Entrevista a SERGIO RAMIREZ, ESCRITOR Y POLITICO
La literatura es la reflexión de la historia
por el incumplimiento de promesas la gente volteo a la izquierda
Ampliar la imagen Sergio Ram�z, durante la entrevista FOTO Francisco Olvera
El mundo latinoamericano se novela a sí solo y los escritores solamente son una especie singular de cronistas. Tal es la visión del nicaragüense Sergio Ramírez (Masatepe, 1942), cuya existencia ha estado marcada por dos actividades que considera incompatibles e irreconciliables: la literatura y la política.
De visita en México, donde acaba de aparecer su más reciente libro Mil y una muertes, el autor acepta que sus querencias han estado siempre más del lado de las letras, no obstante que en su país participó activa y determinantemente en el ámbito público, primero, durante la revolución sandinista y luego, al triunfo de ésta, como vicepresidente de la nación.
Aspectos de ambos mundos definen el eje de la entrevista que Sergio Ramírez mantuvo con La Jornada. Así, habla de la oportunidad histórica que vive la izquierda en América Latina, a partir de los procesos políticos en el Cono Sur, y da su impresión de la realidad que priva en Nicaragua y Centroamérica a 15 años de haberse firmado la paz. Pero también aborda los nuevos temas que rigen la literatura contemporánea latinoamericana, además de detenerse un poco en el análisis de su propio ejercicio creativo.
-¿Cómo coexisten y confluyen en usted el escritor y el político?
-Cuando ejercí los dos oficios había que resolver el problema que implica la incompatibilidad de ambos. Son dos oficios de alguna manera irreconciliables, sobre todo porque se disputan el tiempo y hasta la inspiración.
"Como escritor nunca pensé en hacerme candidato o de un puesto en algún partido. Eso ni siquiera se me hubiera ocurrido. Me adentré en el camino de la política activa debido al proceso de la revolución en Nicaragua. Fue un compromiso en un momento en la historia de Nicaragua y de América Latina del que nunca hubiera querido quedar al margen.
"Cuando esto ocurrió, dejé prácticamente de escribir. Desde que regresé de Alemania en 1976 con una novela escrita y hasta 1985 no volví a escribir una línea. Primero vino la vorágine de la revolución, luego el triunfo, la primera etapa, hasta que fui electo vicepresidente a finales de 1984.
"Reflexioné entonces que si eso seguía así, estaba abandonando para siempre el oficio. No creo que ningún escritor aguante más de 10 años sin escribir. Fue cuando me propuse escribir de nuevo, un poco constriñendo el tiempo, aprovechando horas de la noche y la mañana. Allí fue cuando hice compatible el oficio de escritor y el de político, cuando menos en cuestión de tiempo.
"Existe cierta persistencia en señalar mi vida pública, algo que no me gusta mucho. Al final significa que la gente no olvida que fui político y no me reconoce primero como escritor, que es lo que yo quisiera.
"Acepto que mi condición de ser vicepresidente después de una revolución no es algo tan común, sin embargo tampoco representa un estigma; lo tomaría como un bien necesario, que he sabido sobrellevar. Creo que mi carrera literaria no puede separarse del político, precisamente por la revolución.
"Durante la época clandestina de la lucha contra Somoza redacté muchos manifiestos del Frente Sandinista. Me preocupaba mucho en ellos acercarme a la llaneza del habla popular. Lo hacía como parte de mi entrenamiento de escritor.
"En ese sentido, el escritor puede influenciar al político, de lo que me cuidé mucho es de que el político no influenciara al escritor, evitando dejar patente en mi trabajo algún discurso ideológico o tratando de convencer sobre determinado discurso o posición.
"Me cuidé mucho porque me parece que en la literatura eso ha resultado siempre un verdadero fracaso. En la literatura panfletaria caen los escritores malos. El discurso político es el peor enemigo de la creación literaria."
-En lo político, ¿qué piensa de la nueva conformación del mapa latinoamericano, en particular con los cambios y movilizaciones ocurridos en Sudamérica?
-Es una dinámica cuyas raíces se remontan a la caída del muro de Berlín. Fue allí cuando comenzó a aceptarse en América Latina, sin violencia, que había llegado el fin de los proyectos socialistas y que venía entonces a reinar la economía de mercado.
"Muchos hablaron del fin de la historia. La izquierda se sintió acalambrada para oponerse a la economía de mercado, los proyectos económicos alternativos se vieron entonces como verdaderas locuras. Pero a lo largo de estos años, lo que ha demostrado esta irrestricta economía de mercado es su fracaso rotundo, sobre todo la idea de convertir la economía de mercado en sociedad o Estado de mercado, donde hasta las instituciones deben sujetarse a la libre competencia.
"¿Por qué?, porque se anunció que el mercado iba a resolver los problemas del bienestar si se le dejaba en libertad y lo que ha traído sólo son grandes abismos de miseria.
"También ha traído el riesgo del descrédito de las promesas electorales: los candidatos llegan con la promesa de resolver esa situación y no hacen más que agudizarla. Incluso los de discurso más populista se han visto sometidos a las reglas inflexibles del Fondo Monetario Internacional y entonces esos abismos de pobreza han continuando creciendo.
"Este descrédito de las promesas electorales ha traído la necesidad de que el electorado mire otra vez hacia la izquierda, que es lo que ha venido pasando, en Brasil, Uruguay, Venezuela... Ahora le toca a la izquierda demostrar que sí es posible cumplir con sus promesas electorales."
-Desde la perspectiva de ser uno de sus actores principales, ¿cómo observa hoy a Centroamérica a 15 años de haberse firmado los acuerdos de paz en Nicaragua?
-Seguimos en paz, esa es una gran ventaja; nadie se está matando por ideologías o ideas políticas y hay un espíritu de convivencia. La democracia, sin embargo, no ha podido resolver el problema del bienestar, la equidad y la justicia social. Esa es una asignatura pendiente.
"En Centroamérica los pueblos han visto con mucha paciencia que ese sistema no haya funcionando y siguen votando, lo cual me parece bien; pero las promesas electorales tienen que ser más serias y realistas en el futuro para que el electorado perciba que los elegidos están haciendo honor a su compromiso de verdad y no al engaño.
"Los electos son muchas veces los peores enemigos de la democracia, porque tratan de violentar los procesos democráticos y las instituciones, jugar con ellas, o porque comienzan a enriquecerse ilícitamente nomás llegan al poder. Esa ha sido la historia de Centroamérica. ¡Cuántos presidentes han ido a la cárcel, han sido perseguidos por la justicia o han tenido que huir, en Guatemala, Nicaragua, Costa Rica, Honduras!"
-¿Y que piensa del caso específico de Nicaragua, en particular la alianza de un político tachado de corrupto como Arnoldo Alemán y el controvertido Daniel Ortega?
-Esa alianza me parece una verdadera vergüenza y una desgracia para Nicaragua, porque Alemán nunca aspiró a ser tomado por hombre honesto ni de grandes cambios; es un demagogo que llegó al poder en un momento circunstancial de la historia de Nicaragua, de derecha, y comenzó a enriquecerse apenas subió al poder; fue procesado por lavado de dinero, sobre todo.
La frustración por Daniel Ortega
"Pero Daniel Ortega representó para el pueblo otra cosa. Representó el proceso de revolución, en la que yo participé; representó en el pasado una esperanza distinta. Entonces el hecho de que se reparta el poder con Alemán y que entre los dos le pongan cerrojos a la democracia y hagan de ésta un simple reparto de poder, apoyando cosas ilícitas, oscuras, el uno del otro, eso me parece una verdadera desgracia y liquida el buen recuerdo que la revolución pudo tener en el país."
-¿Hasta que punto su literatura ha tenido la intención de retratar el alma latinoamericana?
-Me defino como un escritor realista, en el sentido de que mi material de primera mano es la realidad y, en específico, me refiero a la que más conozco, que es la latinoamericana.
"Siempre he creído que la novela en América Latina está indisolublemente ligada a la historia pública y que resulta extremadamente difícil escribir un texto narrativo imaginario sin acudir a ella o sin que logre colarse por los resquicios de la narración.
"¿Por qué?, porque la historia pública tiene una fuerza incontrastable en la literatura, por anormal. Es decir, la de América Latina no es una historia donde la institucionalidad domine la vida política de los países y las cosas sean de manera ordenada, periódica; las instituciones sean más fuertes que las personas y puedan defenderse de las arbitrariedades y los apetitos de poder. Al contrario, la vida pública vive sujeta a esas arbitrariedades, a estos cambios abruptos, y eso es muy atractivo para la literatura, esa anormalidad. Creo entonces que la literatura entra en ese paisaje.
"Hay en nuestro realidad un magnetismo del cual es imposible separarse, porque para donde uno mire están colores violentos o contrastantes de la historia pública. No sólo sucede en términos contemporáneos; el pasado de la vida pública es también de enorme atractivo dentro de la literatura; es una cantera inagotable de temas literarios. En el caso de México, por ejemplo, cómo eludir la Revolución, la época cristera, el ascenso al poder del PRI... Son temas que están allí, en cualquier novela contemporánea, sea de Carlos Fuentes o Juan Villoro."
-¿La literatura es usada entonces como una manera de exorcismo de la realidad?
-Creo que sí, pero también es la única manera de reflexión que tenemos sobre la historia. Están los historiadores, pero nadie los lee, se mantienen en los anaqueles. A quienes se lee son a los escritores, y creo que mucha gente conoce la historia pública por los novelistas más que por los historiadores.
-Por último, ¿cómo encuentra a la literatura latinoamericana contemporánea?
-El realismo mágico quedó superado hace mucho tiempo; no sé si superado sea la palabra correcta, porque la obra de García Márquez siempre ha sido demasiado singular. Pienso que para los escritores de la siguiente generación al boom, que es la mía, García Márquez fue una especie de veneno, primero, porque es muy atractivo, muy apasionante en cuanto al lenguaje y la imaginería. Uno debía cuidarse para no absorber ese veneno. De manera que en la generación posterior al boom hubo caminos muy distintos. Ahí están Alfredo Bryce Echenique en Perú o Manuel Puig en Argentina, para citar algunos de los nombres más conocidos.
"Por lo tanto esa generación se curó del realismo mágico.
"Hubo también escritores que no sobrevivieron a García Márquez, en el sentido de que solamente se volvieron sus imitadores; tuvieron éxito, tal vez, pero eso no los distinguió como escritores. La literatura es una cosa mucha veces muy diferente al éxito.
"Hoy la distancia es mucho mayor, pero no hay alejamiento a los temas de la historia pública. Si uno toma a escritores más contemporáneos, como Volpi o Juan Villoro, se encuentra que los temas de la historia pública y el pasado están allí, sea la masacre de Tlatelolco, la guerra cristera, o el Chile de la dictadura de Pinochet.
"Aunque actualmente hay otra agenda, si puede hablarse en esos términos. La que resulta atractiva para los escritores de hoy incluye temas como las grandes migraciones latinoamericanas hacia Estados Unidos, el muro que se está levantando del lado estadunidense para contener esas migraciones, las ciudades fronterizas, los barones del narcotráfico, la profunda corrupción.
"El mundo latinoamericano se novela a sí solo y los escritores sólo somos cronistas singulares."