Editorial
Provocaciones del poder
Habría podido pensarse que, una vez logrado su propósito de desaforar a Andrés Manuel López Obrador, el grupo en el poder, esa alianza vergonzante conformada por el priísmo salinista, el foxismo y Acción Nacional, depondría o moderaría sus actitudes más beligerantes, incivilizadas y provocadoras. Por desgracia, si se atiende a las señales que emanan desde el gobierno y los partidos que lo respaldan en lo económico, lo político y lo judicial, parece estar sucediendo lo contrario. Como botones de muestra del creciente autoritarismo oficial, baste con repasar las declaraciones disparatadas del subprocurador Carlos Vega Memije la pretensión de prohibirle al político tabasqueño que hable y escriba mientras esté, si es que llega a estar, sujeto a proceso; la agresiva movilización policial encabezada por el otro subprocurador, José Luis Santiago Vasconcelos, en las inmediaciones del domicilio de López Obrador; las agresiones perpetradas ayer contra manifestantes perredistas que protestaban contra el desafuero en las inmediaciones de la casa de gobierno mexiquense, y la prohibición, en Acapulco, de que representantes populares y funcionarios ingresaran a la clausura del Tianguis Turístico portando el moño tricolor que simboliza la lucha contra el atropello perpetrado la semana pasada contra López Obrador, contra la izquierda y contra la democracia.
Por si algo faltara, ayer, en el Palacio Legislativo de San Lázaro, y en concordancia con el tono violento referido, integrantes de la bancada de Acción Nacional repudiaron la manifestación antidesafuero que realizaban los diputados perredistas y alegaron que los promotores de la demostración no eran legisladores. Cuando uno de éstos, Horacio Duarte, presidente de la sección instructora, se acercó a los asientos de los blanquiazules para identificarse como integrante de la legislatura, el panista Francisco Isaías Lemus le lanzó un escupitajo a la cara, lo que provocó una gresca que, por fortuna, no pasó a mayores. Pero el zipizape en la Cámara de Diputados es un mensaje alarmante uno más de la descomposición institucional y la polarización provocadas por el encono foxista y priísta contra el hombre que representa, les guste o no a los desaforadores, la voluntad popular expresada en las urnas de la ciudad de México en julio de 2000. La saliva insultante de Lemus cayó, a fin de cuentas, en lo que pudiera quedarle de prestigio al "partido de la decencia" y también, lo más grave, en la maltrechísima autoridad moral del órgano legislativo, y exhibió el rostro verdadero de los conjurados y de sus servidores.
Más allá de los inverosímiles balbuceos emitidos por el también panista Juan Molinar Horcasitas en un intento de justificar la acción de su correligionario, resulta aleccionador el hecho de que en las movilizaciones callejeras de apoyo a López Obrador haya mucha mayor civilidad y respeto a la legalidad que en las actitudes de individuos que, sin el más elemental sentido común y despreciando una mínima observancia de la dignidad del Poder Legislativo de que forman parte, atropellan su propia investidura y se comportan como rufianes. Cabe preguntarse, a la luz de ese contraste, con qué autoridad moral los funcionarios y legisladores panistas pueden reclamar cordura, sensatez y conducta cívica a los crecientes sectores sociales que se movilizan para defender no sólo los derechos del gobernante capitalino desaforado, sino también los de toda la ciudadanía.
Finalmente, episodios como los referidos permiten determinar con claridad que los que están en las calles defienden el respeto a las leyes, la tolerancia y la convivencia pacífica, y quienes se instalan en los salones del poder promueven con intención deliberada o por simple torpeza la ruptura del orden institucional y legal y, en última instancia, la desestabilización y el caos.