Ritual de muerte y ¿resurrección?
De amarillo cempasúchil se vistió el Zócalo el pasado 7 de abril, me hacía ver el historiador Edur Velazco mientras atónitos contemplábamos, desde la terraza del hotel Majestic, esa multitud diligente de más de 300 mil actores sociales. Se montó una representación sobre la plancha de la gran Tenochtitlan, sobre esa plaza de sangre ya lavada por el tiempo, donde murieron tantos de nuestros aborígenes, los vencidos. Con ese tono tan sensible a la retina como para marcar la muerte de la democracia, miles de banderas del PRD emulaban los pétalos de la flor de cempasúchil y tal como se usa en la celebración de los difuntos señalaron el camino para que las almas no se pierdan.
Un momento sagrado en que el tiempo se detuvo para recurrir a la práctica simbólica, para buscar orden social ante la confusión, ante ese momento de ambigüedad que Arnold van Gennep llama la fase liminal, paso críptico y necesario en todo rito de transición. Según este autor, cuando la comunidad se siente amenazada busca una actividad compensatoria; para tomar el lugar del poder hay que restablecer el orden y atravesar tres fases: de separación, liminal (oscura, muerta, en el útero, sin estatus) y de reintegración.
La manifestación del Zócalo marcó el umbral de entrada; despojada de sus diferencias, la multitud se presentó como un todo indiferenciado y homogéneo que debe sustituir al desaforado, al jefe de Gobierno que está a punto de dejar de serlo. Frente al Templo Mayor, entre las diversas tonalidades del cempasúchil se le señaló el camino, la senda que el sacrificado debe atravesar solo: el juicio público, esa farsa que da oportunidad para burlarse de sus acusadores.
Investidos contra el líder como acusadores "purificadores", PRI y PAN han provocado en la colectividad una crisis de identidad; al desenmascararse como "el enemigo" lograron lo imposible: cohesionar a las izquierdas, las intelectuales y las populares, las partidistas y las anarquistas, las campesinas y las laborales, las que apuestan a las redes de la sociedad civil y las levantadas en armas. Para descargar los resentimientos acumulados los sectores se juntan, se excitan, reaccionan y experimentan un efecto unificador: es necesario conformarse en un solo cuerpo, el cuerpo ultrajado. Identificado el adversario, hay que exponerlo y quitarle el poder, demostrar la propia coherencia, reforzar la trama del orden social, renovar las reglas oscurecidas de la democracia, reubicarse, volver a delinear el espacio social y colocar las cosas en su lugar. Se ve y se siente en todas partes. ¡Vamos a ver quién puede pararnos!
Nada más oportuno que el canto de un mensajero para reanimar el espíritu de la colectividad: ¡Oye cómo va, mi ritmo! En pleno 10 de abril (Zapata Vive), y próximamente en el mismo Zócalo, Carlos Santana se posiciona: "Si PRI y PAN nos llevan a la mierda, nos destruimos. Lo que está aquí -dijo señalando los glúteos-, debemos llevarlo aquí -concluyó llevando las manos al corazón-". Así nos ayuda a identificar en lo sucio lo inapropiado -explicaría la antropóloga Mary Douglas-: al clasificar la suciedad los grupos expresan su sistema completo de pureza; en lo sucio se esconde un orden moral, es una forma de afirmar que algo está fuera de su lugar, de señalar simbólicamente lo erróneo, lo injusto, lo inmoral. El genio creador de esa combinación musical de tres fases, allegro-adaggio-allegro, acompañó con este otro rito a las juventudes: "no le tengamos miedo a la igualdad, no le tengamos miedo al futuro... la magia de esta ciudad es muy poderosa, queremos que haya unidad en México".
Así se confirma nuevamente la máxima cultural: la más simple creación humana contiene la esencia de todo un sistema social. El anticlímax no faltó en los funerales simultáneos de Karol Wojtyla; la ausencia de novedades fue la nota y la peregrinación para adorar al Divino Papamóvil pasó casi inadvertida. Eso no quiere decir que no contribuyó al movimiento ciudadano, por el contrario, la contrastante diferencia de dos ritos cercanos permitió resaltar la fuerza religiosa del desafuero. Nadie espera cambios del nuevo jefe del Vaticano, pero hay gran esperanza frente al futuro de México, aunque aún no han terminado los funerales de la democracia, queda un pendiente: regenerar los principios de la ordenación sobre los que descansa la estructura social, todavía nos falta renacer.
El despojado ritualiza también su propia dramatización, invertidos los valores en el espacio simbólico nada agrada tanto como la conducta ilícita: AMLO debe lanzar su candidatura desde la cárcel. Como en toda ceremonia de iniciación, para alcanzar un estatus político superior debe atravesar el limbo al que fue confinado, morir en vida dentro de una tumba temporal, ser pasivo y sumiso, invertir el orden jerárquico, recuperar la humildad y abandonar el ropaje de autoridad. Hoy, como en los tiempos de las tribus, hay que tocar lo más abajo para llegar a lo más alto.