La muerte como liberación
Con todas esas ideas moralinas sobre el valor de la vida hemos dejado de ver de frente a la muerte, de asumirla como ese hecho tan natural del cual todavía nadie se escapa y que puede ser en muchas ocasiones un acto de liberación, sobre todo cuando se vive en una situación existencial extrema y sin salida.
No es lo mismo morir que la muerte; la agonía o la forma de morir puede ser desgarradora, y contrasta con el hecho de la muerte, acto final de la existencia terrenal. Como dijera Franz Kafka: "yo sólo tengo un miedo horrible al dolor; por lo demás, uno se puede aventurar a la muerte, podría morir, pero no padecer dolores, con el esfuerzo por evitarlos, los aumenté claramente. Podría resignarme a morir pero no al dolor, me faltaría el movimiento anímico, como cuando todo está empaquetado y los remos son retirados con esfuerzo una y otra vez sin que se produzca la partida. Lo peor, los dolores inmortales. Nuestra salvación es la muerte, pero no está".
El caso de Terri Schiavo y la discusión sobre la eutanasia que acaparó los dilemas éticos en Estados Unidos no lograron superar una visión muy estrecha de la muerte y son parte de la creciente manipulación religioso-política que venimos atestiguando desde los tiempos del presidente Reagan. Como bien dice David Brooks, corresponsal de este diario: "Una vez más Dios fue tomado como rehén de la política estadunidense, o tal vez al revés". Nuevamente vemos actuar a la derecha internacional, que aliada a jerarcas eclesiásticos y políticos no quieren perder su actual acumulación de poder y encuentran en la eutanasia una nueva carnada para pescar ingenuos, de sumar un tema más a su ya gastada y obsesiva trinidad temática: el antiaborto, la abstinencia sexual y el matrimonio perpetuo; ya cuentan con cuatro frentes para mover conciencias y ganar adeptos.
Para mi gusto el señor Michael Schiavo, al solicitar la desconexión del catéter alimentario de su esposa Terri, respetó el derecho a la libertad de decidir de quien, hasta antes de caer en estado vegetativo, le había notificado su deseo de no vivir artificialmente. Este es para mí el punto clave, el ejercicio de la libertad de decidir de Terri, nada más y nada menos que el deseo de una mujer que mientras estuvo viva era sujeta de derecho, que en estado de conciencia tuvo el derecho a decidir libremente sobre su vida y sobre su muerte. ¿Quién es el marido, o sus padres o el Estado o el reverendo Jesse Jackson para decidir si ella debía seguir o no en agonía? A ellos sólo les correspondía respetar la libertad individual mientras ella tuvo la capacidad de elegir. Ejercer la libertad es una forma de humanizarnos, de reconocernos humanos entre los humanos. "El hombre se diferencia de los animales no tanto por ser poseedor de entendimiento o inventor de instrumentos y métodos, como por tener capacidad de elección; por elegir y no ser elegido, por ser jinete y no cabalgadura" -afirmaba John Stuart Mill en su clásico ensayo sobre la libertad.
Se trata del ejercicio de la libertad de conciencia, de la capacidad de elegir según los propios deseos utilizando la razón, implica sabernos dotados de un lenguaje abstracto que compartimos con los demás pero que nos permite convivir y analizar otros códigos para delimitar la propia autonomía. Es un valor que exalta la individualidad y asegura en toda persona la existencia de complejos procesos cognitivos que se combinan y coexisten con sentimientos emocionales y códigos morales, con el goce y la felicidad, siempre en negociación con la conciencia interna.
Los grupos de fundamentalistas que oraban fuera del hospital, así como el presidente George W. Bush y su hermano Jeb, abusaron de sus posiciones de poder al intentar cambiar las leyes para desobedecer la libre decisión de una ciudadana, y contravinieron los derechos constitucionales que están obligados a garantizar como gobernantes: la libertad de conciencia y el Estado laico. Cuesta creer que los actuales políticos republicanos, a la hora de tomar decisiones de gobierno, consulten más La Biblia que su propia Constitución.
Por desgracia, estas visiones cada vez influyen más en los políticos mexicanos.
Ahora resulta que el propio José Luis Soberanes, el actual presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, quiere seguir la agenda republicana. Recurriendo al más obvio lenguaje de los obispos se atreve a condenar la enseñanza laica y a interpretarla como violatoria del derecho a la enseñanza pública de la religión. ¡Que tenga cuidado! se está yendo contra el tercero constitucional que en este país ha sido base de los procesos seculares y civilizatorios.
La visión tan oscura de la muerte es herencia del mundo occidental cristiano, se opone a las culturas cosmogónicas y politeístas para las cuales los cuerpos de hombres y mujeres son una humilde parte de universos infinitos que no empiezan ni terminan con la vida y muerte de un ser humano. En la versión mesoamericana se concebía la muerte como la dispersión de varios elementos, y mientras una de las entidades anímicas viajaba al cielo del Sol, otro componente, la sangre, líquido que contenía energía vital, iba a alimentar a la deidad de la Tierra. Así las cosas, la muerte de Terri podríamos significarla como un aporte que vino a nutrir los universos de los que todos y todas formamos parte.