El candidato de la derecha
La derecha mexicana ha decidido ya quién debe ser su candidato presidencial en la izquierda. Su nombre es Cuauhtémoc Cárdenas.
El conservadurismo mexicano parece más preocupado por presentar a la opinión pública al hombre que guíe los destinos del Partido de la Revolución Democrática (PRD) que por escoger a su propio abanderado.
No pasa día sin que empresarios, articulistas y medios de comunicación, que durante años criticaron sin pudor alguno al fundador de la Corriente Democrática, gasten saliva y tinta para ensalzarlo. Los ataques de ayer se han convertido en las lisonjas de hoy. Donde antes encontraban imprudencia ahora han descubierto madurez; el personaje que hace apenas unos años juzgaban autoritario se ha convertido en tolerante; el político arcaico se ha transformado en moderno. El "patito feo" resultó ser un cisne.
Dirigentes empresariales como Clau-dio X. González, conductores de radio como José Cárdenas Cruz; articulistas como Catón y periódicos como Crónica han adoptado al ingeniero Cárdenas co-mo su modelo de líder de una izquierda responsable.
Yeidckol Polevnsky le puso el cascabel al gato. "Todo el tiempo las cúpulas empresariales estuvieron en contra del ingeniero Cárdenas y en contra de la izquierda -dijo-; lo que están haciendo no es más que tratar de dividir."
Pragmático, Cuauhtémoc Cárdenas se ha dejado querer por sus nuevos admiradores. Empecinado en postularse por cuarta ocasión a la Presidencia de la República, no desaprovecha oportunidad para promover su causa. Cauteloso, ha evitado hacer referencia al punzante asunto de cómo fue tratado por sus enemigos en el pasado, al tiempo que ha aceptado todos los foros que éstos le han abierto.
Al antiguo jefe de Gobierno de la ciudad de México pareciera no importarle que su promoción por la derecha sea directamente proporcional a la hostilidad que sienten hacia Andrés Manuel López Obrador.
Pero no hay lugar al engaño. Los poderes fácticos apoyan a Cuauhtémoc Cárdenas como candidato del PRD a la Presidencia de la República porque saben que no tiene posibilidad alguna de obtener el triunfo. El ingeniero ha perdido a la mayoría de su partido y una parte muy importante de lo que alguna vez fue el cardenismo social. Le queda apenas un grupo de seguidores que descalifica a López Obrador en los mismos términos en los que una parte de la izquierda mexicana lo hizo con el michoacano en 1987.
Su aislamiento de las corrientes organizadas dentro del partido no es novedad. Cárdenas ha tenido que enfrentar desde hace muchos años la animadversión de la burocracia partidaria. Y en los momentos críticos el ingeniero sorteó el bloqueo a sus propuestas y su persona movilizando su verdadero capital político: las simpatías que tenía entre los militantes de a pie.
Sin embargo, su situación es hoy distinta. Primero, porque nunca se había topado con el desafío de un liderazgo alternativo al suyo del tamaño que tiene el tabasqueño. Y segundo: puesta a escoger entre dirigentes, la base social del partido y la mayoría de su dirigencia se inclina -según indican todos los sondeos de opinión- por López Obrador de manera abrumadora.
Para muchos militantes del partido la división de sus dirigentes es dolorosa. Desearían que algo así no existiera. Se enfrentan a difíciles preguntas sin respuesta. ¿Cómo explicar la obcecación por ser candidato presidencial del que hasta hace muy poco tiempo era el líder moral de su partido? ¿Cómo justificar la ausencia del ingeniero en el mitin contra el desafuero?
Algunos simpatizantes de Cárdenas aseguran que la cuarta candidatura presidencial del michoacano se justifica por cuestiones programáticas. Su programa es distinto al de López Obrador. Y es cierto: sus propuestas tienen diferencias. Pero quien se tome la molestia de comparar ambos documentos encontrará que esas discrepancias son difícilmente perceptibles para el común de la ciudadanía.
Otros integrantes del grupo cercano al ex gobernador de Michoacán sostienen que su postulación responde a la enorme estatura política y moral de su candidato. La opinión no valora adecuadamente el enorme descalabro que el ingeniero sufrió al ser descalificado por el zapatismo y muchos dirigentes indígenas; la crítica fue un duro golpe del que no se ha repuesto. Tampoco evalúa adecuadamente la pérdida acelerada de estima que ha sufrido entre muchos activistas por regatear durante mucho tiempo su apoyo a López Obrador.
Finalmente, la gestión de Cuauhté-moc Cárdenas al frente de la ciudad de México fue muy limitada. El primer gobernante electo de la capital no dejó en sus habitantes huella alguna. No hay una obra o un programa de gobierno que hayan quedado en la memoria popular como herencia de esa gestión. Cierta-mente muchas cosas cambiaron con respecto al pasado, y su administración padeció una ominosa ofensiva mediática de quienes hoy lo alaban. Pero lo que hizo resultó insuficiente, cuando no imperceptible. El partido que ofreció gobernar con la gente se olvidó de sus promesas. Las elecciones vecinales y la consulta ciudadana resultaron un fracaso. Muchos de quienes votaron para que se hicieran cosas distintas y mejores se quedaron con una sensación de desasosiego. No fueron pocos quienes vieron en su paso por el gobierno de la ciudad de México tan sólo una plataforma de lanzamiento de su tercera candidatura presidencial.
La esperanza que alguna vez suscitó Cuauhtémoc Cárdenas entre amplios sectores de la población se ha extinguido hasta quedar circunscrita a un pequeño núcleo de colaboradores.
El líder que en 1988 fue aclamado y vitoreado por el México de abajo se ha convertido en el personaje de izquierda favorito de la derecha empresarial y mediática.