Esa pasión devoradora
1. En este momento histórico tan lleno de fundamentalismos e intolerancias los llamados a la serenidad, al análisis equilibrado y a la construcción de consensos son siempre bienvenidos. Cuando los extremos parecen privar en el debate público, una visión racional y hasta cierto punto escéptica de las posibilidades y restricciones en el ámbito del quehacer público parece sumamente saludable. Porque se trata de establecer puentes de entendimiento entre personas, corrientes y actores sociales que por sí mismos tienen más en común de lo que parece.
2. La heterogeneidad social y productiva de las sociedades latinoamericanas dificulta la construcción de consensos duraderos y alimenta una visión política cortoplacista y depredadora. Los estados nacionales tienen dificultades para establecer compromisos creíbles y los agentes sociales desconfían y no se embarcan en acciones colectivas para defender sus derechos y construir una institucionalidad capaz de procesar conflictos.
3. Por ello la política moderna requiere apasionar como cuando se está bajo el influjo de la embriaguez. Pero también requiere sutileza, sentido de la oportunidad. En un momento en que la fragmentación y la anomia se despuntan peligrosamente en el horizonte latinoamericano se requiere que la política regrese a la sociedad. El partido de todos tan temido porque supone recuperarla como actividad para todos y no para unos cuantos iniciados.
4. Sé que esto parece más utópico que una sociedad sin clases. Pero como ya dijo un clásico: sí se puede. Con formas de organización y de articulación empotradas en la sociedad y planteos discursivos claros. Comprendiendo que la política no es la única ni siquiera la más importante actividad de muchos seres humanos que sin embargo se preocupan y desean intervenir en los asuntos públicos porque saben que afectan su destino y el de su entorno más cercano.
5. Hace unas semanas planteaba para la reflexión: cómo combatir eficazmente la desigualdad sin secar los incentivos de la iniciativa privada o cómo resolver los problemas de acceso a activos sin dañar el estado de derecho o, cómo fomentar competencia e innovación al tiempo que se reconoce el valor de la solidaridad.
6. Quizás hay que comenzar por cuestionar los lugares comunes, la sabiduría convencional, aquello que un interlocutor ilustrado diría: pero, ¿cómo, a estas alturas, sigues impugnando el superávit primario o dudas en someter la inflación a un dígito? Pero, ¡qué espanto!, ¿no crees que las mejores políticas públicas sean aquellas transparentes y con amplia participación ciudadana? My goodness, ¿no percibes este turning point para la humanidad en su regreso a los tradicionales valores familiares?
7. Si la construcción de consensos es indispensable lo debe ser porque partimos de diferencias reales en nuestras percepciones, en nuestros valores, en nuestra visión del mundo. Podemos converger porque discrepamos. Podemos coincidir en un piso de entendimientos básicos precisamente porque somos diferentes, nos sabemos diferentes y lo decimos claramente. Tenemos diferencias, tenemos discrepancias y algunas de éstas pueden ser irresolubles al menos en el corto plazo.
8. Los consensos no pueden ocultar o disfrazar las diferencias que naturalmente surgen en sociedades tan heterogéneas como las latinoamericanas. Discrepar no es malo. Es casi un acto natural de todo ser humano que reacciona con algo de racionalidad y algo de pasión. Con un poco de cálculo y otro tanto de desinterés. Lo que es grave, lo que es verdaderamente castrante, y en el fondo terriblemente ineficaz es la simulación de consensos.
9. Llevo siete años viviendo en Santiago de Chile y recorriendo muchos países latinoamericanos y caribeños. En algunos países particularmente aquellos que han sufrido el traumatismo de dictaduras me encontraba hasta hace poco un cuadro muy frecuente en las discusiones informales. Había ciertos temas que no se tocaban o sólo se tocaban tangencialmente. Se hacían silencios molestos. Un cierto factor de contención opera en las personas, sobre todo cuando han sido testigos o víctimas de desbordamientos políticos y militares. Pero a fuerza de repetir esa autocontención el discurso también puede quedar vacío, desprovisto de todo significado.
10. Los buenos modales tan indispensables para establecer un diálogo fructífero no pueden ser empero, sinónimo de acuerdos artificiales o de convergencias de ocasión sólo para no incomodar a los demás. Por ese camino sencillamente no logramos dilucidar cuáles son los temas que nos separan y en cuáles hay verdaderamente acuerdo. Revisando la actuación de algunos de los mejores y más preclaros dirigentes latinoamericanos puede decirse de ellos que son antihéroes que enfrentan el dilema de trasmitir mensajes controvertidos a sus pueblos o a sus agremiados. No sucumben ante el facilismo de la popularidad sino asumen el tiempo de decisiones duras. Asumir las restricciones es un paso hacia los sueños posibles. Es mirar la vida pública directamente sin subterfugios ni grandilocuencia. Decir las cosas por su nombre.
11. La embriaguez del discurso, su capacidad para apasionar y mover a la acción ciudadana no está en la grandilocuencia. Está en la coherencia. Está en el talante democrático. En impugnar la sabiduría convencional. En polemizar para generar verdaderos acuerdos y no adornos retóricos que todos violan y nadie respeta porque nunca fueron verdaderamente confrontados en el debate.