Usted está aquí: martes 5 de abril de 2005 Opinión El embrión como símbolo

Javier Flores

El embrión como símbolo

¿Qué es lo que hay detrás de la oposición a la investigación en células embrionarias y la clonación terapéutica? Una posible respuesta se encuentra en un artículo reciente de Janet L. Dolgin. Se trata de una investigación muy completa que realiza un examen comparativo entre dos debates, uno relativamente viejo que se refiere al aborto, y otro más reciente que se ocupa de las células troncales embrionarias1. La autora, quien es profesora de la escuela de leyes de la Universidad Hofstra, en Nueva York, señala que en ambos casos se produce un enfrentamiento que involucra los escenarios legal y social, en los que, desde luego, se encuentran en el centro los significados de conceptos como embrión y persona humana. Sin embargo, también tienen un lugar especial otros temas no menos relevantes, como los parámetros que definen la vida familiar y la comunidad.

Dolgin encuentra que entre los dos debates hay discontinuidad, pues el que se refiere al aborto se enmarca en necesidades y demandas que tienen origen en el siglo XIX y se relacionan con la conservación de una visión del mundo que valora las jerarquías, el establecimiento de roles y la solidaridad comunal. Por su parte, el debate sobre la investigación en células troncales embrionarias y la clonación terapéutica se enmarca en un entendimiento de lo humano que valora la individualidad y la autonomía, y entiende a la comunidad como consecuencia de diferentes decisiones individuales más que como algo estructurado jerárquicamente.

En la actualidad, dice la autora, el concepto embrión es muy diferente del de los siglos XIX y XX: es formado fuera del cuerpo, como sucede en la fertilización in vitro o la clonación; es evidencia de la separación entre sexualidad y reproducción y es promesa de salvación para miles de personas que sufren enfermedades. Desde 1978, con el nacimiento de Louise Brown, concebida fuera del cuerpo de su madre, la maternidad biológica ha podido dividirse en genética y gestacional, y la familia, como había sido entendida en el pasado ha sido remplazada por gran variedad de verdades alternativas.

Así, los cambios no se han manifestado solamente en los significados del embrión, sino además en la arena familiar. La retórica antiaborto, por ejemplo, incluye alertas explícitas sobre la disolución de la vida familiar. El aborto se convierte en sinónimo de falla en el papel de la mujer como esposa y madre. El aborto simboliza un escenario de exceso sexual y de destrucción de la moral pública. Pero paralelamente se produce una dramática transformación en el seno de la vida familiar que no refleja las aspiraciones de los antiabortistas. Por ejemplo, en el siglo XIX el número de hijos en Estados Unidos cae de 7 a 4 y esto no es a causa de una guerra o una epidemia, sino de un cambio, que al iniciarse el siglo XX revela el nacimiento de un nuevo tipo de relación familiar basado en la negociación y la decisión autónoma. Esto se expresa a nivel de las leyes, como en el derecho al divorcio o el derecho a cohabitar con una persona en ausencia de matrimonio o, más recientemente, en el derecho a la interrupción del embarazo.

Dolgin encuentra que a partir del siglo XIX en los sectores conservadores se va dando un gradual desplazamiento desde un discurso en favor de la preservación de distintos roles de género y una función de la mujer como preservadora y corazón del hogar (situada por la naturaleza para servir a su esposo y para el cuidado de los niños) hacia un discurso sobre la santidad de la vida embrionaria y fetal. Los asociados a Provida, dice Dolgin, desarrollan una plataforma que enfatiza ahora la moralidad de la vida embrionaria.

La investigadora afirma que ni el discurso sobre el aborto ni el relacionado con la clonación y la investigación en células troncales embrionarias pueden ser interpretados adecuadamente sin considerar el cambio en la sociedad, que se hace evidente en las últimas décadas del siglo XX. Estos cambios afectan los territorios de la vida familiar y la comunidad. Si el debate sobre el aborto refleja desacuerdos sobre el estatus de embriones y fetos, expresa también, principalmente, desacuerdos sobre un conjunto de temas, entre ellos la legitimidad del cambio en la situación de la mujer en la sociedad y el valor de las formas tradicionales de relación en la esfera doméstica.

En la actualidad, concluye, para los asociados a Provida la política contra la investigación en células embrionarias en realidad enmascara una agenda relacionada con la preservación de un modelo de vida familiar y un entendimiento de la persona humana que fue desarrollado en los primeros años de la Revolución Industrial. De acuerdo con la autora, el embrión sirve ahora de símbolo y es un pretexto que oculta el verdadero interés de preservación de un conjunto de valores y metas sociales.

1. Embryonic discourse: Abortion, stem cells and cloning. Issues in Law & Medicine. 19 (3): 203-261, 2004.

 
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