Usted está aquí: martes 5 de abril de 2005 Opinión El próximo

Pedro Miguel

El próximo

A l margen del catolicismo, de la cristiandad y de cualquier otra Iglesia, y ajeno a toda creencia que no sea el misterio de las moléculas en la sangre y la danza vasta de las partículas elementales, me gustaría sin embargo que los apostólicos y romanos encontraran en su próximo pontífice a un individuo que les ayudara a reconciliar sus creencias y su fe con los tiempos actuales.

Me atrevo a suponer que a los católicos les haría bien un papado de la salud, más que un papa de la enfermedad; un liderazgo espiritual que enfatizara el gozo y el respeto, y no el dolor y la intolerancia; un pontífice que en vez de organizar cruzadas contra el Mal, la herejía y el pecado, reivindicara la lucha contra el hambre, la guerra y las injusticias sociales.

Creo también que para la Iglesia católica, sus feligresías y el resto del mundo, sería positivo un liderazgo en Roma que no satanice las necesidades y los deseos de la gente, sino que la comprenda en su diversidad infinita y casi siempre legítima e inofensiva; un liderazgo que acepte con honestidad los límites de su ámbito espiritual y no intente legislar, juzgar y condenar preferencias políticas, vida íntima, orientación sexual, gustos estéticos, singularidades culturales, opciones de consumo y formas específicas de organización familiar; que acepte, en suma, el albedrío y la soberanía individual de cada persona que es el asiento de sus derechos y de sus deberes.

Supongo que el mundo estará mejor si el sucesor de Juan Pablo II, sea quien sea, renuncia a intervenir en los asuntos políticos de naciones y Estados, acata las potestades de los poderes terrenales y renuncia a inmiscuirse en ellos, a convertirse en su cómplice o en su adversario. Si el próximo pontificado comprendiera y acatara el carácter necesariamente laico de las políticas económicas, sociales, educativas y de salud de los países, hará la vida más fácil a sus fieles, evitaría desgarrarlos entre sus creencias espirituales, las convicciones políticas y las preferencias personales, y contribuiría así a introducir elementos de armonía en un planeta requerido de ella.

Por lo que hace a la Iglesia católica, sería muy positivo que el siguiente sucesor de Pedro, en tributo elemental a María, eliminara las barreras infames que impiden a las mujeres ser ordenadas como sacerdotisas, volverse obispas, arzobispas, cardenalas y papisas: sería, ése, un obligado primer paso en el proceso de democratización, apertura y transparencia que El Vaticano está requiriendo a gritos, y que pasará, además, por el establecimiento de mecanismos de participación horizontales y de representación democrática de los católicos -eclesiásticos o seglares- en su Iglesia, la demolición de las actuales estructuras de poder piramidales, vetustas y mafiosas, y la constitución de mecanismos de rendición de cuentas y acceso a la información.

Sería deseable, me parece, que el próximo ocupante del trono papal prescindiera de los lujos insultantes que hasta ahora rodean tal asiento, que suprimiera el boato proverbial en El Vaticano y que estableciera reglas precisas para obligar al clero católico, en el resto del mundo, a vivir en forma más austera, decorosa, decente e igualitaria, al margen tanto de las condiciones de privación que afectan a numerosos curas de parroquias lejanas y olvidadas como de los lujos oprobiosos, más propios de narcotraficantes que de arzobispos, en que arrastran su existencia no pocos jerarcas y funcionarios.

Me gustaría, por último, ver a un papa respetuoso de la ciencia que no suscribiera tonterías tales como que el Sol gira alrededor de la Tierra o que los condones son inútiles para prevenir la infección de VIH, y a un pontífice que se apiadara de los hombres y mujeres de la Iglesia y anulara el celibato obligatorio. Ah, y que pidiera perdón, en nombre de Roma, por la infame excomunión de Miguel Hidalgo. Creo que un pontífice con tales características lograría fortalecer a su institución, extender y profundizar notablemente los vínculos entre ella y sus feligreses y contribuir a la placidez general del mundo.

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