Usted está aquí: miércoles 11 de mayo de 2005 Opinión Estigmatizar al diferente

Carlos Martínez García

Estigmatizar al diferente

Todos tenemos criterios con los cuales juzgamos las ideas y las prácticas de los otros. Nuestras costumbres y principios nos parecen normales, positivos, mientras que los ajenos, en la medida en que son diferentes a los propios, los consideramos anormales o francamente erróneos. El contacto con los demás nos posibilita intercambiar valores, conocimientos y conductas que de alguna manera dejan su impronta en nosotros. Quien esté intacto de influencias que tire la primera piedra.

Por historia, raíces culturales, cada sociedad tiene una religiosidad predominante, que es hegemónica y cumple, para bien o para mal, como medida y punto de comparación para todas las otras expresiones religiosas existentes en ese espacio social. Las creencias y ritos de la religión mayoritaria aparecen como normales, mientras las convicciones minoritarias son vistas como extravagantes y hasta peligrosas para la ciudadanía y las instituciones. A partir del desconocimiento se construyen estereotipos que llevan a la descalificación de los heterodoxos, y en los extremos, a considerarlos sujetos que amenazan el bienestar de una comunidad, por lo cual es necesario erradicarlos o, por lo menos, aislarlos para que no extiendan sus extravagancias a más personas.

La semana pasada, en el noticiario nocturno de Tv Azteca, en el Canal 13, tuvo espacio un reportaje sobre la Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD), conocida por haber remodelado varios cines y transformarlos en templos bien acondicionados para la realización de sus cultos. La IURD nació en Brasil, y de ahí se ha expandido a toda América Latina, con resultados espectaculares y que han llamado la atención de antropólogos y sociólogos de la religión. La prédica de esta iglesia, que ha sido catalogada por especialistas en la vertiente del "Evangelio de la prosperidad", tiene muchos ángulos cuestionables y sus métodos para levantar fondos entre sus congregantes pueden ser considerados como coaccionantes. Por investigaciones conozco el trabajo y características de la IURD, y para nada pretendo hacer una apología de su mercadotecnia religiosa.

El reportaje de Tv Azteca tuvo como base imágenes captadas por una cámara introducida de manera subrepticia a reuniones de la IURD. Ahí se vieron escenas desconocidas para la mayoría de los televidentes, ya que corresponden al ritual propio de una iglesia de ciertos rasgos pentecostales. Los comentarios del reportero que acompañaron las imágenes se fueron por el lado de aderezar con frases descalificatorias o supuestamente conocedoras las expresiones de los líderes y congregantes. Los comentarios de un experto como el doctor José Luis González, amplio conocedor del campo religioso mexicano, fueron editados para resaltar aparentes juicios negativos del estudioso contra esa agrupación religiosa. Lo presentado no fue periodismo de investigación, sino un manojo de lugares comunes que aportaron escaso conocimiento al porqué atrae a tantas personas la propuesta de la "iglesia de los brasileños", como es conocida popularmente esa asociación religiosa.

Cualquier agrupación que argumentando motivos religiosos engañe, esquilme o abuse de sus feligreses debe ser sancionada por las autoridades gubernamentales respectivas. Pero muy otra cuestión es que una televisora que con frecuencia invita a sacerdotes católicos para que aleccionen a los espectadores en las ceremonias católicas que ese medio transmite, pontifique sobre la extravagancia de que congregantes en un templo ajeno al catolicismo romano levanten las manos, oren en voz alta, derramen lágrimas mientras entonan algún himno o canto y tengan arrebatos extáticos. ¿Por qué estas sí son expresiones de fanatismo? En cambio esa misma estación televisiva nos ha presentado infinidad de veces como muestra de fe y devoción popular las rodillas sangrantes de los peregrinos a la Basílica de Guadalupe, las procesiones en donde sus integrantes se flagelan, los gritos desaforados de quienes en estado de cuasi trance aclamaban a Juan Pablo II en alguna de sus cinco visitas a México y, en este muy corto recuento, las aglomeraciones de personas hace pocas semanas que buscaban tocar el Papamóvil vacío para después ungirse alguna parte del cuerpo con la mano que rozó el objeto sagrado.

El peso cultural de la Iglesia católica en nuestro país es innegable; sin embargo, las transformaciones que la nación ha tenido en todas las áreas han ido cambiando percepciones, valores y acciones de millones de ciudadanos que tienen otros marcos de identidad distintos al tradicional. Una sociedad que se va haciendo compleja demanda de todos sus sectores esfuerzos para entender las mutaciones. Los medios informativos tienen la responsabilidad de reflejar adecuadamente la creciente diversidad social, alejándose de moldes simplistas y estigmatizadores.

 
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