Impronta
Es a todas luces posible encontrar dentro de lo que se establece como recurso para la explicación de un evento la imagen que contenga en su superficie la claridad del suceso registrado, sin embargo, parece tener un rasgo de inalcanzable la temporalidad en una imagen y, por ejemplo, toda la carga emotiva de los hechos. Es sorprendente la capacidad de movilización, de transformación que tiene la noción de tiempo en una imagen fotográfica, digamos que en una imagen representada en un plano bidimensional.
La temporalidad se diluye transmutándose en rastro de la historia, perdiendo de inmediato la capacidad de mostrar el instante que en gran medida era de las principales búsquedas de la representación en la imagen. El encuentro con el azar que supone todo registro de la realidad se transforma de inmediato en la convencionalidad de un lenguaje que se muestra en cierta forma sumiso, quizá impotente.
La impronta del manto de Verónica se sacraliza y de inmediato se aparta de la caótica descripción de un instante que es parte complejísima de un proceso sublime para transformarse en prodigio y dejar de ser la muestra de un instante preciso. Ese momento de roce, el goce samaritano cargado de piedad deviene milagro, historia, historia de las religiones.
En un sacrificio hay dolor, sudores, el esfuerzo ante la pena, la carga de culpa que pueda mostrarse en el rostro, gestos apenas sospechados por el ojo humano, la duda, gesticulaciones que no alcanzamos a evaluar, contorsiones faciales muestra del desgaste físico, un rostro que es todos los rostros, un mapa del sufrimiento, la espera de la muerte, la iluminación divina. Pero en un sacrificio hay también la necesidad humana de transformar el tiempo, de detenerlo si es posible. Con la imagen ritualizamos y desplazamos la violenta carga de la sangre a la aparente civilidad de la representación. Con la fotografía invocamos a la muerte y a los muertos, Barthes dixit.
Cuando se trata la pasión de Cristo nunca se ha excluido la violencia ni el terror, observamos escenas de la ejecución de una manera tan ecuánime que sorprende, es como una especie de aceptación de la tortura que asimila el calvario como el pago de una deuda inaplazable que se ha convertido en verdad justa.
La muerte de Jesús es un proceso largo y doloroso, con tintes épicos y sobre todo estoicos. Sabemos que tiene el deseo de morir y que esto obedece a su intención de salvarnos. Este proceso debe de ser registrado por sus contemporáneos para trascender y hacer historia definiendo una moral, una manera de ser. Hay de hecho la certeza de que sucedió, que rebasa el acto de fe y se acerca a la confirmación histórica.
Los recursos de registro son básicamente escriturales, testimonios, reseñas, evidencias que son llevadas al nivel de argumento. Pero qué sucede con la veracidad casi infalible del manto de Verónica. Cuál es la naturaleza de esa imagen. ¿Se trata de otro sacrificio? ¿Es una ofrenda que representa la posibilidad de permanencia? Es el rostro de la santidad, digamos, el gesto del sufrimiento de la divinidad humanizada impreso de manera directa.
No hay ningún tipo de procesamiento. Si se me permite el atrevimiento, hablaría desde mi bagaje como fotógrafo, no tuvo que ir a revelar y esperar a que la imagen latente se dejara ver, no tuvo que esperar a que ese proceso lleno de oscuridad que es el revelado y la impresión a la vieja usanza, digamos que analógica, sacara a flote lo invisible.
No quiero cometer una blasfemia, no quiero que mis palabras adquieran un rasgo que las lleve a ser juzgadas tan sólo por el tema que tratan. Mi intención es reflexionar sobre la naturaleza de la imagen, la manera como se ha transformado y como se ha comprendido a lo largo de la historia. En esta imagen hay dos valores que me conmueven, el primero es el hecho de que Verónica fue testigo, por lo menos en un momento, de la pasión, estuvo presente para dar fe de lo que sucedió; el segundo es el hecho de que no existía postura de artista o intención estética con pretensión alguna: transformar, sublimar, subjetivizar.
Fue un acto samaritano que devino registro, etnografía. Verónica no quería representar ni transferir; su intención no cruzaba por territorios semióticos, no quería hacer signo ni marcar algún indicio. Al enjugar la sangre creó un espacio, un lugar en el que se encuentran diferentes tiempos, quizá todos los tiempos.