La marcha de la locura
En estos días críticos para el país, alguno de sus asesores debería acercarle al presidente Fox un libro, escrito en 1984 por Bárbara W. Tuchman, La marcha de la locura.
Se trata de un lúcido e informado análisis sobre la historia de la insensatez en el gobierno, sobre decidir una política contraria al interés propio, fenómeno presente en cualquier tiempo, lugar o forma de gobierno.
Para calificarla como insensatez, la au-tora exige a la política adoptada tres requisitos: debió ser percibida como contraproducente en su propia época y no sólo en retrospectiva; debió haber otro curso de acción factible, y debió ser la de un grupo, no la de un gobernante individual.
Así, se pregunta, ¿por qué los jefes troyanos metieron dentro de sus murallas aquel caballo de madera habiendo todas las razones para sospechar de una trampa griega? ¿Por qué varios sucesivos ministros de Jorge III insistieron en coaccionar a las colonias americanas pese a los consejos que advertían de que el daño sería mayor que cualquier posible ventaja? ¿Por qué Carlos XII, Napoleón y Hitler invadieron Rusia a pesar de los desastres de sus predecesores? ¿Por qué Moctezuma, soberano de ejércitos valerosos e impacientes por combatir y de una ciudad de 300 mil habitantes, sucumbió con pasividad ante un grupo de unos centenares de invasores extranjeros, aun después de que se había demostrado, más que obviamente, que no eran dioses, sino seres humanos? ¿Por qué durante 60 años seis papas se entregaron a la venalidad, la avaricia y la inmoralidad, desalentando a los fieles, desacreditando a la Santa Sede, desoyendo los llamados a la reforma, pa-sando por alto todas las protestas, quebrantando la unidad de la cristiandad y perdiendo la mitad de los partidarios del Papa ante la secesión protestante?
¿Por qué se negó Chiang Kai Shek a oír toda voz de alarma hasta que un día despertó para descubrir que el país se le había ido entre las manos? ¿Por qué los estadunidense que no tenían cómo ganar la guerra se quedaron en Vietnam durante sucesivas presidencias, empeñados en ganar la paz e ignorando la feroz resistencia vietnamita que podía haberse aprendido en cualquier libro de historia sobre Indochina?
De esto se trata, de la testarudez, de negarse a aprender de las experiencias, de ir contra el interés propio, de proceder contra todas las indicaciones negativas, de cómo los gobiernos habitualmente in-tentan aplastar lo que consideran una amenaza, aunque falten al respeto a los sentimientos de los gobernados.
Vicente Fox tiene asegurado un sitio destacado en la historia de México. Venció al partido que gobernó ininterrumpidamente por más de 70 años y es el presidente de la alternancia, de la apertura democrática.
Sin embargo, si termina siendo el responsable de un retroceso, violentando la voluntad popular en una elección ilegítima, o es el causante de hechos de sangre si los mexicanos recurren a la violencia por motivos políticos, terminará marcado por el desprecio de su pueblo.
Dice Maquiavelo, el eterno clásico de los pragmáticos, que "un príncipe debe ser siempre un gran interrogador y un paciente auditor de la verdad acerca de las cosas sobre las que ha inquirido, y debe enfurecerse si descubre que alguien siente escrúpulos en decirle la verdad".
El presidente Vicente Fox tendrá que demostrar ahora de qué madera está hecho. Abandonar una política que está fracasando es a menudo más loable que ignominioso, si el cambio es auténtico y se lleva adelante con un propósito superior en beneficio del país. Empecinarse, mantenerse en el camino equivocado por evitar el costo de reconocer el error ha llevado a lo largo de la historia a imponer costos altísimos a los pueblos. Corregir es de sabios. Yo todavía espero que ocurra.