Usted está aquí: viernes 6 de mayo de 2005 Opinión Efrén Capiz Villegas

Francisco López Bárcenas

Efrén Capiz Villegas

Hay muertes que cuando ocurren se llevan pedazos del alma sin que la conciencia de que son inevitables calme el dolor de la pérdida, sobre todo cuando se sabe que el vacío que dejan es muy difícil de llenar. Así es la de Efrén Capiz Villegas -indígena purépecha, abogado de profesión, defensor de comunidades indígenas y campesinas, líder de las causas de los hombres del campo, hermano solidario y, en muchos sentidos, maestro de generaciones-, acaecida este 2 de mayo, justo en las vísperas de la Santa Cruz, como si hubiera esperado que llegara su día para partir con ella.

Efrén Capiz fue protagonista de innumerables batallas contra la injusticia social. Abogado de obreros ferrocarrileros durante los años 50, cuando representaban lo más álgido de la lucha obrera y la represión los acechaba a cada momento; defensor de la autonomía universitaria en la Universidad Nicolaita de Hidalgo, en los años 60, en momentos en que era amenazada por las fuerzas que se oponían a la educación popular en el estado; fundador y dirigente de la Unión Campesina Emiliano Zapata (UCEZ) en 1979, organización con la cual impulsó la defensa de las tierras y los territorios indígenas, con la ley y con la movilización popular; miembro fundador de la Coordinadora Nacional Plan de Ayala (CNPA), de la cual se separó cuando sintió que está comenzaba a torcer el rumbo y se separaba de los principios que la inspiraron.

Más recientemente, junto con una diversidad de líderes indígenas, fue asesor del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en los diálogos de San Andrés y como tal participó en los foros nacionales indígenas que fueron el origen del Congreso Nacional Indígena (CNI), en cuya fundación participó activamente y formó parte de su Comisión de Seguimiento. Fiel a la organización y sus postulados, en los últimos años de su vida impulsó las autonomías de hecho, cuando el gobierno federal faltó a su compromiso de reconocer los derechos de los pueblos indígenas y de transformarse para construir un Estado incluyente, multicultural y democrático.

Su lucha a favor de los desposeídos tuvo consecuencias difíciles que asumió conscientemente. Las amenazas de muerte, las agresiones físicas, la persecución policiaca y la cárcel fueron una constante en su vida, mas nunca le parecieron razón suficiente para abandonarla o torcer el camino. Algunas veces lo escuchamos contar a manera de broma las peripecias que debió pasar para escapar de sus perseguidores, como si no fuera cosa seria. De hecho, al momento de su muerte, y a pesar de su avanzada edad, pesaban sobre su persona numerosas órdenes de aprehensión giradas en su contra.

Ahora se ha marchado a rendir tributo a la madre tierra, por la que siempre luchó, desde que tuvo uso de razón y hasta su último aliento. Al igual que cuando otros hermanos se nos adelantaron, es difícil aceptar que Efrén esté muerto. Aceptarlo sería tanto como decir que se fue sin concluir la tarea y eso era algo que no estaba dentro de sus cálculos. Por otro lado, sería una aceptación tácita de que la pérdida es irremediable y que hay un antes y un después de este 2 de mayo: un tiempo con Efrén Capiz y otro sin él.

Mejor digamos que se fue a tomar un descanso antes de continuar el camino. Que su ausencia es una mala broma de las que gustaba hacer para alegrar la vida; que sigue entre nosotros, con sus enseñanzas y su ejemplo. Y si algún homenaje hay que rendirle éste es recoger la siembra que hizo a lo largo de su vida, cuidándola para que florezca. No lloremos por su partida porque puede ponerse triste. Mejor acompañémosle en ese corrido de su propia vida que seguramente está escribiendo en algún lugar y que podría comenzar así: Voy a cantar un corrido/ por las sierras y veredas/ es la historia de un gran hombre/ don Efrén Capiz Villegas. O si no, digamos como él al finalizar cada acto: ¡Zapata vive, y la lucha sigue, sigue, sigue, sigue...!

 
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