Usted está aquí: martes 29 de marzo de 2005 Opinión Premio a Musharraf

Pedro Miguel

Premio a Musharraf

Los cazabombarderos F-16 son unos pájaros relucientes y gráciles; miden 15 metros de largo y 10 de envergadura, pesan siete toneladas y pueden transportar otras nueve de combustible y armas. Alcanzan casi 18 kilómetros de altitud, en caso de necesidad vuelan al doble de la velocidad del sonido, impulsados por su motor de 10 mil kilos de empuje y tienen un radio de acción de más de mil 500 kilómetros (Fighters of the USAF, Military Press, NY, 1990). Son, además de una arma táctica formidable (aunque no indestructible, como lo demostró un anónimo disparador de misiles antiaéreos de mano en la antigua Yugoslavia), un instrumento magnífico de la política exterior de Estados Unidos, cuyo gobierno se los ofrece o se los prohíbe a otros países de acuerdo con sus intereses diplomáticos del momento; así, por ejemplo, para cortejar a Pekín, se los negó a Taiwán durante varios años. Este fin de semana el gobierno de George W. Bush levantó la veda para venderlos a Pakistán, en premio, según se ha dicho, por la colaboración del régimen de Islamabad en la "guerra contra el terrorismo". De esa forma, Pervez Musharraf, el dictador al que Washington le perdona todo -inclusive haber fabricado armas atómicas a espaldas del mundo- podrá poner hardware del siglo XXI a su fuerza aérea, compuesta básicamente por copias chinas de aviones soviéticos de hace 30 o 40 años, y torcer a su favor el equilibrio de fuerzas con India, armada a su vez con los modelos originales fabricados en la extinta URSS.

Tal vez en la vuelta de una década veamos a las fuerzas estadunidenses destruyendo los F-16 paquistaníes en una nueva guerra sangrienta, así como las vimos en 1991 y 2003 destruyendo el material militar que su país facilitó al amigo Saddam Hussein -previo apretón de manos de Donald Rumsfeld en Bagdad- para que contuviera el fundamentalismo chiíta de los iraníes. A fin de cuentas, en materia de trayectoria democrática, respeto a los derechos humanos y promoción de las libertades, Musharraf no es muy distinto al ex dictador iraquí. Ambos han sido modernizadores laicos -y muy autoritarios- de sus respectivas sociedades y ambos han ejercido el poder en forma por demás inescrupulosa. Lo menos relevante es su principal diferencia: la adhesión de Musharraf al neoliberalismo económico y el confuso acercamiento de Saddam al socialismo.

La confrontación de Washington con sus criaturas parece un sino (iba a escribir "karma", pero no sé bien a bien lo que significa esa palabreja) inevitable. Estados Unidos organizó la sangrienta escalada al poder de Pinochet, y el Departamento de Estado acabó convirtiéndolo en un paria diplomático. Amamantó a los militares genocidas guatemaltecos y terminó castigándolos, así fuera para guardar las formas, con un embargo de asistencia militar. Entronizó a Ferdinand Marcos en Filipinas y a los Duvalier en Haití y a la postre los marines tuvieron que enfrentarse con los remanentes de las dictaduras correspondientes. La CIA aupó a Manuel Antonio Noriega y después el ejército estadunidense fue a arrestarlo, por cargos de narcotráfico, en un operativo que costó la vida a miles de panameños inocentes. Ayudó, financió y entrenó a los combatientes islámicos que peleaban contra los soviéticos en Afganistán, y después del 11 de septiembre fue a cazarlos en ese mismo país.

Por eso no puede descartarse que el futuro le depare a Musharraf una expedición punitiva tramada en la Casa Blanca con una torpeza y un cinismo equiparables a los que exhibe hoy Washington con la venta de los F-16 a Pakistán. Por ahora, el generalote es un chico bien portado que ayuda en la cacería de talibanes y terroristas.

Hay que reconocer, por otra parte, que el premio de los aviones tiene destinatario doble: el régimen militar -y atómico- de Islamabad y la industria militar estadunidense, la cual no sólo multiplicará sus utilidades sino que podrá disfrutar de una subida rápida de sus acciones en la bolsa de valores. Es un negocio redondo, y Bush queda bien con su subordinado Musharraf y con sus socios y votantes reales, los hombres del aparato industrial-militar.

La única que sale perdiendo en la operación es la paz mundial, porque a raíz de la transacción podrá verse una escalada armamentista y un incremento de las tensiones entre Pakistán e India, ambos enfrentados desde hace medio siglo y ambos poseedores de bombas atómicas. Pero la construcción de un mundo seguro y apacible no es precisamente el objetivo del actual gobierno de Estados Unidos.

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