No es el momento
Siempre me revelé ante la indiferencia y la mediocridad. No hay duda que siempre será más cómodo ver los toros desde la barrera y esperar el desenlace para luego acomodarnos mezquinamente con el ganador.
Pareciera que México se instalara en un letargo en el que sólo unos cuantos deciden los destinos del país, mientras la mayoría observa confundida cómo nuestra nación se estanca.
Soy un convencido de que las grandes batallas sólo pueden ganarse con coraje, con convicción, defendiendo los principios por los que uno estaría dispuesto a dar la vida. Por eso hoy busco compartir algunas reflexiones sobre el inquietante destino de nuestro México. La democracia no es para cobardes o timoratos. Creer en la democracia es tener fe en la sabiduría colectiva de que los ciudadanos podemos elegir a nuestros gobernantes. Creer en la democracia significa que estamos dispuestos a aceptar el resultado de una elección -aun si se trata de una contienda presidencial- sin limitar de antemano la libre decisión de los votantes.
Y cuando la política se vuelve más importante que los principios, el futuro de la democracia se ve amenazado. Por eso estoy perturbado con lo que hoy sucede en México. Estamos haciendo un circo de nuestra elección presidencial. Y el mundo nos está observando para saber si nuestro país, que descubrió el amanecer a la democracia en el despertar del nuevo siglo, continuará edificando los cimientos de su libertad.
Pero cuál es el espectáculo que estamos dando. Debates ociosos y peleas callejeras; intrigas palaciegas y manipulación populista; bravuconadas de mediocres y fabricación gratuita de mártires.
Todavía tenemos oportunidad de probarle al mundo y, sobre todo, a nuestros propios hijos, que la transición de México hacia la democracia fue real y que hoy estamos preparados para construir los sólidos cimientos de nuestra libertad.
Pero en lugar de propiciar ese genuino progreso como nación, con nuestro silencio y nuestra pasividad estamos permitiendo que lo que tanto trabajo nos costó alcanzar se hunda en peligrosos pantanos de descalificaciones anticipadas, que nada tienen que ver con la democracia.
PAN, PRI y PRD están en falta con la nación. Como partidos políticos buscando dirigir el futuro de nuestra nación, anteponen hoy sus intereses y sus ambiciones por encima de los derechos fundamentales de los ciudadanos. Y en su intento por evitar que Andrés Manuel López Obrador sea candidato presidencial, aun cuando todavía no lo sea oficialmente, tanto PAN como PRI están lesionando el auténtico significado del autogobierno y de la libertad de elección.
En contraparte, el PRD está exhibiendo al jefe de Gobierno como víctima de una persecución política, y de paso está convirtiendo el más serio acto democrático -la elección de un Presidente- en un melodrama barato.
¿Importa en verdad si López Obrador es culpable? Por supuesto que sí. Y como tal debe ser juzgado en el tiempo justo y bajo las leyes adecuadas. Pero es un error hacerlo en este momento, justo cuando la democracia está consolidándose en la cultura política de México.
Este vergonzoso ejercicio de política partidista está distorsionando la validez de la futura elección presidencial. Y en lugar de debatir los temas que realmente cuentan para el futuro de México, estamos inmersos en chismes baratos, plagados de posturas huecas y vanas.
Debemos elegir una ruta más inteligente. Los liderazgos de PAN, PRI y PRD deben decidir enfrentar las consecuencias de la presunta infracción de López Obrador en un momento más propicio. Pero si insisten en despojar legalmente al jefe de Gobierno de su inmunidad por la ruta del desafuero, impidiéndole ser elegible para que se registre como candidato presidencial, no hay duda de que históricamente el hecho será interpretado como un movimiento eminentemente político que obedece a intereses personales y no al ejercicio de la democracia de un pueblo.
Los simpatizantes de López Obrador ya demostraron hasta el cansancio que son rápidos para vender la noción de que su líder es víctima inocente de un abuso político. El reflejo de las distintas encuestas así lo confirma. Como consecuencia de ese mal manejo político, el caso amenaza con transformarse en una conflagración nacional. Y esas llamas empiezan a consumir los bordes de nuestros más preciados sueños por tener un México estable y próspero.
A pesar de las crecientes preocupaciones por mantenerlo a raya, López Obrador insistirá en su lucha por convertirse en Presidente de México, aun desde la cárcel.
Hoy tenemos la oportunidad de dar una lección de gran estatura política si hacemos a un lado los rencores y las pasiones para abrirle cauce a los espacios para la libertad. Hoy debemos asumir en conciencia que el destino democrático de México debe tener su cita en las urnas y no en la promoción de odios sociales que terminen por hacer de la calle la arena en la que se derrote la esperanza que todos los mexicanos tenemos de un mejor porvenir. Pronunciémonos por un estado de derecho; no a la confusión de la percepción democrática; no al juego de intereses partidistas. ¿Juzgaremos después por este grave error político a quienes están a punto de cometerlo?
En su responsabilidad está encontrar el momento.
* Empresario