Usted está aquí: viernes 25 de marzo de 2005 Mundo Toma el poder la oposición en Kirguistán; escapa el presidente Askar Akayev

Anula Corte elecciones fraudulentas; Izhenbai Kadyrbekov, mandatario interino

Toma el poder la oposición en Kirguistán; escapa el presidente Askar Akayev

En el lapso de 16 meses cae el tercer régimen surgido desde la desaparición de la URSS

JUAN PABLO DUCH CORRESPONSAL

Ampliar la imagen Manifestantes se enfrentan con la polic�kirguiza en Bishkek. A la derecha, opositores corean consignas contra el presidente Askar Akayev FOTOS AP

Moscu, 24 de marzo. Al abanderar una rebelión popular que se desarrolló de modo vertiginoso tras los fallidos intentos de sofocar las protestas callejeras mediante el uso de la fuerza, la oposición tomó el poder este jueves en Kirguistán, pequeña república de Asia central que carece de petróleo y gas natural pero tiene un recurso no menos valioso en la región, agua, sin mencionar su estratégica ubicación.

El invariable gobernante kirguizo desde hace 15 años, Askar Akayev, huyó del país en helicóptero junto con su familia, presumiblemente al vecino Kazajstán, en tanto la Suprema Corte anuló los resultados de las elecciones legislativas del pasado 13 de marzo y encomendó a la anterior composición del Parlamento convocar a nuevos comicios, antes del próximo 14 de abril.

Cayó así, en el lapso de un año y cuatro meses, el tercer régimen del espacio post-soviético que intentó perpetuarse en el poder mediante fraude electoral.

Pero, a diferencia de Georgia y Ucrania, cuyos actuales presidentes, Mijail Saakashvili y Víktor Yushenko, respectivamente, proclamaron su triunfo en las urnas, la oposición política kirguiza sólo se negó a reconocer la legitimidad de un Parlamento surgido de un proceso electoral manipulado de principio a fin.

No obstante, ante la intransigencia de Akayev que volvió a apostar por la fuerza en lugar de iniciar negociaciones, el movimiento de inconformidad fue cobrando fuerza en las regiones del sur, más castigadas en lo económico que las del norte, hasta llegar a la capital, Bishkek.

En medio de la inoperancia de la policía, que arremetió contra los primeros manifestantes pero no esperaba tener que enfrentar a miles de personas, la situación se desbordó en cuestión de horas.

La gente, que fue tomando poco a poco las calles de Bishkek, acabó asaltando hoy la sede del gobierno, otros edificios administrativos clave, el aeropuerto y los estudios de la televisión.

Ahora, avalados por la Suprema Corte, los diputados salientes nombraron a su colega Izhenbai Kadyrbekov presidente interino de Kirguistán, y al frente del consejo coordinador de la Unidad Popular, en funciones de gobierno provisional, quedó Kurmanbek Bakiyev, ex primer ministro de la república.

A falta de un líder indiscutido, estos dirigentes de signo opositor jugaron un papel relevante en la rebelión popular, junto con Roza Otunbayeba, ex canciller, y desde la cárcel Feliks Kulov, antiguo presidente de Kirguistán, quien hoy mismo fue puesto en libertad.

Los cuatro formaban parte de la elite gobernante y rompieron con Akayev, en 2002, a raíz de trágicos sucesos en la región sureña de Aksy.

En un gesto inusual para colaboradores tan cercanos del presidente kirguizo, hicieron público su desacuerdo con la violenta represión de una manifestación pacífica, que causó al menos seis muertos.

Renunciaron a sus cargos y se dieron a la tarea de construir una oposición al régimen, a partir del creciente malestar de una población sumida en la miseria, con ingreso mensual promedio equivalente a cuatro dólares estadunidenses.

Pero, para ese entonces, ya poco quedaba del liberal científico Akayev que, en octubre de 1990, asumió la presidencia de Kirguistán, escogido por el entonces presidente soviético, Mijail Gorbachov.

Tantos años de poder absoluto convirtieron a Akayev en implacable represor de sus adversarios políticos, mientras se acrecentaba la fortuna del clan familiar utilizando toda suerte de negocios realizados por sus hijos y el yerno.

Con habilidad, coqueteando por igual con Rusia y Estados Unidos, que instalaron sendas bases militares en territorio kirguizo, Akayev supo minimizar la presión internacional contra los excesos domésticos de su gobierno.

Falló, tal vez, en pensar que la presencia militar foránea -la estadunidense en Manás, muy superior en equipo bélico y número de efectivos que la simbólica que mantienen los rusos en Kant, con apenas ocho aviones- era suficiente para que nadie en la región se atreviera a cuestionar su liderazgo.

La evolución de los acontecimientos en Kirguistán, fronterizo además con China, puede tener un serio impacto en los vecinos países centroasiáticos de la antigua Unión Soviética.

La caída del régimen de Akayev, sin duda, será tomado como un ejemplo exitoso de lucha por la oposición de Kazajstán, Uzbekistán y Tayikistán, que además dependen en grado considerable del agua que les suministra Kirguistán, nación que consume tan sólo 7 por ciento de sus recursos acuáticos.

Urge encontrar pronto un arreglo político a la crisis de Kirguistán. Mientras no exista allá un gobierno legitimado en las urnas, es alto el riesgo que se afecte la estabilidad en esa zona de por sí explosiva.

 
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