Editorial
Desfiguro en la OEA
El impasse generado anteayer en la Organización de Estados Americanos (OEA) por los cinco empates entre el mexicano Luis Ernesto Derbez y el chileno José Miguel Insulza en la disputa por la secretaría general del organismo es un hecho sin precedentes que debe ser valorado en sus múltiples significaciones.
La primera es que por primera vez en la historia de la organización panamericana Washington ha sido incapaz de imponer a su candidato al frente de la OEA. Ese candidato es Derbez Bautista, por más que el titular de la Secretaría de Relaciones Exteriores se empeñe en negarlo. En efecto, Derbez asegura representar por igual a los 17 gobiernos que lo respaldan y que no es "el candidato de Estados Unidos, sino el candidato por el que Estados Unidos votó". Esto es correcto sólo en términos estrictamente formales, pero no en la realidad geopolítica del continente. No se requiere demasiado conocimiento de política internacional para saber que la voluntad estadunidense tiene un peso infinitamente mayor, en el organismo, que la de Haití o la de El Salvador; que Washington posee numerosos y poderosos medios económicos y diplomáticos para alinear tras sus designios a los países pequeños y débiles. No es recomendable, en este terreno, poner al mismo nivel a los títeres y al titiritero.
Desde otro punto de vista, y aunque los usos diplomáticos aconsejen negarlo, el hecho es que en el continente se libra una confrontación diplomática entre el norte y el sur en la que, por primera vez, se presenta un polo latinoamericano claramente definido y antagónico de Washington. En ese cotejo, el gobierno foxista, liquidador final de la tradición diplomática del Estado mexicano, optó por alinearse con Estados Unidos y ofrecerle a Derbez como candidato sustituto una vez que el salvadoreño Tony Flores quedó fuera de la contienda. No es casual que el aspirante del gobierno derechista de México haya remplazado, en las preferencias del gobierno conservador estadunidense, al candidato del régimen reaccionario y oligárquico de El Salvador. Tampoco es mera coincidencia que los gobiernos de Venezuela, Argentina, Brasil y Uruguay, los cuales plantean, cada cual a su manera, alternativas al neoliberalismo, la unipolaridad y el consenso de Washington, hayan decidido otorgar su respaldo al aspirante chileno.
Con esas consideraciones en mente, resulta claro que en las cinco votaciones empatadas que tuvieron lugar ayer en la OEA se planteó una disyuntiva entre preservar la tradicional sumisión del organismo al Departamento de Estado que sería la tarea asignada a Derbez o avanzar hacia un foro continental en el que Latinoamérica tenga una mayor influencia, como plantean los gobiernos que respaldan a Insulza.
Sería poco realista esperar que, a estas alturas, el foxismo comprendiera que los intereses de México están en el bando latinoamericano, no en el estadunidense, y que dar la espalda al ámbito de pertenencia histórica y cultural de la nación constituye un contrasentido y un desfiguro. El poder de Washington es mucho y puede ser que en mayo próximo logre presionar a algunos de los partidarios del político chileno para que cambien el sentido de su voto a favor de Derbez Bautista. El que un mexicano obtuviera de esa forma el asiento de la secretaría general de la OEA no sería motivo de orgullo para el país, sino, por el contrario, de vergüenza. También es posible que la polarización en el seno del organismo interamericano resulte irreversible y coloque a la entidad en una situación de parálisis y descrédito. A mediano plazo puede incluso ocurrir la conformación de un foro político de América del Norte y de un organismo propiamente latinoamericano.