La política de la resignación
Sin rumbo ni soporte político y popular manifiesto, el presidente Vicente Fox trae de vuelta a México un triste mensaje de la irrelevancia, a pesar de que lo dicho en Waco pueda ser de la mayor importancia histórica. Bajo la sombra de un juego de intereses personales que quieren verse y presentarse como intereses políticos de gran calibre para México y sus vecinos (la elección en la Organización de Estados Americanos, la candidatura presidencial), el breve periplo texano no hizo más que confirmar el desgaste vertical de la política exterior mexicana y el grave deterioro que sufre la relación bilateral con Estados Unidos. En ambos casos, expresión extrema y peligrosa del propio desvanecimiento interno.
Puede decirse que lo anterior no es sino el reflejo de lo que los propios estadunidenses han decidido hacer con nosotros, ante lo cual es poco lo que México puede intentar por su cuenta, sobre todo si a dicho intento se le agrega el calificativo de realista y pragmático, pero resulta imposible poner en sintonía una reflexión resignada como ésta con el peso de la economía y la demografía mexicanas, su riqueza energética y su potencia industrial, así como con las contradicciones políticas y sociales que recogen y traducen los movimientos de esas densidades. Si lo ponemos en perspectiva, lo que hace falta hoy no es menos sino más política internacional, aunque habría que añadir que esta necesidad nada o muy poco tiene que ver con los "reclamos nacionalistas", en realidad patrioteros, del gobierno por la mala educación de los funcionarios de la seguridad nacional estadunidense.
Algo de la tradición y mucho del sentido común de la diplomacia mexicana se quedó en el desierto que antes determinaba la lejanía entre México y Estados Unidos, según dicho célebre de Lerdo de Tejada. Una vez que las dunas dejaron de ser factor geopolítico y geoeconómico, empezó un despeñadero en la reflexión nacional sobre nuestro lugar en el mundo, que nos llevó a los (malos) chistes de la "enchilada completa" y luego a la orfandad viajera del presidente Fox, quien no asimila el alejamiento impuesto por el amigo, pero tampoco se atreve a buscar nuevas rutas y asociaciones para, por lo menos, llamar la atención sobre el peso específico del país en la escena internacional y, desde luego, en la asociación trinacional de América del Norte.
No somos bien vistos ni recibidos en ninguna parte. Pero la razón de que esto ocurra no forma parte del discurso público en ninguna de sus versiones partidarias. Sólo la migración impetuosa e inconmovible, portadora de una verdad dolorosa sobre nuestros abusos sociales e incapacidades económicas, nos mantiene en comunicación con el exterior, pero cuando se trata de usarla como vehículo para una interlocución de mayor rango, se nos escurre entre las manos. El presidente Bush insiste en que nos comprende, quiere y admira, pero no arriesga una micra en sus relaciones peligrosas con su Congreso y con las fuerzas desaforadas de la reacción fundamentalista que contribuyó a su relección. Una frontera "compasiva" al lado de una franja electrizada no es horizonte ni perspectiva para una vinculación que, por otro lado, no tiene mejor futuro que volverse conversación permanente y aventura compartida.
La aceptación de este futuro como fatalidad y no como proyecto a construir, como mandato del más fuerte y no como ponencia del débil, es lo que impide a México ver e ir más allá del chato bilateralismo en el que se ha encerrado para hacerle el juego al aislamiento a partir del cual Estados Unidos se empeña en trazar las nuevas coordenadas de su liderazgo mundial. Ser multilateral no es una ingenuidad sino una necesidad imperiosa de México para darle a la comunidad de América del Norte visos de realidad, así sea en un mediano plazo posterior al de una guerra contra el terror que vuelve absoluta la seguridad sin renunciar por un momento al uso unilateral de la fuerza.
En este discurso, que México tiene que inaugurar por razones de subsistencia, debía estar desde el principio Canadá que, por su cuenta y con mayores recursos que nosotros, busca redefinir el panorama de la región sin caer en una resignación que ni siquiera en Semana Santa puede rendir frutos.
Con una Cámara de Senadores en activo y unos partidos dispuestos al debate de ideas sobre la necesidad y no sólo sobre la oportunidad inmediata, la sucesión presidencial bien podría ser la antesala de una reconstrucción de la política internacional mexicana.
Tiempo hay, pero cómo se ha perdido.