REPORTAJE / EL LATENTE CONFLICTO DEL SAHARA OCCIDENTAL
El impulso a salud y educación, clave para remontar la adversidad
En un cuarto de siglo el pueblo saharaui le dio vuelta a la historia
Ampliar la imagen En el campamento de refugiados 27 de febrero, en Tindouf, Sidi y Hadya, primos de siete a� esperan su turno para el programa "Vacaciones en paz", en Espa�un atisbo al primer mundo y una oportunidad para su educaci�OTO Blanche Petrich
Campamento 27 de febrero, sahara. Cuando la canícula cede, los niños y las niñas salen de la escuela y se lanzan a la aventura más allá de la jaima (tienda) familiar. Las casas nunca cierran las puertas y cualquiera entra y sale, aunque no conozca a sus dueños. Los chicos llegan, se acomodan en las alfombras entre los adultos y platican lo suyo. En el Sahara Occidental, que se reivindica como el único país hispanohablante del mundo árabe, sólo una minoría habla castellano. Aquí, la lengua del Quijote toma forma de un singular mosaico de acentos: el cubano y el canario se confunden; se distingue el andaluz del madrileño. Hay quienes hablan catalán de Valencia y otros que saludan como si anduvieran en un barrio de Bilbao: ¡Caixo!
Pero la lengua cotidiana es el hasania, un dialecto del árabe clásico que no admite en sus acepciones giros extranjeros o insultos.
Sidi y Hadija, primos de la misma edad, son pequeños a sus siete años y no les ha tocado aún participar en el programa "Vacaciones en paz", que cada año lleva a 10 mil niños a pasar el verano a distintos puntos de España y a otros mil a Italia. En cambio Abdalá, tres años mayor y trilingüe (español, árabe y hasaní, su dialecto), enseña como trofeo el álbum de fotos de su viaje a España: en calzoncillos con sus padres postizos, ensimismado frente al inmenso mar el día en que lo llevaron a la playa, abrazando a sus hermanos rubios, arrellanado en el regazo de su "otra" abuela, sentado a la mesa devorando un exótico yogurt de fresa, gesticulando frente a los videojuegos, saltando obstáculos en la bicicleta. Abdalá en el primer mundo.
Las madres y tías sacan las esteras al patio arenoso para la oración vespertina, cuando a lo lejos llama el muecín. Después aprovechan el fresco para la tertulia. Disponen el brasero y el juego de té: los vasitos decorados, la tetera cincelada, la joya de cada casa. Y proceden. La infusión se trasvasa lentamente, varias veces, hasta dejar un fondo espumoso. El primer té debe ser dulce, como el amor. El segundo amargo, como la vida. El tercero suave, como la muerte. Pueden fluir muchos más conforme se teje la tuiza, que significa solidaridad entre mujeres. El rescoldo de las brasas se aprovecha para el incienso. Aroman así sus velos y los turbantes de los parientes masculinos que empiezan a llegar a esa hora a disfrutar de la noche.
Comentan entusiasmadas que ya están en marcha los trámites para el grupo que este año irá a Europa y recuerdan el fin del verano pasado, cuando regresaron a los campamentos los niños que viajaron a la península ibérica en un puente aéreo para el cual la línea argelina renta sus naves en rutas nocturnas: ''En promedio regresan con cinco kilos de más. ¡Comen alimentos frescos!'', dice una. Otra, ingeniera electrónica, explica: "Es un gran paso en su educación".
La educación es la gran obsesión de las madres saharauis. A pesar de la precariedad, todos los niños refugiados asisten al colegio. Una minoría opta por la escuela coránica. Además, la república ha instalado en cada comunidad una guardería, una escuela de educación especial para discapacitados y planteles braille para chicos ciegos. El proyecto de vacaciones es muy criticado por gobiernos donantes que piensan que su alto costo debe ser invertido en áreas más "productivas", pero defendido con pasión por los saharauis. ''Una sonrisa de nuestros niños vale todo el oro'', responden los organizadores. Estos viajes son financiados por los ayuntamientos del Estado español que se han ''hermanado'' con las wilayas y dairas (provincias y pueblos) saharauis y por la red de organizaciones solidarias hispanas con el Frente Polisario, un fenómeno que conforma el mayor movimiento de solidaridad en el mundo en términos de activistas e infraestructura.
Las dirigentes de la Unión de Mujeres debatieron recientemente las luces y sombras de este programa. ''¿Riesgos? Sí los hay. Estos niños viven en la pobreza, en una sociedad con fuertes valores comunitarios y de solidaridad, y de pronto están en un medio totalmente diferente, de abundancia, pero también de competencia e individualismo. Además, con otra religión. Pero también es una gran ventana al mundo, una oportunidad de educación y desarrollo que aquí no podemos darles. Hasta ahora el experimento ha sido exitoso. La prueba más tangible es que cuando se acerca el fin del verano, todos los niños preparan su mochila y esperan con ansias el regreso".
"Que nunca nos vean llorar"
Lejos en el tiempo pero vivo en la memoria queda el año 1975, cuando por oleadas llegaron a ese rincón del desierto argelino -apenas una cuña de tierra seca entre Marruecos y Mauritania- los saharauis que eran barridos de sus ciudades por la aviación del rey Hassan II, padre del actual monarca. En un operativo de limpieza étnica, las caravanas de fugitivos eran cazados en el desierto por los bombarderos de fabricación francesa y rociados con napalm.
En las tertulias, si uno rasca un poco en los recuerdos de los mayores, las historias que se cuentan son casi idénticas: el pavor a los bombardeos, la huida dejando atrás casas y ciudades, los grupos disgregados en el desierto, las noches heladas y los mediodías infernales, los muertos de sed en el camino. "De pronto surgía de la nada algún Land Rover. Entonces nuestras madres lloraban de alivio. ¡Eran nuestra salvación!". Eran las patrullas del Frente Polisario, que buscaban y orientaban a los fugitivos.
''¡Al norte! ¡Siempre al norte!'', los guiaban los milicianos polisarios. Les ofrecían agua, dátiles y los llevaban al único sitio seguro: la estéril hamada argelina. Atrás, hacia el oeste, estaba la pinza del ejército enemigo. Hacia el oriente, dejando ya muy lejos el océano Atlántico, el inmenso desierto ofrecía enormes extensiones de fronteras enemigas, Marruecos y Mauritania, quienes se habían confabulado para apropiarse del territorio que España había abandonado a su suerte. Sólo un pequeño tramo de frontera con Argelia ofrecía una vía de escape: Tindouf, en esa época, existía apenas como un aislado e infernal puesto del ejército argelino para marcar el inicio de su porción de arena.
Llegaban por oleadas, agotados, casi agónicos. En pocos meses eran 100 mil, 200 mil almas en la cruel intemperie, en un clima que varía 50 grados de temperatura en 24 horas, donde las piedras rajadas por el frío y el calor intensos no son una metáfora. Eran pocos los pozos, el agua siempre insuficiente. Y para recibirlos, un puñado de jóvenes militantes del Frente Polisario, casi adolescentes, con las manos vacías.
Cuenta Ahmed Mulay, actualmente embajador saharaui en México: "Yo era responsable de un campamento. Tenía 19 años. De día enterraba 10, 15 niños en promedio. De noche escribía obras de teatro para hacer sonreír a los sobrevivientes al día siguiente''. Hubo en esos primeros días del exilio, explica, una asamblea de cuadros del Frente Polisario. ''Eran unas encerronas en las que discutíamos interminablemente nuestros problemas y tomábamos decisiones que después nos guiaron toda la vida. Una de esas resoluciones fue: por muy grande que sea nuestra tragedia, un dirigente nunca debe llorar frente al pueblo. Así, cantábamos en el combate, reíamos todo el tiempo y logramos mantener alta la moral".
Quizá esto explique la milagrosa sobrevivencia de ese pueblo abandonado en uno de los sitios más extremosos del planeta.
En esa "tierra de la sed", el tanezfout, con el escorbuto y la insolación haciéndoles compañía permanente, los niños empezaron a alfabetizarse con carbón y piedras lisas en lugar de lápiz y papel.
Así fue la infancia de Mariam Salek, ministra de Cultura, y todas las de su generación. En un cuarto de siglo le dieron la vuelta a la historia. Hoy ella tiene un profesorado en lengua árabe y fue relecta para un segundo periodo en el cargo, ya que el Ministerio de Cultura es una de las carteras del gabinete que son decididas por voto popular.
De Cuba, educación y salud
A pesar de todo esto, los intelectuales saharauis reconocen que no fue España, sino Cuba, quien acudió ''al rescate del castellano'' en la antigua colonia del régimen franquista. Los polisarios publicaron en Suiza sus primeros libros en español, sin la "ñ". Pero después fue la revolución cubana la que se hizo cargo. En 1977, en plena guerra contra Marruecos, el comandante Fidel Castro adoptó a la primera generación -20 jóvenes- que estudiaron primero en la "Escuela de Amistad Cuba-RASD", en la Isla de la Juventud, y después carreras profesionales en distintas universidades cubanas.
El flujo continúa hasta la fecha. Conseguir becas para preparatorias o universidades es una prioridad en la estrategia educativa. Los jóvenes que no optan por estudiar en Argelia, Libia o incluso Marruecos, donde adoptan el francés o el inglés como segunda lengua, cruzan el Atlántico hasta las Antillas para forjarse una profesión. En México hay nueve estudiantes saharauis en la UNAM y recientemente se firmó un convenio entre la RASD y la Facultad de Estudios Superiores Zaragoza para un proyecto de universidad a distancia.
Cuba rescató no sólo la lengua sino el sistema de salud del Sáhara. Cuando este pueblo emprendió el éxodo bajo el fuego de Marruecos y Mauritania, había dos médicos saharauis y una gran crisis sanitaria. Hoy son 180 galenos. En su mayoría son mujeres, casi todas egresadas de universidades cubanas.
La doctora Nazar Sidati Abdelazi, de 30 años, es una de esas cubano-saharauis. Cuando estaba por terminar la primaria, su madre le planteó que tenía que ser una mujer culta para servir a su pueblo y la embarcó a la Isla de la Juventud, en Cuba. Ahí, al terminar el bachillerato, Nazar optó por la escuela de medicina en Cienfuegos. Como estudiante en Cuba vestía y bailaba como cualquier otra joven de su edad y soportaba sin queja el periodo especial. En 2002 regresó al Sahara, a envolverse en su melfah, a servir en el hospital de la wilaya de Ausred. Calcula que le tomó como tres meses el reajuste, retomar su dialecto natal, el hasaní, y reconocer el universo de las patologías del clima seco, tan distintas a las del trópico.
Es reconocido que el nivel sanitario del Sáhara en el exilio es superior al de la mayoría de los estados africanos. Hay una cobertura asistencial de 90 por ciento y cuatro hospitales regionales, con 250 camas cada uno, con 13 médicos especialistas cada uno. Todos los nosocomios se financian con proyectos de solidaridad internacional.
Es el caso del hospital nacional de Rabuni, que dirige el doctor Fadel Mojtad. Además alberga un centro de rehabilitación y cirugía. "Médicos Mundi de Cataluña" y una organización solidaria de Burgos se hacen cargo del financiamiento. Aquí se atienden las enfermedades más frecuentes del desierto, las cataratas y ceguera producidas por el sol y el siroco, piedras en riñones y vesícula por la mala calidad del agua y alergias por la mala alimentación. Cada semestre llegan médicos de la Cantabria a realizar cirugías especializadas. Espera pronto poder impulsar un proyecto de telediagnóstico a la distancia y sobre todo instalar un sistema de aire acondicionado, una necesidad básica para estos rincones del mundo donde, en largo verano, el doctor Fadel prefiere meter el termómetro a la sombra: ''Por dos razones -explica-; una, para que no se me rompa. Y otra, para evitarnos el agobio sicológico cuando el mercurio rompe la barrera de los 60 grados".