Música para camaleoncitos
El tema de la música para niños es tan amplio como desconocido. Está tan lleno de prejuicios, sobrentendidos e ideas preconcebidas que resulta territorio virgen. El gran tópico al respecto es considerarlo un tema aparte en cuanto se trata del menosprecio y la falta de respeto a la inteligencia de los infantes, cuando en realidad se trata de los seres más inteligentes sobre la tierra. Si se toma en cuenta también que los grandes lugares comunes que se endilgan a la música de Mozart se emparentan con la visión que los adultos suelen pergeñar contra los niños, tenemos sin duda alguna esa música como el universo ideal para darles a escuchar a quienes se inician no sólo en la cultura musical, sino en la vida misma.
A la música del compositor de Salzburgo se le atribuyen linduras como decir que se trata de música ''pueril", tan simple como un juego de niños. Y he ahí precisamente la vuelta de la tortilla, porque lo que se considera como adjetivos peyorativos o con el afán de disminuir su dimensión, resultan las virtudes mayores de las más de 500 composiciones del autor que escribió música al mismo tiempo que aprendió las primeras letras del alfabeto.
Así, una manera ideal de alejarse de los confinamientos tipo cancioncitas, marchas, cantinelas, cuentos de hadas y puros cuentos, es poner a los niños a escuchar la música que mejor entienden: la de Mozart.
A lo anterior hay que agregar la suma de complejos e ideas equivocadas respecto de la música de concierto en general, la bautizada por extensión como música clásica. El clasicismo es tan sólo un periodo breve del cosmos de la música de concierto, pero así se le ha convenido en llamar a toda la producción de concierto, desde Bach hasta los contemporáneos. Suele argumentarse de manera equivocada que la música clásica es para cultos, entendidos o algo peor, para ricos. Nada más lejano a la realidad.
Aun dentro de la música de concierto, las opciones para público infantil suelen limitarse a un repertorio pobre: Pedro y el Lobo, de Prokofiev; Guía Orquestal para Jóvenes, de Britten; El rincón de los niños, de Debussy; Mamá la oca, de Ravel, y otras pocas.
La claridad, sencillez, pureza de espíritu que emana de las obras mozartianas son la opción ideal para agasajar a los niños.
Si se trata de elegir, he ahí toda la música de piano, en especial los conciertos 20 y 21, los más bellos y más en particular todavía: los movimientos lentos (adagios), flores delicadas. Entre muchas versiones, resultan de singular encanto, atadas a los oídos puros de los niños, las del pianista húgaro Géza Anda; su toque sublime en el Concierto 21 es aclamado por esa supremacía.
Las sonatas para piano mozartianas son otra opción, así como las sinfonías y en especial los divertimenti y las piezas con instrumentos de aliento, tanto las camerísticas como las concertantes, o bien el Concierto para flauta y arpa, o el Concierto para clarinete. La música para arpa de copas de cristal (harpglass) es algo celestial. Inclusive las recopilaciones que la industria del disco ha tenido a bien implementar como estrategia ante la crisis de mercado de la música de concierto. Entre ellas destaca el disco Baby Mozart, o bien Mozart for mothers to be, que funciona muy bien como una alternativa muy original a las canciones de cuna.
Póngales la música de Mozart a los niños y pídales que se la expliquen. Comprobará usted, entre otras muchas bondades, que los seres más inteligentes y más luminosos del planeta son los niños.
Pablo Espinosa