Honorables diputados (hoy como ayer...)
Los honorables diputados de la actual legislatura, desaforados, desaforaron al jefe de Gobierno del Distrito Federal. Durante casi todo el improcedente juicio de procedencia (¡qué incongruencia!) la Cámara permaneció vacía: ¿debate? (¿de quién?) Algunos leguleyos, como en comisaría de pueblo, leyeron mecánicamente el expediente, mientras la decena (¡trágica!) de diputados presentes dormitaba, conversaba, telefoneaba o simplemente bostezaba. Finalmente el palacio de San Lázaro, patrón de los resucitados, dio señales de vida a medida que llegaba la hora señalada; la hora de votas o te botan. Consumatum est. En palabras de un "docto" miembro del gabinetazo le dieron "callo" al candidato, no al gobernante: ¡vivan la democracia, la transición y el cambio!
El Diccionario de la Academia Francesa afirma que "honorable" es un adjetivo surgido en el siglo XII, del latín honorabilis, que se emplea especialmente en lenguaje parlamentario, donde se utiliza también como forma de ironía. "Mi honorable colega", se dicen zalameros moviendo la cola (que todos tienen qué les pisen) o "mi honorable oponente" (aunque al oponente no lo quieran ver ni de frente). En los congresos estadunidense y canadiense (ambos de pompa circense) los diputados son automáticamente "honorables", aunque ni lo sean ni lo parezcan. "Tiene la palabra el honorable congresista del estado de Texas", anuncia con pompa y circunstancia el speaker of the House (funcionario que tradicionalmente preside los parlamentos anglosajones), no obstante que el "honorable" de marras sea Tom DeLay, un pájaro de cuenta con varias acusaciones en su contra.
Aquí también abundan (los pájaros de cuenta en el grueso del Congreso), sólo que nadie les dice "honorables", lo cual es un alivio (¡imagínese!). En México los diputados no se dicen unos a otros "honorable", porque se conocen y únicamente insisten en el título honorífico cuando actúan en rebaño, porque el anonimato esconde defectos y la honorabilidad colegiada es consistente con los orígenes ovejunos del cuerpo legislativo. Cuando actúan en montón forman el "Honorable Congreso de la Unión" y en grupos pequeños constituyen "honorables comisiones" y misiones extranjeras, de donde regresan paseados y bailados los honorables diputados. Todo es una parodia para llenar el expediente, porque un pueblo sin Poder Legislativo es pura dictadura (dura, blanda, perfecta o imperfecta).
Hoy como ayer acuden al "honorable recinto" (ya ni siquiera con pistola al cinto) y aplauden a rabiar a quien debieran vigilar. Hoy, como ayer, su misión es acudir con sumisión y aprobar por unanimidad (¡una nimiedad!) lo que dicte el ovejero: ¡desafuero! Pero en todas partes se cuecen habas. El que esté libre de culpa que arroje la primera piedra: ved al "honorable" congreso estadunidense, que publicó una "ley particular" para resolver la disputa familiar de la mujer que permaneció en estado vegetativo 15 años. El marido pretendía ayudarla a bien morir, y los padres lo chantajeaban con demandas judiciales destinadas a compartir el millón de dólares pagado por el médico que provocó la tragedia. ¡Eureka!, los padres recurrieron al Congreso federal y convocaron a George W. Bush, que ni tardo ni perezoso suspendió su fin de semana para promulgar una ley que les permitía evadir los tribunales estatales, donde habían perdido todas las batallas, y acudir en violación del pacto federal a la Suprema Corte. "¡Corten!" (la sonda) ordenó la corte, y la popularidad de Bush se desplomó cuando los evangélicos, que angélicos entonaban himnos invocando un milagro afuera del hospital, descubrieron que la intervención presidencial había sido un ardid de los "honorables diputados" para elevar la popularidad presidencial. El circo de Terri Schiavo, como el de Robert de Niro en la película Wag the dog, fue una cortina de humo para desviar la atención del lodazal de Irak y del fracaso del plan para renovar el inseguro seguro social.
En México, donde no cantamos mal las rancheras, el extraño viaje del papamóvil (calificado por Le Monde de "surrealista", ¡en el mismísimo país que inventó el surrealismo!) pretendía combatir fuego con fuego: fuego ciudadano con fuego religioso. Indignación cívica con fervor místico. El México "siempre fiel" contra el México del "infiel". Pero los infieles abandonaron el templo y optaron por la resistencia civil. Así, Manlio Fabio y Juan de Dios, con nombres de emperador romano y de cristiano (figuras imprescindibles en todo circo romano), se quedaron cuchicheando con Chuayffet Chemor.
Hoy como ayer nuestros honorables diputados carecen de perspectiva histórica: son los mismos que ovacionaron delirantes al presidente "macho" que asumió la "responsabilidad histórica" de Tlatelolco (como si la historia no tuviese memoria); los que lloraron con López Portillo en la "tribuna de los pobres" y nacionalizaron la banca para que "no nos volvieran a saquear". Diputados desaforados: hoy como ayer, escondidos en el anonimato y sin ideología política definida, son ustedes una vergüenza nacional.