Usted está aquí: viernes 15 de abril de 2005 Opinión Ese oscuro infante del deseo

Leonardo García Tsao

Ese oscuro infante del deseo

Ampliar la imagen Nicole Kidman a su llegada a la premier en Londres de su m�reciente cinta, El int�rete, en donde comparte cr�tos con Sean Penn FOTO Reuters

En Melinda y Melinda, la más reciente realización de Woody Allen, un par de dramaturgos pedantes se pone a discutir si una historia se prestaría más a la comedia o la tragedia. Al margen de que Allen consigue hacer soso el contraste entre ambos géneros, la discusión es pertinente en el caso de Reencarnación, cuya pesada solemnidad sugiere que el tratamiento ideal del mismo argumento era el humorístico.

El segundo largometraje del director inglés Jonathan Glazer plantea una situación enigmática: cuando la joven viuda Anna (Nicole Kidman) anuncia su inminente boda con un coágulo llamado Joseph (Danny Huston), durante una fiesta de compromiso en un lujoso departamento neoyorquino, aparece un niño con cara de mustio (Cameron Bright) que dice ser la reencarnación de Sean, el marido muerto de Anna.

Considerada una ocurrencia infantil de mal gusto, la afirmación de Sean no es tomada en serio. Pero la insistencia del niño y las pruebas que aporta sobre su conocimiento de Anna y familiares, despiertan la duda de que se trate, en efecto, de un regreso del más allá. Y la viuda acaba por convencerse de que es cierto.

Causante de cierta polémica por plantear el acercamiento amoroso entre una mujer y un infante, en un momento en que el acoso sexual a menores parece ser la moda entre las maestras gringas de primaria, Reencarnación ha perdido precisamente la oportunidad de ensayar una farsa maliciosa.

Dado que uno de los guionistas es el francés Jean-Claude Carrière, cabe imaginar lo que hubiera hecho Buñuel con esa historia. O incluso el Nagisa Oshima de Max mon amour (1986), esa comedia mordaz -también escrita por Carrière- sobre el amasiato entre Charlotte Rampling y un chimpancé. Sin embargo, Glazer es lo que en inglés se llama un overachiever, es decir, alguien que aprieta mucho menos de lo que intenta abarcar. Si su anterior Bestia salvaje (2000), era una aceptable cinta de gángsters británicos con algunos asomos de presunción, Reencarnación se ahoga en su aire de supuesta trascendencia.

Filmada con los colores apagados que utilizaba Carlo di Palma en los pastiches bergmanianos de Allen, precisamente, la película se sitúa en ese mismo medio social de neoyorquinos privilegiados, sólo que con personajes desprovistos del más mínimo sentido del humor. Esa burguesía no muestra ni el más discreto de los encantos. En la primera hora, Glazer se ocupa de reiterarnos las probabilidades de que Sean sea en verdad la reencarnación del difunto; mientras los otros 40 minutos se dedica a desmentirlas, con descabellados recursos de guión, como la aparición de unas cartas ocultas. Claro, el objetivo es concluir con un tono de misterio y ambigüedad pero este resulta más exasperante que inquietante.

A todo eso, Kidman reacciona con su consabida frialdad. Aunque la actriz sí sugiere la frágil cordura del personaje, su interacción con la versión pueril de Sean es como la de una maestra estricta con el más lanzado de sus alumnos. Sólo la veterana Lauren Bacall da la impresión de darse cuenta de lo ridículo del asunto, por lo que se la pasa lanzando miradas irónicas.

REENCARNACIÓN

(Birth)

D: Jonathan Glazer/ G: Jean-Claude Carrière, Milo Addica, Jonathan Glazer/ F. en C : Harris Savides/ M : Alexander Desplat/ Ed : Sam Sneade, Claus Wehlich/ I: Nicole Kidman, Cameron Bright, Danny Huston, Lauren Bacall, Allison Elliot/ P: Fine Line Features, Lou Yi Inc., Academy Productions. EU-G. Bretaña, 2004.

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