para subvencionar recitales de los grandes intérpretes: tal vez Yo-Yo Ma, heredero de Pablo Casals, ofreciendo por encargo oficial interpretaciones (renditions) de las suites para violonchelo solo de Juan Sebastián Bach, o quizá la estupenda Filarmónica de Nueva York de gira por las principales capitales europeas en desagravio por la invasión de Irak.

¡Nada de eso! Extraordinary Renditions no es un programa cultural. Está más bien inspirado en las tristes figuras de conocidos militares latinoamericanos: el sombrío Augusto Pinochet, el flaco descangayado Jorge Rafael Videla (el que robaba los bebés que parían las jóvenes prisioneras políticas de la Escuela Mecánica de la Armada, que después eran lanzadas al mar desde aviones militares) y el represor Adolfo Scilingo (que nos recuerda el bullanguero son del Tilingo lingo, pero sin la alegría del arpa veracruzana), un militar de chocolate que finge desmayarse, como Michael Jackson, cada que el juez de la causa madrileña lee las terribles acusaciones en su contra; todos maestros en el exquisito arte de desaparecer enemigos políticos, maestros consumados en el arte de torturar para extraer información con excusa de proteger la integridad del Estado.

En octubre de 2004, tras insistentes acusaciones en los medios sobre desapariciones de "sospechosos de terrorismo" a manos del gobierno de Estados Unidos, la Comisión
de Derechos Humanos de la Barra de Abogados de la Ciudad de Nueva York, la más influyente de Estados Unidos, investigó el tema y publicó un extenso reporte condenando la práctica: Torture by Proxy: International and Domestic Law Aplicable to "Extraordinary Renditions" (Tortura por apoderado: un análisis del derecho nacional e internacional aplicable a la práctica de "Entregas Extraordinarias"). Y el 24 de febrero de 2005 la presidenta de esa barra, una organización con 22 mil miembros (abogados, jueces y profesores de derecho), publicó una carta abierta dirigida al congresista Edward J. Markey apoyando su reciente iniciativa de ley para terminar un programa que autoriza secuestrar "sospechosos" en cualquier nación y "entregarlos" a países "amigos" que condonan la tortura (un especie de outsourcing, o maquila, que le permite a Washington lavarse las manos). ¿El propósito?, extraer información "vital" para los intereses de Estados Unidos.

La justificación oficial de esa práctica es tan estúpida como infantil: "los entregamos -dicen- bajo promesa de que no serán torturados". Entonces, ¿para qué entregarlos? ¿Cuál es el propósito? ¿Por qué no interrogarlos en Estados Unidos? Michael Scheuer, ex director del programa (un tipo pesado, de sonrisa socarrona, que estuvo encargado
de la unidad Bin Laden en la CIA: ¡he ahí el posible origen del programa!), reveló con frialdad escalofriante a la CBS que el espionaje no era una ciencia exacta, como las matemáticas: "si secuestramos a la persona equivocada -dijo-, ¡mala suerte! Sólo pretendemos proteger a nuestros ciudadanos".

La iniciativa del congresista Markey intenta suspender esa práctica ilegal y castigar severamente cualquier actividad relacionada, incluyendo secuestros o torturas perpetrados por empleados de "empresas de seguridad privada" bajo contrato con la CIA.

La actitud defensiva del gobierno, que ha causado indignación en Europa (la "vieja Europa", como diría Donald Rumsfeld, porque hoy existe otra que vive para obsequiar los mínimos deseos de Washington), no debe sorprendernos, pues su sistema jurídico casuístico, donde los jueces dictan la ley, ha permitido desde 1886, siguiendo la doctrina Ker-Frisbie, enjuiciar en tribunales federales a personas secuestradas y trasladadas sin orden de extradición.

El reporte de la barra de Nueva York reconoce que algunos secuestrados "desaparecieron" en las naciones donde fueron finalmente trasladados en aviones de la CIA, después de brincar de país en país, a salto de mata, para borrar el rastro de la matrícula. ¡Qué ironía: los países que inventamos la guerra sucia somos ahora ejemplo del pueblo que se ostenta como monopolio de la democracia y la libertad!

 
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