Usted está aquí: domingo 10 de abril de 2005 Opinión ¿En el mismo barco?

Rolando Cordera Campos

¿En el mismo barco?

Primeras entradas: frente al discurso de la responsabilidad republicana del Zócalo, el de la elusión de la política democrática que se imagina opositor valiente porque ya lo sabe todo, del cómo votarán al qué quieren en la vida y hasta en el más allá los enemigos. Y con todo, la disonancia entre Cinco de Febrero y San Lázaro no sirve para cubrir el espectáculo regresivo del discurso panista sin causa ni cauce, mucho menos el de la antipolítica que el Partido Revolucionario Institucional decidió proponer a la ciudadanía para volver al poder.

Si se quiere ilustrar a cualquiera sobre el estado lamentable de la justicia en México, nada mejor que el video de la intervención del subprocurador de Investigación de Delitos Federales de la Procuraduría General de la República, Carlos Vega Memije. Si se quiere someter a tortura a un antiguo estudiante de derecho, nada más útil que la repetición a cámara lenta de ese video. De la República o del imperio de la ley mejor no acordarse, porque no existieron ni como referencia a falta de conceptos, para no mencionar la puerilidad contable de los asistentes a la portentosa concentración ciudadana del Zócalo en apoyo a Andrés Manuel López Obrador.

Hasta aquí unas pocas de las impresiones del jueves gris, sin olvidar el ejercicio de categoría política de Roberto Campa o el lucimiento jurídico de Jesús González Schmal. Y la gran revelación retórica de la diputada Diana Rosalía Bernal Ladrón de Guevara, jurista que sonaba de a deveras y lo llevaba a uno a preguntarse por qué no la puso la bancada del Partido de la Revolución Democrática al frente de sus baterías en los prolegómenos del juicio de la vergüenza.

Primeras salidas: no se puede en este momento proponer al lector una mirada que vaya más allá del de-safuero de Andrés Manuel López Obrador. Es mucho lo que este proceso revela sobre los males de nuestra política democrática y mucho más lo que pone en evidencia sobre las debilidades de un Poder Judicial que a pesar de deseos mil muestra una y otra vez realidades precarias y aun contrarias al buen desempeño de un sistema democrático de derechos efectivos y libertades reales para todos: los ciudadanos no aparecen en ninguna de las conjeturas y lucubraciones de los postulantes del régimen nonato, y todo se vuelve cálculo primario de probabilidades sobre la revuelta que no ocurrirá.

Digámoslo de una vez: el desafuero nos alecciona con dureza sobre la fragilidad de nuestros entendimientos colectivos y la de las instituciones que de-bían darles permanencia y fuerza de ley. Salvo desde una posición en extremo dogmática o ávida de poder absoluto, es preciso asumir lo anterior para darle racionalidad a cualquier pretensión de ir "más allá" del desafuero. Si no se asume lo anterior, los actores dominantes juegan irresponsablemente con el tiempo y en los hechos apuestan a la amnesia popular y al desentendimiento de los ciudadanos respecto de la cosa pública: se juega y se apuesta a la antidemocracia y al gobierno autoritario que acompaña una situación social y mental como ésta.

Se ha usado el derecho para conculcarlo y se apela a la ley para imponer la del más fuerte, y poner al más débil en abierta indefensión; es decir, se va en contra de los derechos fundamentales y contra el propio estado de derecho, que se invoca como fuente de una legitimidad nunca confirmada.

Esta es la encrucijada que encara hoy la democracia mexicana y es menester reconocerla si en efecto se quiere ir más allá del pantano y entrar de lleno al territorio duro pero promisorio de una modernidad siempre trunca, inconclusa. Condición obligada para este tránsito es no acudir al cultivo del olvido o de la desmemoria, so pretexto de las urgencias o emergencias del momento. Mucho menos a la redición de imágenes del pasado autoritario más romo, como hicieron neciamente el jueves los priístas de la coalición insostenible con un Partido Acción Nacional despojado de sus virtudes teologales por la ambición miope de sus actuales dirigentes.

Insistir en los enigmas y contrahechuras de nuestra comunidad política es saludable y obligado. Es la única forma por ahora de no caer en una autodestructiva fuga hacia adelante, más perniciosa que las que han caracterizado a la conducción económica nacional desde hace lustros y que han llevado al país a una indefensión casi total frente a las veleidades del mercado mundial y las crueldades del ciclo económico estadunidense. El costo de lo anterior ha sido alto, pero no guarda proporción con lo que puede costarnos si lo extendemos a la política, hasta el momento la única palanca de fuerza para sostener una cohesión nacional y social fracturada y sometida a las más altas tensiones imaginables.

Esta es, en la horas siguientes del desafuero, la perspectiva ominosa en la que se teje un futuro difícil, indeseable, para México y los mexicanos.

Difícil como es, hay que insistir en que, con excepción de las trasnacionales reales, los que cuentan con propiedad y capital en otros lados, así como los que de plano optaron por cambiarse de lugar y de nación (que todavía forman la minoría), todos los demás estamos en el mismo barco, escorado y con el timón embalado si se quiere, pero aún a flote y con todos en cubierta.

La nave va, ¡oh, Fellini!, pero qué arduo parece remar sin timón ni ánimo. *

 
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