Usted está aquí: lunes 9 de mayo de 2005 Opinión Actualidad de la Segunda Guerra Mundial

Editorial

Actualidad de la Segunda Guerra Mundial

El pasado fin de semana los europeos conmemoraron el 60 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial en ese continente en su 60 aniversario. Esa conflagración, la más devastadora de la historia, habría de durar tres meses más en el Pacífico y se saldaría en última instancia con un nuevo clímax de barbarie: el bombardeo atómico a Hiroshima y Nagasaki, ciudades sin valor militar y repletas de civiles, ordenado por el presidente de Estados Unidos, Harry Truman, cuando Japón se encontraba ya militarmente derrotado.

La larga pesadilla del fascismo dejó el viejo continente sembrado de tumbas ­25 millones de soviéticos, 6 millones de judíos y 4 millones de polacos, entre muchas otras­, en ruinas materiales y sujeto a una división en dos bloques antagónicos.

La bestialidad de Estado, que destruyó Alemania y al resto del continente, es conocida hoy como un paradigma aterrador y odioso en el que confluyeron el resentimiento social, el poderío económico, industrial y tecnológico, el expansionismo, el racismo, el totalitarismo y la manipulación de masas.

La demencial aniquilación planificada de pueblos enteros tuvo como contrapartida historias de heroísmo sin precedente, como la de los defensores de Stalingrado, los integrantes de la resistencia francesa o los guerrilleros yugoslavos encabezados por Josip Broz Tito.

Pero desde el bando de los aliados se perpetraron también atrocidades sin igual, como el despiadado bombardeo contra Dresde por las fuerzas aéreas aliadas, el abandono de los insurrectos de Varsovia por el régimen estalinista o los ya referidos bombazos atómicos contra las ciudades japonesas.

Tras la rendición incondicional de Alemania, el 7 de mayo de 1945, sociedades y gobiernos europeos realizaron arduos esfuerzos de reconstrucción; diseñaron instituciones y mecanismos de convivencia que desembocaron en la conformación de la Unión Europea, y se esforzaron por garantizar que engendros históricos como el Tercer Reich o el régimen de Mussolini no volvieran a surgir nunca más.

Y, ciertamente, a pesar de la persistencia de pequeños grupos neonazis o formaciones racistas de extrema derecha, el viejo continente ha vivido seis décadas de relativa paz, a pesar de los manchones de las tiranías griega, española y portuguesa; de regímenes opresivos y sanguinarios del este, como el del rumano Ceaucescu, y episodios vergonzosos y trágicos, como la guerra de Bosnia, la opresión de Kosovo y el bombardeo de Yugoslavia por las fuerzas aéreas de la OTAN.

Proyectadas en Africa y Medio Oriente, las potencias europeas de la posguerra siguieron cometiendo crímenes atroces, ya fuera por propia mano, como Francia en Argelia, o con la mediación de potencias locales como Israel.

En la segunda mitad del siglo XX se hizo evidente que no eran necesarios los regímenes fascistas para que siguieran ocurriendo, a lo largo y ancho del mundo, atrocidades que sólo en el grado, o ni siquiera en eso, eran diferentes de las perpetradas por todos los bandos de la Segunda Guerra Mundial. Lo demostraron el prolongado y criminal martirio de Vietnam por Estados Unidos, las guerras sucias desatadas indistintamente por gobiernos civiles o por tiranías militares en América Latina, los genocidas camboyanos de Pol Pot, los innumerables y cruentísimos conflictos en Africa, así como la intervención soviética en Afganistán.

El siglo XXI arrancó con los ataques terroristas a Estados Unidos y con la desmesurada y criminal reacción del gobierno de George W. Bush, el cual arrasó dos naciones ­Afganistán e Irak­ con el pretexto de la "guerra contra el terrorismo", que no ha hecho más que multiplicarlo y ha servido de pretexto para desatar una ofensiva internacional en contra de las libertades individuales y la vigencia de los derechos humanos.

Hoy el planeta asiste a una absoluta falta de respeto por la soberanía y la integridad de las naciones, a una concentración unipolar de recursos económicos, militares y tecnológicos y a un desprecio por la legalidad internacional, que evocan, de manera inevitable, los inicios de la Segunda Guerra Mundial, cuando la Alemania nazi, con la obsecuencia de Ingla-terra y Francia, invadió Checoslovaquia y Po-lonia. En países democráticos y civilizados de ambas orillas del Atlántico cobra fuerza un racismo oficial, cada vez menos sutil y cada vez más persecutorio, contra los árabes y los musulmanes.

Si se toman en cuenta esos factores, resulta claro que no estamos tan lejos del que fue el peor conflicto bélico en la historia humana y que los motivos para las celebraciones oficiales del pasado fin de semana no son tantos ni tan sólidos como pretenden los gobernantes que tomaron parte en ellos.

 
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