Freehold, territorio liberado por migrantes
DAVID BROOKS ENVIADO
Freehold, Nueva Jersey, 4 abril. Al lado de una vía de tren en este pueblo rico y muy gringo, unos 125 hombres -casi todos mexicanos indocumentados- esperan chamba y expresan simpatía por Andrés Manuel López Obrador, debaten sobre el zapatismo y denuncian el abandono oficial del campo y las políticas económicas que los expulsaron de su país. También señalan la falta de defensa de sus derechos en Estados Unidos, el racismo a ambos lados de la frontera y cómo decidieron organizarse con lo poco que tienen para adquirir voz, voto y dignidad en esta pequeña esquina del universo, en una lucha que ahora celebra su primer aniversario.
Una camioneta desacelera y se estaciona frente a los jornaleros, baja un estadunidense y dice que necesita a un empleado. Es un trabajo ligero en un jardín con alberca, con lunch incluido, y requiere a alguien que entienda un poco de inglés.
Cada uno de los trabajadores tiene una historia sobre cómo fue obligado a abandonar su tierra, su trabajo, su familia; del cruce de la frontera, los coyotes, las caminatas nocturnas, los días de buscar sombra ante el sol a plomo, del susto de estar en un mundo nuevo, en el cual los dueños hablan otro idioma, no sólo en palabras, sino por sus costumbres, comida y trato. De cómo llegaron con un familiar, con un conocido. De cómo aguantar la angustia del éxodo, todo porque ''ya no había de otra'', porque todo estaba anulado y los hijos tenían que estudiar, comer y jugar. ''Mil furias contra la humillación, el abandono, el sentirse expulsado, el pinche miedo frente a las autoridades y los que lucran con el negocio del exilio'', expresan.
Con toda esa carga atrás, para colmo el contratista pone una condición más: "dame a uno que no esté enojado, ¿okey?, no quiero a enojados".
Pero el contratista, como otros cuatro o cinco que acuden esta mañana para llevarse a dos o tres jornaleros cada cual, llega a este sitio para encontrarse con algo muy diferente a la mayoría de las miles de esquinas con jornaleros latinoamericanos que existen por todo Estados Unidos: aquí hay organización.
Nadie corre y se amontona. Después del rito cotidiano de pasar lista, todos esperan para ver quién sigue. Al llegar cada contratista, un delegado de la organización se presenta. Inmediatamente pregunta cuántos necesitan y establecen que el pago será de 10 dólares la hora.
Mientras en otros sitios cada jornalero hace lo que puede por sí mismo, corriendo para llegar primero con un contratista, negociando su propio arreglo y sufriendo en soledad cada abuso, aquí, en esta esquina, hay algo diferente.
Bienvenidos a Casa Freehold. Aquí festejan su primer aniversario bajo hostigamiento de fuerzas antinmigrantes, del gobierno municipal, de la policía local, además de un clima inclemente en un pueblo situado en medio de uno de los condados más ricos, y tal vez más famoso por ser el lugar de nacimiento de Bruce Springsteen.
No hay "casa" por ahora, sino un espacio de tierra junto a una carretera municipal. Pero es territorio liberado, fruto de una lucha por el derecho de trabajar con dignidad. "Sólo estamos aquí para trabajar", comentan una y otra vez los jornaleros, quienes dicen que se les acusa de todo, desde ser sucios, delincuentes, "hasta de ser terroristas".
Fueron hostigados y hubo un intento de las autoridades y grupos antinmigrantes por negarles hasta el derecho de pararse en la vía pública en espera de ser contratados para construcciones o mantenimiento de casas y negocios de los ricos del lugar. En vez de huir y volverse más invisibles, un grupo declaró un ¡basta ya!, y defendió su derecho de permanecer en esta pequeña zona donde llegaban los contratistas. La lucha eventualmente culminaría en una demanda legal ante un tribunal federal, que se ganó, y en el camino se establecieron alianzas incipientes con iglesias afroestadunidenses, una agrupación de abogados puertorriqueños, activistas progresistas y algunos residentes anglosajones de la propia comunidad.
Con ello nació Casa Freehold, cuyo propósito es establecer un centro comunitario y laboral permanente. Pero no esperan la construcción física de un lugar para proceder con su trabajo de organización. Este experimento de autogestión ya ofrece cursos de inglés e intentará dar asistencia legal, médica y de apoyo de emergencia a los jornaleros, y también un punto de interlocución de las autoridades locales con las mexicanas, así como con toda una gama de organizaciones y voluntarios simpatizantes.
Primer aniversario
Hay tamales deliciosos, un poquito de café y una breve reunión al lado de la carretera para marcar el primer aniversario de esta lucha. Se escuchan vivas y breves discursos que recuentan la lucha, e insistencias en que sólo con la unidad se podrá avanzar. Pero poco antes de culminar el festejo, dos patrullas sin identificación dan dos vueltas y finalmente se detienen, salen tres oficiales enormes, dos con chamarras que dicen sheriff, y entran de manera agresiva en medio de la bola de trabajadores. Corre un escalofrío, todos se juntan más, pero nadie corre. Alguien pregunta ¿qué onda?, y un oficial ordena "quítese, estamos buscando a alguien, alguien que mató a su esposa". Revisan cada cara; llegan con uno, le quitan la cachucha, ven una foto, y se retiran a sus patrullas.
"A eso nos dedicamos, a cazar", dice un oficial a La Jornada cuando se le pregunta qué hace. De repente la historia cambia: "estamos buscando a unos árabes, podrían estar vinculados a Al Qaeda, son muy listos". Pero aquí hay puros mexicanos, se le dice. "¿Cómo saben? Es muy difícil distinguir a un árabe de un mexicano si están juntos. Están muy bien entrenados, hasta pueden disimular el acento de esta gente, y están cruzando la frontera desde México", responde.
Continúa la conversación, cambia de nuevo el pretexto de los oficiales: "estamos buscando alguien que mató a su esposa; bueno, alguien que intentó matarla, la cortó gachamente". Cómo se llama el acusado, se le pregunta, y responde "Danny DeVito".
Este acto de intimidación no logra espantar a los indocumentados. No sólo no triunfó el miedo, sino que pocas horas después hay una victoria para marcar el aniversario. Un grupo nacional xenofóbico, Patriotas Unidos de América, había rentado un salón en un centro comunitario en esta ciudad para realizar un acto de reclutamiento de fuerzas antinmigrantes. Los integrantes de Casa Freehold preparaban una manifestación y empezaron una campaña para denunciar la acción. Llovieron tantas llamadas a las oficinas del centro comunitario -el cual frecuentemente renta sus salones a organizaciones latinas- que éste anunció la decisión de retirar el uso del salón a los antinmigrantes.
Pero en estos días uno de los líderes de Casa Freehold informó que la policía ha intensificado la vigilancia. Suele haber una patrulla frente a su casa; cuando sale a caminar una patrulla lo acompaña unos pasos, prende sus luces, la sirena, y se dejan ver; hasta lo saludan. En este clima, los jornaleros buscan ganarse lo suficiente para enviar lo que se pueda a sus casas en Chiapas, Guerrero, Puebla, Oaxaca y otras partes de México y sobrevivir aquí y, a la vez, construir su organización.
El debate político mexicano en Freehold
"No hay trabajo en nuestro país", comenta Carmen (casi todos prefieren que no se use su apellido en la prensa), un campesino de Chiapas, repitiendo lo que inevitablemente es la respuesta de por qué llegaron aquí. Continúa: "todo es difícil aquí, y si se pudiera, estaría en México. Aquí y allá sólo enriquecemos a otros", dice, pero señala que por lo menos aquí hay chamba.
Fernando, también campesino de Chiapas, dice que ya no puede cultivar maíz y frijol, porque "ya no deja". Agrega que "el gobierno no cumple con lo que dice, por eso estamos aquí". Cuenta la economía de un pequeño productor, de los precios, de los insumos, de los prestamistas, y concluye "no salimos de la pobreza", ya que no hay un mercado para vender el producto, sea maíz, frijol, chile, jitomate. "El gobierno debería tener vergüenza, cuando (el presidente mexicano Vicente) Fox nos llama 'héroes' a los que migramos aquí. Ellos son dueños del país, nosotros también somos mexicanos, pero dueños de nada."
Varios hablan de Andrés Manuel López Obrador, y Alejandro comenta que "aquí entre nosotros hay un consenso de preferencia al señor que está como jefe del DF, de ese partido que nunca ha estado en la presidencia", evitando usar el nombre de López Obrador, pero respondiendo "sí, claro, ése, el que quieren meter a la cárcel".
Fernando habla de los zapatistas, y dice que vieron que con la organización y el levantamiento de repente hubo más inversiones del gobierno en esas zonas. "Pero entre nosotros hay gente muy humilde que no nos gusta el enfrentamiento, algunos le tenemos miedo al gobierno, eso de ser preso político, mejor nos venimos enfrentar a lo de aquí, donde hay más oportunidades."
"Pero ¿por qué se encapuchan?", pregunta Fernando. "¿Por qué esconden el rostro? Zapata nunca se ocultaba el rostro". Otro compañero de Chiapas escucha, y responde: "dicen que se encapucharon porque no tenemos voz ni rostro, que nadie nos escuchaba, que somos invisibles: es un símbolo", le explica. Además, informa, "son líderes perseguidos".
Otro comenta: "me gustaba mucho estudiar, pero sólo llegué a la secundaria, me hubiera gustado superarme... el estudio es un arma muy importante, eso es lo que queremos para los hijos".
Las conversaciones siguen, sobre cruzar el desierto, las víboras, los coyotes, aguantar los inviernos, los calores, aguantar estar tan lejos de sus tierras y familias. Pero nadie se queja, sólo cuentan.
Casa Freehold, declara Alejandro -un líder de esta lucha, jornalero y antes médico en Acapulco-, es la construcción de un centro de trabajadores que tiene como punto esencial demostrar que "tenemos la capacidad de decidir nuestro destino". Declara que "los trabajadores son nuestra bandera", y no los países y gobiernos. "Venimos del sur al norte, nos dicen ilegales, no hablamos su idioma, y dicen que no nos quieren aquí... Pero estamos hartos de ser rebajados, tanto aquí como en nuestros países, y por eso aquí declaramos, no más."
Y repasa la historia de esta lucha, de defender este pedacito de tierra para reunirse, para buscar chamba, "y desde aquí enviar dinero a las familias, para educar a nuestros hijos, y con Casa Freehold, dedicarnos a defender nuestros derechos civiles y humanos".
Poco después, en entrevista con La Jornada, Alejandro comenta que este esfuerzo es como "una punta de lanza de una lucha aquí que nace desde la misma gente" para establecer una organización donde todos tienen voz y voto. Cuenta de algunas relaciones iniciales con otros grupos de jornaleros, iglesias, sindicatos, otras organizaciones de inmigrantes, pero también de la falta de recursos, ya que todo esto sólo lo sostiene los compañeros de la organización.
Sin embargo, esto es una lucha local y trasnacional por tener voz y voto tanto en México como aquí. "No somos ciudadanos de segunda, tenemos derechos, aunque estemos fuera de México; de hecho, no estamos allá precisamente porque los políticos han sido un fiasco", comenta Alejandro.
Platica de las conversaciones sobre López Obrador, sobre la huelga de los trabajadores del Seguro Social, de la lucha indígena en México, al igual que la lucha por los derechos de los inmigrantes aquí, de cómo se ofreció solidaridad (e invitación para compartir chocolate caliente) con unos trabajadores estadunidenses en huelga en una fábrica frente al sitio donde se congregan los jornaleros.
Este pedacito de territorio liberado, bajo sitio, es un frente de la lucha por la democracia real no sólo en Estados Unidos, sino en México. Es una esquina de la lucha social trasnacional.