Remedios Varo y el patrimonio nacional
Para quienes pretenden ''la masa hereditaria" se trata, como es obvio, de un asunto de dinero. Las 39 obras todavía no encuentran su estatus definitivo debido a que la juez Margarita López Gallegos no declinó conocer de un litigio (mismo que debió haber terminado en la fase anterior) para el que tal vez no se encontraba lo suficientemente preparada. No quiero suponer que exista alguna otra razón al respecto, salvo que escuece el valor económico del conjunto porque equivale, a ojo de buen cubero, a más de dos decenas de millones de dólares o euros.
Merry Mac Masters, cuyas notas en esta sección han resultado ejemplares, como también los artículos de Javier Aranda, reseñó la mesa redonda efectuada el 13 de abril en el auditorio Jacinto Pallares de la Facultad de Derecho de la UNAM, en la que participaron eminentes académicos y juristas, entre otros el director del Seminario de Propiedad Intelectual: César Benedicto Callejas.
A su vez el dramaturgo Víctor Hugo Rascón Banda encontró tres errores procesales en el caso. Sin embargo, a mi juicio, no se puso suficiente énfasis en hacer ver que esas 39 obras de Varo (no otras) son ''monumento artístico", aunque tal vez eso no sea lo más importante, porque aunque no lo fueren, como colección del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), acervo del Museo de Arte Moderno (MAM), sus precios operan exclusivamente para fijar las cantidades de los respectivos seguros, cuando haya que otorgarlas en préstamo a exposiciones temporales; son ''intocables", por eso son patrimonio nacional desde el momento en que los esposos Gruen determinaron la donación.
Hay miríada de personas que -de ser llamadas a testificar- afirmarían que todas estas obras fueron paulatinamente adquiridas por Walter, el compañero de la pintora, después de la muerte de ésta ocurrida en la ciudad de México en 1963.
Menciono aquí a algunas personas: María Luisa Elió, Horacio Flores Sánchez, Juan José Bremer (actual embajador en Londres), Carlos Monsiváis, Roger Díaz de Cosío, Gene Gerzso (la viuda de Gunther), Raquel Tibol, la familia Ovalle Mont (Ricardo por desgracia ya falleció), Vicente Rojo, José Luis Martínez y su hijo del mismo nombre (embajador en Hungría), Marysole y Juan Worner Baz, Malú Bloch, etcétera.
Es archisabido que sólo una pieza terminada se encontraba en el domicilio de Remedios y Walter cuando ella murió. Naturaleza muerta resucitando fue enviada por este último a doña Ignacia Uranga, madre de la pintora, junto con otros enseres de ésta, incluido un juego de té de plata. Remedios no tenía obra disponible, a excepción de esa maravillosa pintura, debido a que era excesivamente asediada por los ya numerosos coleccionistas que solicitaban sus obras, que se constituyeron en revelación, inclusive para Diego Rivera, a partir de su primera exposición individual en la galería Reforma, cuyos dueños eran los Bal y Gay.
También se ha alegado que Walter y Remedios nunca se casaron porque ella jamás se divorció de Benjamín Péret. En efecto, nunca se divorció del poeta, porque jamás contrajeron matrimonio, aunque sí fueron pareja hasta que Péret decidió regresar a Francia, cosa que ocurrió en 1947. No fue proclive la pintora a seguir la convención de contraer matrimonio. Pero de que ella y Walter estaban vinculados como pareja y así se les concebía, no hay duda.
Se conserva una apesadumbrada carta que la madre de Remedios dirigió a Gruen, después del deceso de ella, en la que lo llama ''mi queridísimo hijo", expresión muy de suegra española, de raigambre católica.
Es cierto que Naturaleza muerta resucitando permaneció en el ámbito de la familia Varo Uranga por más de 30 años, pero entonces su precio no era ni con mucho el que guardaba cuando fue subastada el mismo año (1994) en que tuvo lugar la magna retrospectiva del MAM, donde esta pieza ya no concurrió. So-theby's la vendió en más de 500 mil dólares que legítimamente entregó a su propietaria: Beatriz Varo. Ahora probablemente valdría el doble. La colección que se admira en el MAM fue entregada al principio en comodato y fui yo -directora del recinto entonces- quien la recibió después de muchas consideraciones, conversaciones siempre afables, repetidas visitas a Walter y Alexandra Gruen, y algún intento por parte de Graciela de la Torre, directora del Munal, de que se alojara allí. La abogada Norma Rojas, entonces directora jurídica del INBA, se encargó del asunto legal, que se concretó con la donación a justo título, ya bajo la dirección de Luis-Martín Lozano. Pudo haber habido errores de procedimiento, pero el consenso sobre la bonhomía y buena fe de los Gruen es incontestable.