Usted está aquí: martes 5 de abril de 2005 Opinión Grandissimo

Teresa del Conde

Grandissimo

Con este epíteto el Corriere dello Sport despidió al papa Juan Pablo II, alabado, entre otras cualidades que le fueron propias, como un amante del deporte y deportista él mismo en los tiempos en los que se desempeñaba como actor en su Polonia nativa. Se distinguió en futbol, natación, canotaje y esquí. Fue poeta y esta rama de sus actividades alcanzó difusión cuando se publicó su primera colección de poesías Canto al Dios escondido, fruto de sus experiencias como obrero en una fábrica eslovena, donde se desempeñó hasta que los rusos liberaron a Polonia de las fuerzas nazis, implicando la reapertura de la universidad en la que el joven Wojtyla estudió lenguas y literatura.

Subrepticiamente se adentró en doctrinas teológicas y cuando su universidad se reabrió en 1945, había avanzado tanto que obtuvo su grado en teología al año siguiente. Se doctoró en Roma, ya ordenado sacerdote, disertando acerca del concepto de la fe en San Juan de la Cruz. Todos quienes lo escucharon hablar castellano, ya fuere directamente o por medios radiofónicos y televisivos a lo largo de sus cinco visitas a México, comprobaron la corrección y la actitud gustosa de la que hacía gala al hablar nuestra lengua, seseando al modo castellano, y con acento eslavo, más que italiano.

Profesor de ética en su patria, obtuvo reconocimiento como pensador original en esta rama de la filosofía antes de su nominación como obispo de Ombi y auxiliar de la sede episcopal de Cracovia, cargo que recibió todavía del papa Eugenio Pacelli (Pío XII, personaje muy discutido inclusive hoy día) poco antes de que el sucesor de éste: Pablo VI lo nominara obispo de esa sede clave por su catolicidad. Wojtyla se reveló como adversario y polemista de gran envergadura al cuestionar actos represivos del gobierno comunista. Era figura internacional ya antes de acceder al capelo cardenalicio en 1967, entre otras razones obtenido gracias al papel que desempeñó en el Concilio Vaticano II.

Viajero incansable, antes de ser elegido Papa, había visitado Africa, Asia, Australia y el Medio Oriente. Viajó frecuentemente ya entonces a Estados Unidos, aunque a nuestro país sólo lo hizo, como bien ha quedado ilustrado, en calidad de pastor de la Iglesia universal. El cónclave que lo eligió a sus 58 años (edad joven para un Papa, sobre todo reciente) contó con 103 votos a favor, de un total de 109. Adoptó el nombre de su antecesor Juan Pablo I (Albino Luciani), probablemente porque ese Papa de tan corta gestión (un mes dos días) procedía también de la clase trabajadora e hizo gala de un carácter ascético, quizá porque era norditaliano.

Tengo para mí que un papa napolitano, romano, veneciano o florentino, no hubiera prescindido de las lujosas galas eclesiásticas ni hubiera intentado favorecer a las iglesias del llamado Tercer Mundo, mediante el cobro de una especie de impuesto de 1 por ciento idealmente erogado por sedes de gran riqueza. Contrario a la pompa eclesiástica, se negó a la tradicional coronación papal. Hubo rumores acerca de su proyectada limpieza de los bancos vaticanos (hay por lo menos dos películas, si no es que más, que tocan ese tema) y por tal razón su muerte, debida oficialmente a un infarto al miocardio a sus 66 años, albergó matiz misterioso, pues las muertes por envenenamiento no han sido infrecuentes en las historias eclesiales.

El innegable poder de convocatoria de Juan Pablo II se vio potenciado por su dominio de varias lenguas, por su tipo físico que atraía benevolencia al sumar fortaleza, alegría, bondad y humanismo. Estos dos últimos papas no fueron como los Della Rovere, en el Renacimiento temprano y por tanto quizá sea improbable que a Juan Pablo II se le erija un monumento en las grutas del Vaticano de la categoría del que realizó Antonio Pollaiuolo para Sixto IV, el fundador del coro de la Sixtina, la capilla ornada en dos tandas distintas por Miguel Angel, primero bajo Julio II (también un papa Della Rovere) y luego bajo Clemente VII, el segundo papa Médici.

Todos estos pontífices y sus sucesores han sido italianos, Juan Pablo II fue el primer Papa no italiano desde el Renacimiento. En aquella época dos pontífices más compartieron similar característica: Adriano VI, quien era holandés y que sólo duró un año en el pontificado (murió en 1523) y el papa Borgia: Alejandro VI, el valenciano testigo de la exploración de este Nuevo Mundo en el que tantas esperanzas depositó su lejano sucesor, un pontífice conservador, no por ello menos carismático.

 
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